sábado, 15 de enero de 2022

Endeavour. Primera temporada.

Endeavour comienza con historias cruzadas de muertes que hay que investigar, con jefes con desconfianzas, con compañeros que piden silencio, con planchas que dan miedo, con mujeres que buscan soluciones cuando todo son promesas. O no. Quizás, de vez en cuando, hay que volver la vista a décadas atrás, a imaginar el modo de solucionar las incertidumbres con la imaginación, la perspicacia, el análisis y la intuición. Para empezar, un profesor le va dejando perlitas a Endeavour Morse, el protagonista que investiga pese a que algún tipo de los de arriba lo quiere ver doblando calcetines: “La felicidad es subjetiva”. Y más: “Ningún matrimonio es totalmente feliz”. Faltaría. Cartas amenazantes, la guerra y la bomba en el horizonte, reverendos con claroscuros. Decía siempre Abellán que si debes un millón de pesetas tenías un problema, pero si debías 100 millones el problema lo tenía el banco. Con Endeavour nos preguntamos si es más asesino el que mata a una persona o el que colabora con algo que puede matar a millones. Siempre con el principio de colaboración, siempre con Heisenberg en el horizonte. El detective cantante, después de lidiar con un soborno escondido bajo otras apariencias y de salvar a un niño (o condenarlo) en asuntos familiares, usando contraseñas y códigos encriptados, debe seguir a lo suyo luchando contra los de fuera y los de dentro. Otelo, Verdi, Desdémona, Aida y Radamés, el Mikado, la Tosca de Puccini, la doncella de nieve, la Lakmé de Delibes besos que recuerdan frases con las que terminar óperas. Nada hay de rutina en Endeavour. Nada. Trompetas de ángel, anfetas y cualquier cosa puede encontrarse en las tripas de lo que investiga Morse. Sorprende la duración de los capítulos (horita y media), pero no se hacen largos acostumbrados a la mitad. La estructura de los episodios presenta a las víctimas, primero vivas y luego muertas, y después se pasa a su círculo familiar y su entorno. Luego, con pausa, se lleva a cabo la investigación con distintas tramas y posibles asesinos. ¿Se le puede poner entonces el acento sherlockiano? Para gustos. Nada nuevo bajo el sol, aunque no he leído los libros del Inspector Morse de Colin Dexter. Lo que vemos en la tele es perseguir, como en el segundo apunte, la maldad, el regodeo, la enfermedad hecha persona. Morse es un tipo raro, distinto, hecho a sí mismo y peleado con el mundo. Un asesino le dice: “Ser inteligente es estar solo. Para siempre”. Y no sabe dejar el trabajo fuera de casa. Me gusta de esta primera temporada que, aunque ambientada en 1965, sigue ese ambiente postbélico, sigue ese recelo hacia los alemanes, sigue el recuerdo de aquellos bombardeos y de lo que pasó en la batalla de Inglaterra. La codicia, el hogar, la familia no siempre bien entendida: de todo y bueno en la primera temporada de Endeavour.

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