martes, 31 de diciembre de 2024

Palomas negras. Primera temporada.

“Soy una paloma negra. Soy una historia que voy contando a la gente”. Esa frase del segundo capítulo de la primera temporada de Palomas negras, nos sirve para empezar a reflexionar sobre los lugares seguros, esos sitios que no existen por más que nos vendan seguridad y control. Todo mentira. Ahora parece que siempre tenemos a los chinos en la diana, aunque el hombre de la camisa verde decía que era China la que tenía en la diana a Occidente y que era cuestión de tiempo que nos metieran el martillo por la yugular. Los chinos, los yankees, los ministros que ascienden gracias al principio de Peter, los hijos y el miedo a perder a los hijos, el pasado y las malas costumbres, las sombras de todo un pasado al servicio del mejor postor. Pese a las cartas marcadas, la primera temporada de Palomas negras termina siendo una buena baraja con la que jugar, en la que todo acaba siendo “mafioso no, persona de influencia criminal”. O más que jugar, pensar que jugamos a algo en esta vida, aunque en verdad sean otros los que manejan los hilos. Y como ahora todo está grabado, todo es mentira, incluso lo inimaginable… hasta que deje de serlo. Vivan los códigos. Y frases, con o sin memoria, que deberían ser verdad y no lo son: “Nunca he apretado un gatillo que no sirviera para mejorar el mundo. Los putos códigos y las frases repetidas, o la repetición de los códigos. Y habrá que sacar “el cuaderno para apuntar mis mentiras”, y que no falte en nuestra bolsa, y memorizarlas y llevarlas con nosotros hasta el infinito, porque las mentiras son lo único que nos salva en este asqueroso mundo.

viernes, 27 de diciembre de 2024

El mejor del mundo

Escribe Juan Tallón en los agradecimientos de El mejor del mundo que “nunca hay que perder la oportunidad de complicarse la vida”. Este curso, con mis alumnos de Formación Profesional Básica, de Mantenimiento de vehículos y de Electricidad y Electrónica, repito mucho que se olviden de lo que han hecho hasta ahora, de su maleta, de su pasado. Que todo es mentira, y que lo que cuenta es el ahora. O ahora. Unos se ríen, otros no se enteran. El mejor del mundo es una buena mentira bien contada. Escribe JT en la página 253: “La naturaleza en el fondo de todos los hombres es cambiar, no ser durante mucho tiempo el mismo”. Como todo es mentira, a esos mismos alumnos, les digo que deben saber estar ante el cliente, y sobre eso, Tallón escribe en EMDM: “Saber estar es un arte que se cultiva desde pequeño o ya nada”. En esta novela, como en la vida, se trata de reinventarse a base de estudiar, a base de creer en lo que aparece cada día, a base de matar lo que tengamos que matar, a base de recrearnos con las satisfacciones nuevas o llorar por las meningitis del pasado. No podemos gastar ni un segundo en tonterías, le digo mucho a mis futuros electricistas y a mis futuros empleados de taller, porque no podemos permitirnos “pérdidas de tiempo en una vida que todo el mundo coincide en calificar de corta”. También he hecho con estos alumnos cartas de presentación, currículums, entrevistas de trabajo simuladas en esta historia educativa que es tan mentira como la vida misma. El mejor del mundo nos lleva a preguntarnos si el protagonista, con su cambio de guion, es mejor antes o después del inesperado cambio. ¿Sinceridad? ¿Seguro? Escribe JT que “vivir siendo sincero exige una gran voluntad”. Y añade, hablando de mentiras, que “muchas veces esas son las alternativas: o la verdad o la nada”. También reflexiona el autor sobre lo que hacemos por placer o por obligación (la bebida), sobre el ridículo que hacemos sin querer, sobre lo que nunca pasa de moda (la droga), sobre las creencias atemporales (el pulpo), sobre lo que hermana (el dinero) y sobre el diablo convertido en máquina (eso se lo tengo que recalcar a mis alumnos). Pero como todo cambia tanto, y casi siempre a peor, mejor no pensar, porque como dice JT, “la vida, piensa, es pura nostalgia de un día diferente”. Y en estas estamos, con este libro acabado y sin saber si es bueno o muy bueno, como tampoco sabemos mucho de lo blanco o lo negro: “No sé si decir bien o mal. En algunas situaciones bien y mal se parecen tanto que cuesta decidir qué es qué”. Ya puestos, llenemos la despensa, llenemos el desván, llenemos el trastero, porque no sabemos hacer otra cosa en esta vida de mentira: “La historia del mundo, de las personas y de las sociedades en su conjunto era casi siempre una historia de acumulación”. El mejor del mundo nos lleva a esas historias mitad sueño, mitad problema. O solución. O idea equivocada, porque “algunas ideas no son más que el registro de lo que pensabas un día en particular”. Aunque al final, caemos en la tentación de la repetición, de volver al lugar del crimen, de recrearnos en esa cicatriz que nunca cierra y que volvemos a infectar, porque “lo malo es cuando no tienes batallas”. Y El mejor del mundo es una buena batalla. Y este libro, lo he pensado mejor, es muy bueno.

