viernes, 19 de noviembre de 2021

The Americans. Cuarta temporada.

La cuarta temporada de The Americans se mueve entre la partida de ajedrez y el puzle incompleto, entre piezas que no cuadran y sogas que no cuelgan, entre marchas al país desconocido y virus y bacterias que pueden joderlo todo, entre viajes a Etiopía que se tuercen y viajes que no se hacen a Kenia, entre hermanos caídos e hijos que salen sin motivo aparente, entre penas de muerte de rápido cumplimiento y videojuegos que enganchan, entre deseos y remordimientos, entre la inquietud de la novedad y el dolor de ver crecer, entre lo que creemos que influimos en los demás y en lo que realmente lo hacemos. Pero, a veces, las piezas de ese puzle incompleto aparecen pero aunque cuadren no son perfectas. Y la partida de ajedrez, en mitad de una interminable sucesión de jugadas, nunca acaba, y como en Juegos de guerra, la única manera de ganar es no jugar. Tablas, una y otra vez. Y la familia que ve la tele junta, no hace falta que rece, porque permanece unida aunque el apocalipsis llegue a Kansas City mientras ve The Day After, o ve los mofletes rojos de Reagan, o espera a Andropov o se pierda la final entre Redskins (cuando se podía decir pieles rojas, que ahora en el pudridero intelectual en el que nos movemos es imposible decirlo) y los Raiders. Una sucesión de virtudes imperfectas, pero en la Guerra Fría, como en la ficción, casi todo valía. Incluso las virtudes imperfectas y, por supuesto, las vocaciones tardías que tienen mucho peligro.

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