sábado, 20 de enero de 2024

Billions. Séptima temporada.

Hablemos un rato de piedad. O no. Hablemos de dolores que se alargan innecesariamente. Hablemos de aquellos jugadores que hicieron dos cursos espectaculares y dos penosos. “Todo falló cuando los políticos empezaron a escuchar a la gente. No a gente lista ni preparada. A la gente”. Los padres fundadores, la democracia, la república. “Soy la decisión”. Pero muchas veces, esa decisión, en la que todo es mentira, es la equivocada. Julio Iglesias ha quedado reducido a música de restaurante, pero las decisiones, como las apariencias, antes había que guardarlas. En Billions, no siempre es así. A veces, sin subfusiles, pero con mucha comida china, ocurre. Haga llegar su mensaje y veremos la correspondencia. Siempre es posible descarrillar: “Siempre hay hombres fuertes”. O no: “Quizás no sea tan malo el grito de guerra del vencido”. La diferencia es constante. Hágase querer por un gesto afirmativo, “pero cuesta vivir sin luz solar”. La seguridad no va con nosotros: “No hay nada más peligroso que un hombre que cree que siempre tiene razón”. Viva ese “fango cortoplacista” desde el que no podemos escapar. Y si Cuban aparece (y no es El Séquito), por algo será. O no será. ¿Hilter? ¿Munich? ¿1929? “Si pienso la palabra mamada, quiero poder decir la palabra mamada”. Más: “La calle es hoy una puta guardería woke”. La colección de frases que nos deja Billions en esta séptima temporada no deja indiferente fen ningún capítulo, aunque el inicio es vertiginoso. London Calling. Y de los Clash a los Ramones, y tiro porque me toca, (con foso en el castillo, por supuesto). Y ese camino, el de las candidaturas, es tortuoso y con la voz de TT, más todavía, porque “ser candidato exige aguantar humillaciones a patadas”. Nostalgia al poder, siempre que se disfrute. Viva la incitación a la ira (o a lo que llamemos ira en la tercera década del siglo XXI). ¿Cómo será sentirte “teológicamente contemplativo”? Cágate en el pecado original y todo lo demás será chufla (vulgo, mundo de pecadores). Y la arbitrariedad del “médico, cúrate a ti mismo”. Y no únicamente a las 9 de la noche, ya es de mala educación llamar casi a cualquier hora (o momento), y creer que todo es mentira cuando preparan tus exequias aún cuando estás con los ojos como platos. “No hay conversación más aburrida que aquella en la que todos coinciden”, por eso, precisamente, para evitar la coincidencia, está Billions. Reputación, ego, codicia, miedo y esas palabras que salen en las reuniones de personajes con corbata y traje ceñido: “¿A cuánto se cotiza un alma?”. Y Kareem hablando del crimen que supone “malgastar lo que tenemos”. Quizás el deber sea esperar, pero “la vida es muy breve para soportar un mal café”. En Billions todo es “desastre o momento decisivo”, pero la miopía de lo inmediato nos lleva a ser diseccionados por los de nuestro mismo oficio, por nuestra propia especie. Aviones y retos meteorológicos, amistades puestas a prueba por tormentas políticas y persecuciones. El ombligo del candidato tiene demasiadas pelusas (pelusas ricas, pero pelusas). La culpabilidad y las circunstancias, la ansiedad y el fracaso inmediato. Hágase querer por los lazos que desunen. Equipos rotos. Cicatrices de oro. Misiones que dejan sin hábito a De Niro, porque “cuesta avanzar hacia la presidencia vigilando siempre las espaldas”. Pero “una muerte limpia puede complicarse”. Juega Billions a lo del Orient Express, pero el TAV puede descarrilar. O no. Y resulta que, “en política, solo hay muy tarde o muy pronto”, y se nos ha hecho tarde para eso. O puede que tampoco. En esta colección de Judas, ha sobrado azúcar al final (vaya sucesión de abrazos), pero siempre sacamos algo en claro: no dejar vivos a los enemigos. “Los finales son siempre duros: siempre queda alguien insatisfecho”. Pues eso pasa con Billions, que deja una sensación de desazón, de insatisfacción, de colección de cromos caídos de una superbanda que se reúne para una gira de despedida, pero a la que han ido abandonando hasta los fans más incondicionales. ¡

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