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jueves, 14 de marzo de 2024
La vida secreta de Roberto Bolaño
Las vidas que se entrelazan en La vida secreta de Roberto Bolaño nos llevan a personajes que se refugian en metáforas y agujas, que se esconden entre sudores varios y retinas equivocadas, entre cenizas de cigarros que se niegan a morir por mucho que el sueño tangerino lleve a otras tentaciones. Esos tipos, algunos “con los ojos brillantes por el licor y el infierno”, nos llevan historias o son, directamente, la historia del relato, de los relatos. Son historias, o historia, con mayúscula, de las que escuchamos porque alguien “me la contó con orgullo del que ha inventado un cuento verdadero”. Pero son historias, o historia, que nos trasladan a una lectura con la que disfrutar con locura, porque “el placer es imposible de definir, por eso es tan abierto y antojadizo”. ¿La verdad? Todo es mentira, les suelto continuamente a mis alumnos en clase de Historia, contando historias. “Nadie existe hasta que es observado”, escribe Montero Glez borgetizando y asegurando que “nunca quise ser escritor, tan sólo escribir”. LVSDRB nos lleva a cuentos etílicos y nostálgicos, a ausencia de victoria porque “de poco o nada sirven las derrotas si no te fundes con ellas en su razón de ser”. Como todo es mentira, reflexiona Montero Glez sobre los caprichos que tienen los dioses (sobre todo, con los jóvenes), sobre Marsé y ficciones que parecen verdad, sobre Ouka Leele y el verano en el que acabó la vida de Ceesepe y sobre como “la culpa siempre hormiguea”. Historias, o historia, de hígados calientes, de canciones con causa, de plegarias de distinta suciedad, de pláticas que no siempre llevan a la enredadera del jardín. Pero en esa enredadera, o en lo que parece la enredadera, toca escapar, pero “huir hacia adelante es lo que tiene, que si no la haces con cierta gracia puedes pisar en falso y acabar en el abismo”. LVSDRB es sucesión de escapadas sin escapada “porque el futuro, por mucho nos lo pinten de rosa, no existe”. Y apostilla MG: “Si existiese estaría en los cementerios”. La perfección que nunca llega, por mucho que pongamos acentos en monosílabos que no los necesitan, en curas a enfermedades que no la tienen: “La ciencia, al igual que la literatura, requiere un cúmulo de errores que hace felices a los hombres mientras se equivocan”. Y para rematar la sucesión, incide en la figura del maldito, en prosas que no siempre recordamos, en estilos que se pierden entre continentes y en recordar lo que es inevitable tener en el centro del iris: “El pasado es lo más parecido al recuerdo de un sueño”. Un buen libro para disfrutar de los matices y para recordar himnos de Nick Cave, al que siempre deberíamos tener presente.
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