jueves, 26 de diciembre de 2024

Specials Ops: Lioness. Segunda temporada

Empieza Taylor Sheridan dejando claro al principio de la segunda temporada de Lioness que todo es un western. TS saca músculo, literalmente, y enseña tatuaje: “Cuidado con el viejo soldado, es viejo por algo”. En este western contemporáneo, de cazadores, no hay medias tintas porque aquí no vale la diplomacia, ni falta que hace. Mejor eso que “no tener que aprender ruso o chino”. O eso, o “el comandante sufre las faltas del soldado”. Y es verdad que las casualidades no existen porque “todo mejora cada día”. Y por las cabras no se para. No se para. No se. No. Luego llega la sangre por la nariz, la arena, Iraq y todo territorio que es abandonado a su suerte. A su puta suerte, porque “ la misión es digna y ejecutarla salva vidas”. Pero en esa mentira, “no existe la guerra moral y no existe lo justo”. Pum pum. Apostilla TS en voz de la protagonista: “Solo existe la supervivencia y la rendición. Pregúntale a los que van a conciertos en Israel o a un niño de 8 años en Gaza. Si eso es posible”. O no. Mejor no preguntar, porque las cuentas salen fáciles: “Hay un 5% que son santos; un 5% que son malvados, de alma, pura maldad; el otro 90%, son ovejas, siguen a cualquiera que tenga el control”. Y puestos a entrar en la Vereda, sin Mergos pero con traficantes en la familia, nada como retratar el asunto desde la perspectiva de los genes: “La primera señal de que un imperio está decayendo es cuando su pueblo cuestiona las instituciones sobre las cuales se construyó, la estructura de gobierno, las iglesias, los colegios. Rechazan a Dios porque los emperadores empezaron a creerse dioses y las personas se hacen tan ricas que también se creen emperadores al mismo tiempo y que son demasiado para desempeñar los trabajos que constituyeron el primer imperio. Así que, subcontratan esos trabajos y abren las fronteras para permitir que gente desesperada haga los trabajos que ellos son demasiado ricos para hacer. Después llega la culpa por tanta riqueza, pero aún así, el imperio prospera. Luego se cuestionan así mismos, y, después, rechazan todo lo que levantó el imperio en un principio: destruyen sus propios símbolos, se atacan como si fueran un cáncer, atacan a aquellos que protegen el imperio y a ti por protegerlo. Y los lobos llegan. Y todos los que vivían como emperadores conocerán el sufrimiento del que se culparon por crear y serán masacrados. Y un nuevo imperio nacerá de sus cenizas y el ciclo volverá a empezar”. Y la leche y los sucedáneos y lo que se hace pasar por leche cuando no es leche. Pero todo es mentira, hasta las noticias: “Las noticias dejaron de serlo cuando empezaron a emitirlas las 24 horas, son un pasatiempo, y uno muy malo”. Y apostilla Morgan Freeman acorbatado: “Bufones de la corte que han caído en desgracia con el rey. Ahora se burlan de la propia corte. Y dentro de nada empezaran a corear que les corten la cabeza, y lo saben. En una década ningún pilar del periodismo existirá en su formato actual… Ya no informan de las noticias, nos dicen lo que creen que son las noticias. Y la opinión que tenemos que tener sobre ellas. Los estadounidenses siempre han sido crédulos, pero no estúpidos. Mienteles mucho y no te creerán cuando les digas que sale el sol”. Rusos, chinos, iraníes… Claro, claro, porque todo es muy claro: “Si el diablo te enseña sus ases, piénsatelo antes de jugar tu mano”. Fentanilo, cárceles, lo que es y lo que parece, los términos medios, razones para seguir en el mismo helicóptero o para mentir con mayúsculas. Siempre hay un plan b, un plan z, y una lámpara en la que es difícil volver a meter al genio: “Los monstruos son los que ofrecen los mayores sueños”. Pero como bien decía alguien, “no puede haber confianza con secretos”. O lo que sea.

martes, 24 de diciembre de 2024

Sherwood. Segunda temporada.

