jueves, 22 de febrero de 2024

La Zona de Interés (novela de Martin Amis)

Creo que lo mejor de La Zona de Interés (tengo dos versiones) es lo que está al final (Agradecimientos y epílogo: Lo que sucedió). En la segunda versión, creo que es lo que no escribió, lo que se mordió (la lengua). O lo demás. No lo sé. En esa parte final, deja grandes frases, y preguntas que nos hacemos mucho. O demasiado poco. Convencer o no. Comprender o no. Cada vez que me meto en 4º de ESO o 1º de Bachillerato con la II Guerra Mundial, y los totalitarismos, le pongo a los alumnos Hijos del Tercer Reich. Antes o después, con más o menos mouriñismo, llega la pregunta: ¿Por qué? ¿Por qué esos disparates? ¿Por qué no poner el freno? ¿Por qué no parar cuando la guerra estaba perdida? ¿Era todo delirio? En la página 301 leo: “A fin de cuentas, la otra idea capital de Hitler, la de conspiración mundial de los judíos, parece sacada de un manual básico de las enfermedades mentales: es el primer y más desdichado cliché del esquizofrénico”. Ese “cliché del esquizofrénico” no lo explica todo, pero es esclarecedor. Sigue Amis: “En las calles, pues, un antisemitismo de arroyo (o, en le mejor de los casos, esa indiferencia antinatural que apunta Ian Kershaw), y un nacionalismo fulminante, y una docilidad de rebaño acentuada por la intoxicación de masa; en la cancillería, el lento felo de se de una mente que se pudre de poder. Y la locura, si la aducimos como causa (¿cómo vamos a excluirla?), arruina irremediablemente nuestra investigación, porque, por supuesto, de los locos no se puede obtener ninguna coherencia, ningún inteligible porqué”. LZDI etiqueta a sus protagonistas, pero sus protagonistas son cambiantes, porque en su pasado fueron otros, porque Alemania, antes de 1914, parecía ser otra (otra cosa es que lo fuera, o no lo fuera, o dejara de serlo). LZDI habla de política y de Historia, habla de patriotismo y de odio (una novela llena de él), habla de adulterio cometido y sin cometer, habla de pasiones y de exactitud en la cerrazón, habla de testimonio y de homicidios continuados, pero todo estaba perdonado porque el sacramento era el nazismo: “Estoy pensando. ¿Qué es lo que no les hacemos? No los violamos, supongo”. Más: “Cogemos a los más bellos y hacemos experimentos médicos con ellos. Con sus órganos de reproducción. Los convertimos en viejecitas. Y luego el hambre los convierte en viejecitos”. Pero la raíz, eso que mezcla cebollas y patatas antes, mucho antes, de meterlas en el horno, era la que estaba viva, regada y fertilizada: “¿Quién en Alemania no pensaba que a los judíos había que bajarles los humos?”. Sumar (pero sin hablar de tierras fraguistas): “Los judíos tenían que bajarse del pedestal en el que se habían puestos”. ¿Quién los había situado en ese pedestal? ¿Habían construido ellos ese pedestal? ¿Existe el pedestal? “¿Por qué querrías hacerme daño?”. Eso pregunta Pearl Jam en su Animal. LZDI es secreto y poder, es tiempo de guerra y gravedad, es pureza racial porque “la pureza racial equivale al poder racial “. ¿Acaso hay diferencia? Pero luego todo huele. Se pregunta Amis en LZDI (o hace que nos preguntemos, como JF en TD) si el régimen nazi hubiese centrado todo su foco en la guerra y no en lo racial. ¿Qué hubiera pasado? Pone fechas MA, pone días y casi hora. Pero todo ese esfuerzo (inútil), tenía otra finalidad. Quizás era un simple escupitajo en el mar, pero iba más allá del fondo marino. Erradicar: “Es política, Prüfer. Estamos ocultando nuestras huellas. Hasta tenemos que moler las cenizas; en molinos triturados de huesos”. ¿Había necesidad de esos molinos? Decía Manuel Alcántara en su Vuelta de hoja, de vez en cuando, que la mejor manera de contar al personal en las manifestaciones (hoy no vale en los tractores) era contar piernas y dividir entre dos; en LZDI, Amis dice que “el procedimiento más científico, hemos comprado, era contar los fémures y dividir esa cantidad por 2”. Vivan las matemáticas. Sobre los Sonders también deja buenas reflexiones MA en LZDI, o sobre su situación, sus bilis y sus entrañas: “O te vuelves loco en los diez primeros, se dice con frecuencia, o te acostumbras a ello. Podría argüirse que aquellos que se acostumbran a ello, de hecho, se vuelven locos. Y aún existe una tercera posibilidad: ni te acostumbras a ello ni te vuelves loco”. Y los cosméticos y las mujeres y como “en aquel tiempo había millares de hombres que iban del fascismo al comunismo sin reparar siquiera en el liberalismo”. Y esas reflexiones que te llevan a entender un poco ese ambiente (solo un poco), porque “haciendo policías a los criminales: así es como aprietas las clavijas a un pueblo sometido”. Pero después de la locura hay que seguir, aunque no sepas como hacerlo porque tras el desastre “nadie sabe dónde está nadie”. O quizás sea imposible entender y ese esfuerzo sea solo un intento fracasado, un desastre sobre el que seguir investigando: “Más tarde pensaría que las guerras se hacen viejas; se vuelven grises y malolientes y se pudren y enloquecen”. Se ha hablado mucho de “nueva normalidad” tras el covid, pero tras unas guerras todo es distinto: “Fuera lo que fuere, no era la vuelta a la normalidad. No había normalidad a la que volver, no después de 1914, no en Alemania. Tenías que tener como mínimo cincuenta y cinco años para tener recuerdos adultos de normalidad. Pero había algo en el aire, y era algo nuevo”. Un buen libro con el que darle trabajo a la quijotera.

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