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martes, 24 de enero de 2023
Babylon Berlin. Cuarta temporada.
Música y hambre para acabar 1930. Colas para una sopa. Acción y pausa, estirando hasta que se pueda estirar. Noches de flash. Esvásticas que empiezan a cubrirlo casi todo. Ulles für Deustchland. O lo que se diga. Fiestas de traje largo y noches con las que meter miedo. Judíos, y frío y cualquier mamarrachada con la que seguir metiendo miedo: la ciudad es nuestra. “Tenemos hambre”. Y como tenemos hambre, todo vale. Robos nocturnos. Sed sin champán posible. Sorpresas por Nochevieja. Y llega la noche y las SA campando por las calles, primero contra su propio partido y luego contra todos. Robos previsibles. Todos contra todos. El cuadro perfecto, con la policía corrupta. El marco con el que se inicia la cuarta temporada de Babylon Berlin era desolador, era la Alemania del desconsuelo. Choques inesperados, jarana muy esperada, mamporreros ejerciendo de lo que indica su nombre. “Los judíos solo se han beneficiado con la crisis”. Y el cuarto poder, al cincuenta por ciento. Y la crisis y el recorte, que ya estaba antes de las gaviotas. Piedras, cohetes, diamantes y corrupción. “Esto es lo que pasa cuando viajas: conoces a un desconocido y le cuentas tus secretos”. O no. Comunistas, espías, y la costumbre de mirar en los cajones ajenos, de volar en vuelos impropios, hermanas enfrentadas, despidos procedentes. Y los muertos y las pensiones, y buscar comida cuando no hay comida para ejércitos de niños. Danzad, danzad, que no pare la danza. Y las apuestas, y el asalto definitivo con las apuestas. Que no falte el circo para que las apuestas continúen. Pero el circo, la apuesta, el ejercicio de cajones ajenos, se alarga excesivamente, hasta explotar de verdad a partir del noveno capítulo, entre tintes y herencias. Y siempre somos incómodos con lo tradicional, y caemos en la difamación del detalle, en la escapada de la presunción. Pero todo es mentira, y sin bicho no hay insecticida viable y “el boxeo es la cosa más bonita del mundo salvo si el combate está amañado”. Y es todo mentira en la cuarta temporada de Babylon Berlin, dentro y fuera de las capas y las barcazas, dentro y fuera de los orfanatos y las deudas. Y pegar a los demás en nombre de la patria, en mitad de la humillación, en mitad de los boletos de juego que empapelas a una rata dentro de otras ratas. Y el cuarto poder perseguido por los poderes del Estado, antes de que desaparezca definitivamente. Vidas que protegen vidas, sacrificios bíblicos en mitad de un apocalipsis sin solución, de fiebres y sudores, de crucifijos antes del velatorio. Porque, sin duda, en la traición, porque siempre hay traición por mucho que repitamos aquella frase garrisoniana de JFK, no hay consuelo. Y la mentira se vende como verdad, y el espejo como como cristal envenenado, y las cicatrices de los supervivientes más que las sepulturas de los muertos. Y entre joyas, resultamos avariciosos, porque las barbas y las sinagogas eran problemáticas para algunas cabezas sin cerebro. Barcos y hundimientos, desconocidos que ayudan en el momento exacto y la certeza imprevisible. O no, “aunque a veces tiene que hacer lo que le dicte el honor”. Y siempre “a la realidad le sigue el relato”. Y las SA contra las SS, y acabar con el mal desde el mal. Nada como una guerra intestina como para que las tenias se coman entre ellas. “Mi honor se llama lealtad”, que decían las SS. Y los manicomios con huecos, con agujeros, con vías sin trenes y bebedores de lejías por las calles. Y siempre hay agentes dobles, pero no siempre son lo que esperábamos. “Intente no creer jamás sus propias mentiras”. Lo dicho, mentira todo.
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