Cuando uno abre cicatrices del pasado, pus y sangre se mezclan, y te lo puedes tomar a la irlandesa, con un buen licor, o no tomártelo. Sherwood vive de la venganza, del pasado que se mezcla con un presente en el que hay balas, tijeras de podar, grupos de atormentados y diferencias que no se pueden rebajar. Con un ritmo pausado pero que siempre va creciendo, el drama, mezclando lo carcelario y lo mafioso, lo intempestivo y lo fiestero, nos mete en un jardín con buena maleza de la que, aunque cortes, sigue creciendo. Minas que vuelven cuando menos te lo esperas en un mundo lleno de mensajes, y ninguno es bueno. Hágase querer por las fotos de la Thatcher, por las palmeras interiores, por los retratos y las estrategias fallidas. Veneno para todos. Nada como “adelantarse a la narrativa”, pero la narrativa te come. El relato, las redes antisociales, el sistema, el bosque, la droga, los coches negros, los caballos y la forma de mandar a la mierda a la mismísima mierda. Y el miedo a volver al pasado, a esa “cultura a no hablar”, porque “sé que la gente no tiene fe en las instituciones, en la policía en particular, en los líderes, porque yo tampoco tengo fe, y tendrán que esforzarse si quieren recuperarla”. Adiós al control, adiós a la calma: viva el egoísmo, y la página 50 de los libros, y las bibliotecas cargadas de sorpresas. El tono y la pausa, para otro día, para otro cepillo y otra espátula con la que eliminar la pintura seca y podrida por la humedad. “Cada uno crea su destino”. O no. Y como doña Sara, fumando esperamos respuestas. O sin fumar. Pero esa respuesta siempre es venganza, y desencadena el caos, el mismísimo infierno, la barbarie, una puta cruzada en la que todos salen perdiendo y no hay tierra ni nada santo que salvar. Glu, glu.

viernes, 20 de diciembre de 2024

Yellowstone. Segunda parte de la quinta temporada.

Muerto el rey, sigue la rabia, pero es verdad que “cada uno se enfrenta a la muerte a su manera”. Y no todo es rezar, porque como siempre pasa, “ya hemos rezado lo suficiente, y si no está en el cielo, no irá o es que no existe”. La jodida rabia. No era así la frase (o quizás sí), pero el final de Yellowstone está a la altura de toda la serie. Sin Kevin pero con ese elenco que nos recuerda que “cuando se muera, se acabarán las leyendas”. Juega, además, con esa tirita en la herida de saber lo que se puede decir, o no se debe decir, y con esas palabras que siempre están a la altura porque “un potro malo se convierte en un mal semental”. Y en esa guerra está claro que “los leones no mueren jóvenes, mueren en las fauces de los leones más jóvenes”. O no. “No existe la clemencia con excepciones”. No. En todas las familias hay jarrones rotos y traiciones porque “los reyes no se lamentan, los reyes se deleitan en la recompensa de sus conquistas” Pum, pum. Y van cayendo, todos, como moscas de color verde metálico: “Cuando muere el hombre que se hace un nombre, el nombre muere con él”. Reflexiona también esta parte final sobre lo que vale llevar un filete a la mesa, con los muertos que quedan por el camino y Brasil en el horizonte: “Los vaqueros no tenemos seguro de vida. Eso es ser vaquero”. Pero todo es mentira, pero “en las mejores mentiras hay mucho de verdad”. Yellowstone, como la vida, nos golpea, nos cainiza, nos lleva a un extremo que no siempre entendemos, porque “al ser vaquero sufrir es nuestro trabajo”. Y puestos a ver sufrir, que nos vendan una buena yegua, un buen ternero, una buena hipoteca, un buen humo indio. Todo es mentira. Vivan las mentiras.

Megacuarenteno sigue vivo y está entre nosotros

O eso parece. En las paradas de autobús. En las bibliotecas. En el aire, como la bolsa de American Beauty.

martes, 17 de diciembre de 2024

Los años nuevos. Segunda parte de la primera temporada.

Empieza la segunda parte de Los años nuevos con la pandemia y los cuchillos, con las mascarillas y los accidentes, porque la vida es una sucesión de epidemias y pesares. Decía el hombre de la camisa verde, después de muchos años de trabajo hospitalario, que la peor enfermedad es la infelicidad. Y la infelicidad lleva a la soledad, o la soledad a la infelicidad, que nunca me acuerdo de las frases verdes. Y en esa locura, que va de los celos a la escapada, de la huída hacia ninguna parte en mitad de la desesperación, la dependencia pasa hasta lo químico, hasta la ausencia de lo más importante, hasta romper lo que era diamante en bruto. Escapar no vale de nada, porque siempre se vuelve al infierno. Y no hay notas de voz que ahuyenten el silencio. Y el compromiso, si eso, lo dejamos para otra temporada.

