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miércoles, 24 de enero de 2018
The Knick. Primera temporada.
Llegué a la primera temporada de The Knick por Darío Manrique y la banda sonora de Cliff Martínez. Opio, medicina y jodiendas con vistas a los boñigos de los caballos en el Nueva York de 1900. Utópicos médicos que salvan vidas experimentando día a día pero que se ven envueltos en dramas personales. Las jeringas, jaco y caballo, para pasar los traumas. Y eso se mantiene. Si vemos el número de enfermeros y médico y personal vinculado a la medicina que está enganchadísimo no nos sorprendemos. Es algo cotidiano. Para convivir con la muerte hay que hacerse su aliado. Un aliado muy personal. Y ser educados, otra vez, en la altivez del suicidio que nos recordaba el Maestro de Gramática y también AP-R. Droga, corrupción, disolución, racismo, tuberculosis, partos de nalgas y todo lo demás, también. "Cuándo la tempestad de la guerra sopla en nuestros oídos nos es preciso imitar la acción del tigre". Hasta tito Guillermo es citado en The Knick. ¿Carnicería o cirugía? ¿Responsables de muertes? ¿Somos esclavos de nuestras dependencias? ¿Cómo nos afectan las muertes de nuestro entorno? Y en mitad de ese jardín, los conflictos entre blancos y negros, el odio racial, la venganza personal, el deseo de ascender, la pasión irrefrenable, el broche en el pelo, el dolor y los tirantes. No deja titere con quinqué, no hay lámpara de aceite que no se resista a la primera temporada de The Knick. Reflexiona la serie sobre el miedo de ir más allá, de no saber frenar, de la legalidad y la intolerancia, de la tarea que hacer y de la que está pendiente. Esclavos de nuestros deseos, primates en continua evolución, venas que provocan temblor al no ser encontrados. The Knick es cambio: de mentalidad, de obsesión, de necesidad. El trabajo como trauma y escape, válvula para ir más allá de un infierno demasiado personal. No es fácil abstraer(se) de ciertos trabajos. Todo tiene un precio; el valor, una cantidad que se pone en evidencia a la primera crisis de subsistencia. Y no poder dormir, un día tras otro, jeringuilla tras jeringuilla. Ilustra esta sucesión de capítulos un deseo de llegar a la vanguardia, de estar siempre por delante, de buscar una batalla aunque no exista un enemigo real. Borrones en unos apuntes que no tienen una segunda oportunidad. Estudios y Rayos X, cheques que extender, incesantes suposiciones en mitad de un pozo del que nunca se sale. Ríanse ustedes de los recorte. Busca y hallarás, dice la Biblia en algún lugar. Pero hallarás un barco en el fondo de un océano. O varios. Pedir en mitad del lujo, llorar en la más absoluta de las miserias. ¿La gente enferma se pone enferma? Y las muertes de los jefes, las que marcan de por vida. La sustitución, el cambio, la modificación de conductas que no te dejan dormir de forma natural. Y otra vez ese aceite que arde, ese petróleo que nos atormenta y nos engaña para que conciliemos el (no) sueño. Muertes sin explicación, fe sin acento y sin consuelo. Almas inmortales que mueren, bautismos al margen. El cielo estará a rebosar. ¿Dios? ¿Eterna comunión? En el error está la solución, en la ejecución está la salvación. Almas del mundo, buscad un plan zeta, porque los anteriores fracasaron todos. Y punto.
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2 comentarios:
No hay ninguna altivez en el suicidio, no hay nada glorioso en salir por la parte de atrás y ya si pensamos en los familiares me quedo sin palabras para describir el dolor.
Hay que ver la serie antes de sacar conclusiones.
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