domingo, 17 de marzo de 2024

Los amos del aire. Primera temporada.

“Llegamos de todos los rincones del país con un mismo objetivo: llevar la guerra a las puertas de Hitler”. Fiordos, B-17’s en escuadrón, cazadoras de cuero, palillos en la boca, sorpresas desagradables en el aire y una Europa vista desde los cielos. Y Viva Inglaterra, aunque se confunda con Francia. Y los geógrafos, también llamados navegantes, jodiendo la marrana. Y el problema, desde el principio, de la cadena de mando porque “el hecho de llevar la batuta no le convierte en director de orquesta”. Y para esa pandilla, entre Judas y Cristos, siempre hay preparada una última cena. Viva Bremen. Los amos del aire te llevan a esas miradas perdidas ante de subir al bicho volador sin saber si habrá vuelta, sin saber si esa bienvenida macabra será la penúltima o no será. “¿Les gusta la cerveza, no?”. Fintar, fintar y volver a fintar. Viva Argelia. Viva Münster. Viva Londres. Viva Nuremberg. “Tu amigo iba en aquel avión por un motivo, porque Adolf Hitler y su banda de matones decidieron dominar el mundo. Nada más. En esta guerra ese es el motivo de todos los muertos”. Pero quizás todos los muertos no eran iguales, quizás un bombardeo a la salida de misa en el centro de una ciudad alemana un domingo era evitable, o, por momentos, postergable. Esas preguntas, las que nos hacemos cuando buscamos justificaciones, nos llevan a creer que todo hubiese sido posible por otros medios. Pero no. Al igual que en Band of Brothers, un último episodio en el que se huele la carne quemada nos disipa esas preguntas, nos disipa cualquier atisbo de duda. Había que hacerlo, y, si se diese el caso de nuevo, habría que hacerlo otra vez. Quizás hay recreo en los cielos, en las defensas antiaéreas alemanas, en los caballos blancos llenos de sangre, en los niños nazis sacando agua de un barco que se hundía. Quizás, pero ese último episodio, el de reencuentros y huidas, el de vuelos alimenticios, vale para responderlo todo. O casi todo. “Con las matanzas que hacemos, un día sí y otro también, eso te transforma, te hace diferente. Y no para bien. A veces, al despertar, no me reconozco en el espejo”. Es que no hay guerra, ni la hubo, para bien. Todo eso son majaderías de palomos que aplaudían a las 8 de la tarde desde ventanas y balcones haciendo el gilipollas pensando que con eso iba a cambiar algo. A la mierda las banderas blancas: “Estamos aquí para combatir a los monstruos. Hemos tenido que hacer cosas difíciles, pero fue necesario. No hay elección. Ya has visto de que son capaces. Se lo merecen”. Sobre los alemanes en esa guerra, Los amos del aire, con fuego aéreo nocturno nos repite: “Asunto: curiosa palabra para la muerte (…). Los alemanes se merecen todas tus bombas. Hay quien diferencia la guerra de la matanza indiscriminada, ellos no (…)”. Y la ración doble de pomelos mejor la dejamos para otro día.

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