jueves, 12 de diciembre de 2024

Este es el núcleo

Decía el hombre de la camisa verde que no existe mejor ciencia ficción que Astérix y Obélix. Empieza Leonardo Cano su obra Este es el núcleo con la lectura de un tebeo de Astérix en una sala de espera, pero su ciencia ficción no es tan fácil de entender como la de los galos. Habla de entidades de personas LC al comienzo de la obra: “La familia ha tenido su utilidad en la historia, pero ya hace tiempo que está muerta”. Con sus saltos temporales, nos lleva a hacer preguntas a nuestra quijotera particular: “La cuestión sobre si las máquinas pueden pensar será tan importante como la de si los submarinos pueden nadar”. Crol para todos. LC pretende llevarnos a un mundo en el que las máquinas nos lo dan todo hecho, pero no hecho para todos, sólo para una parte de la población. También nos introduce en los entresijos de las empresas tecnológicas, en esos consejos que menos consejos son de todo, en esos gimnasios en los que se confunde el sebo con la neurona, en esas familias en las que ni existe la familia ni la convivencia ni nada que se le parezca. Las máquinas han ganado desde hace mucho tiempo, y no sólo desde que se inventó la imprenta: “Pantallas que retransmiten otras pantallas”. Pum pum. Y apostilla LC: “El amor es sólo un disparo neuronal más”. Hasta nos recuerda las pintas de Cheers (Boston forever), los Playmobil y frases sobre el pensamiento que tenemos que efecinquear continuamente: “No soñamos con enseñar a las inteligencias artificiales a pensar, sino con que fueran ellas quienes nos mostraran como pensamos”. El problema, quizás, es que a veces nos confunde (o, mejor dicho, abruma) con lenguaje técnico, que si hubiera sido prescindible mejoraría el asunto narrativo. Nos lleva también a pensar sobre lo descifrable (la humanidad), sobre nuestras actuaciones y sobre la creencia en que “La única verdad es la verdad narrativa”. Ahora que vivimos inmersos en la potencialidad del relato, en la que todo es mentira (bueno, todo es mentira desde hace mucho tiempo), nos pide el autor que nos olvidemos, por un rato, del tiempo mecánico, del reloj de pared y del de muñeca: “Cuando la vida definitiva esté instaurada, no seguiremos hablando del pasado. Ni del futuro. Todo será narración de una narración de una narración”. Y en esas, nos lleva al matrimonio, a pensar sobre el matrimonio, a describir esa balanza que siempre se oscila hacia el mismo lugar: “En tu vida cuentas con un gran punto negro que cualquiera podría utilizar en contra de tu estabilidad”. Y coge el martillo, y como el extremo del Arsenal, golpea: “Tu mujer” (y aquí se repite la frase que últimamente he leído en más de una ocasión, “un hombre se merece lo que tolera”). Pero como todo es mentira, “con mujeres o con hombres, en todo caso, lo único que persistirán serán los avatares”. Y mirando la pantalla, juntando estas letras con el ordenador y el móvil, con las notificaciones saltarinas de interacciones de gente que no conocemos, nos creemos que el centro del universo somos nosotros, reducidos a pelusas del ombligo: “Se han encargado ellos de estabular durante años a la gente, cebándola con redes sociales, series y comida a domicilio”. Gran ejemplo ese de la cuadra, de la jaula, porque “nunca el tiempo tendrá más importancia”. Y añade LC: “Una importancia condenatoria”. Muchas veces, con el Aleph en la mano, o con cualquiera de las obras de Borges, me pregunto: ¿Qué hubiera pensado Borges de las redes sociales y de la IA? Quizás tenga que dejar de hacerme preguntas, y simplemente volver a las mentiras del pasado, porque “las veces que he intentado salir al presente, tan sólo me he encontrado con repeticiones de la vida que ya conocía”. Se ríe también el autor (y con razón, con mucha razón), de la falsedad de los platos perfectos (“Nada tiende más a la teatralidad que lo que llaman comida moderna”), de la falsedad del enlace (“El matrimonio es siempre entre desiguales. O se es injusto con ellas o serán injustas contigo, me advierte”), de la falsedad de las maquinitas (“Nos sentimos desalojados y sin capacidad de ejecutar nada si faltan los dispositivos”). Cuando voy paseando a mi hija con el carricoche, le digo que salude a la gente, pero la mayoría anda con la cabeza baja, no mirando al suelo (aunque el paseo sea por Antonete Gálvez y busquemos al Tiago y al Alergias) sino mirando el móvil. Andar se ha convertido en una carrera de obstáculos. Y al final, solo nos queda el adiós, porque “sin la muerte, cómo vamos a ser capaces de entender la existencia”. Al final, todo es sustituible, todo es modificable, todo intangible en su falsedad: “Si cambias a un hombre por otro, te crees que cambias de libro. Pero en realidad sólo cambias de capítulo”. Y los capítulos de Este es el núcleo hacen pensar, aunque ese pensamiento sea de mentira, tanto o más que la sala de espera con o sin Astérix entre las manos.

Los años nuevos. Primera parte de la primera temporada.

