domingo, 3 de julio de 2022

Retrato de un moribundo (diálogo de uno a uno)

No vale eso de poner una cita de Carmen Martín Gaite y escribir que “mientras dure la vida, que no pare el cuento”. Tampoco vale eso de escribir que dedicas “a mis amigos; aquéllos que aún cultivan el sueño de dibujar la vida a base de letras”. Si la vida fueran solo letras, sería todo más fácil, diría el hombre de la camisa verde. Mucho más. Da igual que sean las seis de la tarde o la hora que sea. No he contado las veces que aparece la palabra mentira en Retrato de un moribundo, de Miguel Venegas. El libro es un ejercicio de equilibrismo entre lo que queremos ser y lo que somos, entre lo que aspiramos a ser y lo que somos, entre la admiración a las personas que queremos ser y lo que somos. Como todo es mentira, Retrato de un moribundo nos muestra las idolatrías falsas que nos llevan a la deriva, sea en una barca en El Retiro o con la soberbia de la juventud en el Café Gijón, o bajo las Torres Kio o recordando aquellas palabras que nos dijo un escolapio en clase. Y como todo es mentira en esta vida, nos inventamos héroes con demasiadas grietas, nos juntamos con personas imperfectas cuando nosotros somos los más imperfectos del mundo, nos creemos dioses en una Biblia muy particular en la que el Apocalipsis final se traduce en una sucesión de errores infinitos. Nos creemos el origen del mundo cuando no somos más que desechos, más que personas que causamos, una y otra vez, dolor a los demás. Mucho dolor. No hay moralinas baratas en Retrato de un moribundo. Todo lo que creemos saber sobre el amor o la amistad se resume en una sola palabra: mentira. Y es así. En ese periplo de desaprendizaje que es la vida, solo la cagamos una y otra vez. Y no aprendemos, ya seamos profesores de Lengua Castellana o leamos El extranjero de Camus, nos creamos protagonistas de Luces de Bohemia o vayamos a caer muertos en un bar de Lavapiés. De nada sirve lamentarse cuando todo es mentira, cuando nos quitamos de en medio o cuando no tenemos el valor suficiente para hacerlo, cuando aburrimos a los demás con nuestras manías y nuestros vicios. Retrato de un moribundo no es un libro, pero ya nos advertía don Manuel Alcántara que las agonías largas son peligrosas. Muy peligrosas. Y en esta agonía, Miguel Venegas nos deja una buena sucesión de frases que describen situaciones reconocibles y que nos hacen ver que “el tiempo es una estafa y lo peor es que nunca pude escapar de él”. Y este es un libro que no se puede leer en cualquier momento, porque los estados de ánimo nos llevan a ver momentos concretos con ópticas difusas que lo distorsionan todo. Pero, a pesar de todo, Retrato de un moribundo es un gran libro.

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