Últimamente se repite, en la quijotera, esa frase lapidaria que no tiene fin pero que en su inicio todo lo contiende: “Te mereces todo lo que toleras”. Todo lo que toleras. Una y otra vez, toleramos lo que no está en los escritos, ni en los móviles, ni en la desconfianza del día a día. La primera parte de la primera temporada de Los años nuevos va sobre la tolerancia, sobre la adaptación a los hábitos ajenos, sobre lo que pensamos que podemos tolerar y sobre el límite de lo que nunca pensamos que toleraremos. En esa pértiga, en la pértiga del límite de lo inimaginable, no creemos en un infinito hasta que llegamos a ese infinito. El problema de los cuatro primeros capítulos (e incluso de la primera parte del quinto), es el alargue injustificable de la cuestión. Hasta la charla del taxi, todo, o casi todo, es prescindible: el poeta, la exmujer del poeta, los consuegros del poeta y de la exmujer del poeta, los amigos del hijo del poeta y de la novia del hijo del poeta. Todo es prescindible hasta que en, el límite, matemático o no, nos preguntamos por dejar o no dejar, por la situación económica, por los viajes que no hicimos o por los amigos que no toleramos de la persona con la que dormimos.

miércoles, 4 de diciembre de 2024

Presentes

Empieza Paco Cerdà su Presentes utilizando un vocabulario artístico para describir este camino que va del Calvario a la Resurrección mortecina (sin Damasco de por medio), porque los artistas, como los dioses, nunca mueren. Incluye en ese vocabulario (expresionista, barrocos, tenebrista) uno epítetos que llenan el cuadro del que va “de lo terrenal a lo redentor”. Y apostilla PC: “Comienza la ceremonia más inverosímil de la historia de España. El mayor culto a un político fallecido en Europa occidental en lo que va de siglo. Van a ser 467 kilómetros recorridos al paso marcial de la Falange”. Pum, pum: “Comienza la mayor operación de propaganda, armada con las mejores plumas que han quedado en el país, para asentar el relato de una nueva España”. Haciendo memoria (si es que queda algo de eso), creo recordar que en los temarios de bachillerato Falange es, como mucho, un par de renglones mal redactados; un reducto; algo anecdótico. Habla PC del número de votos, de los fallecidos, del jaleo callejero, de los panfletos revolucionarios y de la revolución con gomina, de lo que pudo ser (como tantas otras cosas) y no fue. También habla PC del miedo, de las respuestas primarias, de campos de concentración, de la Nueva España (“es tan agradecido hacer poesía de la desgracia”), de Miguel de Molina, de Juana La Loca y Felipe el Hermoso (ríase usted de una Maratón, decía el hombre de la camisa verde), de Dionisio Ridruejo y de la Almansa antes y después de la guerra y de su depuración, del precio de camisas que pudieron ser y no fueron, del origen de los colores (viva la revolución de los colores, Chema Rey), de Elena Fortún, su Celia y de sus poseedores y de cómo los peligros se convierten en libros, y, los libros, en peligro infinito: “Los libros son un peligro. Siempre lo han sido. Ahora más. Leer es sospechoso. Debe reforzarse la vigilancia. Quién lee qué. Que no se puede leer”. También hay frases de Víctor Hugo sobre la desesperación, pensamientos sobre barcos italianos, cifras de población y cifras sobre presos, recuerdos machadianos y guiomarianos. Como todo es mentira, la barbarie: “Las patrias prefieren al Soldado Desconocido. A ese no hay que darle pensión”. Y Pilar Primo de Rivera, y refranes y dichos, y caballeros mutilados, y embajadas chilenas, y como hay diferencias, en este país, hasta en el dulce más querido y que más martillazos da en sus resacas: “El anís de Chinchón era republicano. El anís La Castellana, nacional”. Y en ese embuste convertido en macabro artefacto interminable, se habla de brigadas internacionales y de una gran de descripción de los militares y ministros franquistas (“un país llenándose de autoridades a cuyo alrededor solo dejan espacio para la autoridad”). Y los de la tiza, siempre en la diana, viva la depuración: “Maestros puros para las escuelas de la España pura”. Y los topos, y esta gran mentira en la que vivimos, porque, hoy como anteayer, “España se ha convertido en una topera ideológica. Hay que enterrar las ideas”. Y puestos a enterrar, que la pala nuestra de cada día sea más larga que las demás. Muy larga.

martes, 3 de diciembre de 2024

Querer. Primera temporada.

En medio del ruido que nos invade, de sonidos imperfectos, de bandas sonoras que nos recuerdan a otras bandas sonoras, sorprende positivamente el silencio en buena parte de Querer. Ese silencio, roto por llaves y palabras pausadas, pero también, el de la duda. El de la pregunta. El del posicionamiento filial. El de pensar en el mañana. El de tener las manos atadas. O no. No hay silencio ante la mentira, o, pese a todo, ante la falta de verdad. El silencio de la balanza. Hágase querer por los infinitivos. Siempre. Vaya invento el amor. Y la poesía, y los abogados haciendo poesía. Y ese silencio, sin cesar. Y el dinero, siempre el dinero. Y en ese silencio, el de la balanza, siempre hay lágrimas y perdones tardíos, hay rencor imperecedero y quistes que son para toda la vida. Aunque quizás, sea tarde para todo, porque siempre salimos perdiendo.

lunes, 25 de noviembre de 2024

jueves, 14 de noviembre de 2024

Ropasuelta

La lectura de Ropasuelta, de Santos Martínez, la terminé en un recreo con los alumnos de FP Básica haciendo el bestia en el campo de fútbol sala del instituto, con gritos que van entre lo cafre y lo desesperado. En Ropasuelta, SM escribe lo que se le pasa por la cabeza, o, mejor dicho, se atreve a escribir lo que a muchos se nos pasa por la cabeza y no nos atrevemos a hacerlo, o a decirlo en voz alta (“volví a pensar en eso de que cuando pasas demasiado tiempo solo no sabes si las bromas son privadas o simplemente no tienen gracia”). Me he reído mucho con la primera parte del libro, con esas frases que nos definen, que nos llevan a mirarnos al espejo aunque no tengamos espejo: “La estación seguía siendo el banco verde frente a la cabina telefónica”. El pueblo, los motes y hasta gente de Barqueros (todo el mundo sabe la historia de alguien de Barqueros, decía el hombre de la camisa verde). Pero también Ropasuelta es un guantazo de realidad (“No se puede vivir una vida en el victimismo”), de realidad no deformada (“un grupo de mujeres con la permanente de Rod Stewart”), de esos personajes atemporales (“Eran las de la asociación de mujeres. Tenían entre 50 y 200”), que siempre te encuentras en un autobús camino de un hospital. Y la gente que nace vieja también está retratada en Ropasuelta: “Había dejado el tabaco tres veces cuando la mayoría nos habíamos lo que era toser”. Las relaciones familiares llevadas hasta el extremo, los chascarrillos, las comilonas, los consejos maternos y saber “que lo que quita el hambre nunca da asco” (aunque mi madre es más del “hambre tenías que pasar…”). La figura del ricachón del círculo completo, del apellido que todo lo incumbre en el pueblo, en la provincia, en el más estricto canon del caciquismo. Pero todo eso, creo yo, sucumbe ante la idea de describir esas situaciones que no son fáciles de hacer: “Los escenarios de la adultez nunca son los mejores. Y los padres lo suelen saber”. Y apostilla SM: “Cada generación necesita encontrar sus callejones sin salida”. Y hasta se recrea con el gatillo: “Sabían lo que era tener amigos, el Ralfi hasta conocía el amor y quizás fueran conscientes de que no se deslumbraba y luego la cosa se convertía en una planicie con picos memorables y valles inevitables”. Si estuviéramos en una realidad paralela en la que no solo el 0,00005% supiese leer y entender lo que lee, habría frases de Ropasuelta que deberían ser recreadas como aquella generación de británicos lo hizo con las frase que dejó Guy Ritchie en Lock, Stock and Two Smoking Barrels. Y con esos recreos, los del fútbol sala y los de “había engordado 50 kilos desde Nochebuena”, nos lleva SM a Fuente Librilla pero da igual el lugar, porque en esos retratos que hace nos hemos encontrado alguna vez: “No se ha inventado todavía la manera de que un hombre mire a un niño y su madre no piense en tráfico de órganos”. Hasta en las referencias musicales tiene el colmillo afilado SM (con esas referencias a los desenchufados, a Lou Reed, a la música del bar). Respecto a los tópicos deportivos (“escucha más al Larguero que a su hijo”) parece que nos hemos olvidado que media España, hasta hace nada, se acostaba con el transistor. También hace una descripción de ese sistema ferroviario tan español, del español por el mundo como ejercicio de supervivencia, del Trémolo y el Kiosko y de como “ser escritor es el camino perfecto para acabar solo, alcohólico y desquiciado” y en la forma en que “se sonríe al sobrino retrasado de una mejor amiga”. Y con todo ese escenario, la preparación para lo que los de la zapatilla cara y mallas llaman “quemagrasas” se repite entre truenos de fondo y lloviznas impenitentes, con una Navidad convertida en algo entre berlanguesco y de días que se repiten entre polvorones y el recuerdo del pelo de Mijatovic. Del pelo de Mijatovic. Un muy buen libro que nos recuerda como asienten los orientadores de los institutos. Y yo he pasado por muchos institutos.

lunes, 11 de noviembre de 2024

Bellas artes. Segunda temporada.

Vuelve a luchar Bellas Artes en su segunda temporada contra la nueva corrección política, contra las políticas de género convertidas en degeneradas, contra el número y la (falsa) nueva igualdad. Si con la pandemia covidiana nos vendieron aquello de que “saldríamos mejores” (y un pijo, también), Bellas Artes es un acto de rebeldía contra los filibusteros, contra los piratas de traje y ministerio, contra aquellas autoridades que nos hacen cautivos en un mundo en el que nos va a hacer falta una aplicación para poder saludar y dar la mano a cualquier persona a menos que no queramos ser denunciados por cualquier delito que la nueva cultura política ha instalado (y ha venido para quedarse) entre nosotros (y nosotras, y nosotres, por supuesto, por supuesta, por supueste). Pero también va el asunto de cuentas en las Islas Caimán, de pensar que te están utilizando, de que todo es mentira y de que las casualidades no existen. Todo el mundo desaparece, y, si se puede, bochorno y cuernos y mierdas varias. Nada como que te engañen para mostrar la incredulidad. Vivan los cojos. Y los que persiguen al marxismo internacional. Todo mentira, hasta la pluma de Gadafi y la capacidad pesebrística del chantaje emocional. En este mundo de caudillos que es el arte, nada como que te restrieguen la falsedad en el morro. ¿Qué mierda es una performance? ¿Por qué los locos no se dan con dos piedras en los huevos como nos decía el tío Manolo? Ríanse de las actuaciones ajenas: “Todo lo que está mal. El arte como competición es una mierda. Los museos se están convirtiendo en parques temáticos. Los ministerios están llenos de burócratas, cuando no de parásitos. El mundo del arte es realmente a día de hoy un circo para esnobs”.

domingo, 27 de octubre de 2024

Ropa tendida

Al leer en papel, todo parece distinto. No he contado las veces que escribe Óscar García Sierra la palabra desindustrialización en Ropa tendida. Aunque debería llamarse desasosiego. Empieza RT describiendo al típico desocupado tras la jubilación “temeroso de que le recriminen su tiempo libre”. Recuerdo que cuando prejubilaron a mi padre con 53 hubo compañeros que se quitaron de la circulación, simplemente porque no sabían dónde meterse, ese tipo de gente que “lo único que ha hecho ha sido trabajar y protestar, como si la vida fuese una máquina de caramelos y él llevase años pidiéndole agua y quejándose porque no tenía tiempo para comer caramelos”. Pero aparte de ponernos en situación con la desindustrialización, ÓGS nos mete de lleno en el berenjenal de politóxicomanos y de gente que busca un plan b porque el plan a ya no daba para mucho más, y hay una espiral de fiesta, aunque “hace tiempo que ya es tarde”. Las frases y metáforas que utiliza ÓGS describen a la perfección una situación en la que miles de familias entraron, una dinámica sin solución de continuidad que es como ese edificio viejo que sigue en pie y no sabemos si lo habitan ocupas, o ratas, o ocupas comiendo ratas: “Hay quien piensa que estar destruido hace a uno indestructible, y quien asegura que sucede al contrario, y que cuanto más destruido está uno más se puede destruir. Pocas veces el lenguaje tiene tanta importancia como cuando se hacen juego de palabras con el sufrimiento”. En esta historia de tropezones en la que “cada tropiezo calle abajo parece definitivo, pero al final solo acaba siendo el anuncio de otro tropiezo mayor”, se huele el sudor y la colonia barata, se huele al yonki en primera persona del singular y su rutina (“todas las noches se parecen tanto que es imposible saber cuándo suceden las cosas”), el maltrato y la dejadez, el bar como refugio (“todos los bares baratos se parecen, todas las noches en el bar son iguales) y ese infierno que es personal pero puede llegar a un triple salto mucho mayor aunque no estés en Méjico (“a pesar de que todos los clientes tienen los mismos problemas y ninguno tiene ganas de vivir, todos piensan que el borracho de al lado está peor”). Y en ese paisaje, solo hay tristeza porque “crecer es como una carrera a ver quién se da cuenta antes: tú de que tus padres nunca han sido felices, o ellos de que tú no vas a serlo nunca”. Procuro decir a mis alumnos que pensar te mete en líos, y ÓGS nos dice en RT que “una carretera provincial no es el mejor sitio para no pensar”. Y apostilla: “Conduciendo entre montañas y fábricas abandonadas cualquiera puede acabar pensando que la desindustrialización es un decorado diseñado especialmente para sus problemas personales”. Y entre caminos, pensamientos y pollos varios, “a veces, sobre todo en un pueblo todos los caminos llevan al mismo bar”. Y entonces, ese edificio, el de las ruinas, los ocupas y las ratas, se viene abajo: “Siente que todo se derrumba y que, para bien o para mal, se encuentra a gusto entre el escombro: el escombro es su casa”. Y todo porque la falta de alegría lo ocupa todo, absolutamente todo: “A veces el secreto de la felicidad es ocupar poco espacio en la oscuridad, consolarse con la infelicidad en habitaciones felices en un mundo infeliz”. Y entonces solo queda una, escapar, o bajar al lugar de habitual costumbre: “Los hombres que llevaban siglos picando en la mina o conduciendo carretillas, usando maquinaria pesada o jugándose los dedos cada día en cualquier máquina, ahora estaban a salvo en los bares”. Pero bares aparte, el relato es esclarecedor: es la España que no sabe si madrugar o seguir de fiesta, si abrir la habitación del hijo esperando un saludo cariñoso o un exabrupto, si contestar a las palabras del ex con malas o peores palabras, si desear huir del domicilio familiar sabiendo que cuando todo salga mal tendrás que compartir ronquidos y olor de pies en la misma habitación que la madre. Y ese retrato, aunque duela leerlo, es enriquecedor. Un buen lienzo nos ha dejado, bien lleno de humo atrayente, ÓGS en Ropa tendida.

sábado, 26 de octubre de 2024

The Responder. Segunda temporada

Cuando ya está acabando la segunda temporada de The Responder, allá por el quinto capítulo, escuchamos eso de “ríndete a lo que eres”. Y es así. The Responder está repleta de fatalismo, de un fatalismo del que no puedes escapar y que te persigue, y hace que cada vez los asuntos se retuerzan un poco más y te haga explotar la quijotera. Y con ese fatalismo (¿he escrito ya fatalismo?), se tuercen las cosas en la familia, en el trabajo, a la hora de misa, en el accidente cotidiano, en ese pasado que siempre está ahí para recordarte que tu vida es derrota y encima en el descuento te marcan otro gol, en ese pasado todo puede empeorar. Y cuando todo empeora, sólo te queda seguir o escapar. No hay medias tintas: martillo en la cabeza o precio por ella. Una serie difícil por momentos por su crueldad, por su falta de escrúpulos, por su realidad sin barniz ni fachada edulcorada, por su cinismo en unos personajes llenos de remordimientos. ¿Qué seríamos capaces de hacer en caso de necesidad? ¿Robar a un padre? ¿Quién no ha pensado hasta dónde llegaríamos por lo nuestro? Lo dicho: “Cuida de tus herramientas y ellas cuidarán de tí”.

viernes, 25 de octubre de 2024

La isla de la mujer dormida

Ahora que apenas tengo tiempo para la lectura parece que disfruto más los libros que leo. La isla de la mujer dormida deja buenas frases, y, comparándolo con las últimas obras revertianas, lo pongo en un escalón superior. En esos años treinta, entre guerras y desplomes, tocaba supervivencia y en el caso de LIDLMD, “la misión de un marino de guerra es hundir barcos enemigos”. Pero a lo largo de la novela, parece que hay demasiados paralelismos con el presente, de lo local a lo internacional, desde el voluntarismo obligado de la España nacional a la huída del sombrero burgués en la republicana. Escribe AP-R “que la perspicacia también es una forma de cultura” y en LIDLMD vemos, con detalle, esas situaciones que llevaron al mundo a esa barbarie. La novela ahonda en las ausencias temporales (la familia que está lejos pero tampoco se añora, el matrimonio que convive pero busca un final más pronto que tarde) y en la evasión de las bibliotecas, en la locura de las ideas llevada al extremo y en el escapismo vital de esa lata de conservas que es la vida. Va dejando perlas sobre la normalidad de esa cooperación entre personas que se ven obligadas a la crianza: “A nosotros no nos dotó Dios con ese monstruo social creado por el cristianismo que es la familia convencional”. Y apostilla AP-R: “Se corre mal con un niño en brazos mientras arde Troya”. Sobre las ideas hay lugares comunes que podemos subrayar en un rojo más o menos intenso: “Soy anticomunista; por supuesto, sobre todo ahora, cuando al concepto más o menos sano del pueblo lo sustitueyen palabras como proletariado y populacho”. O un poco más intenso todavía: “La sospecha permanente es el estado natural del buen comunista”. Incluso el concepto de patria (“por confusa que sea la idea que tenemos de ella”) siempre es bueno recordarlo ahora que “hay virtudes que sólo existen en los libros”. Y, hablando de la patria, asegura el autor: “La única forma de amar a España es mantenerse lejos de ella”. Subraya AP-R el poder de los resentidos que acceden al poder y se vuelven más dogmáticos que el mismo dogma, aunque todo es mentira porque, “como cuentan los turcos, quien cuenta la verdad es expulsado de nueve pueblos”. Pero puestos a contar mentiras, “no era tan difícil mentir si utilizabas la verdad para envolver una mentira”. Pero igual que en LIDLMD, el viejo continente con pies de adobe sin pedefeizar, tiembla entonces como ahora: “No concibo que Europa renuncia a ser el faro de la civilización superior que iluminó el mundo”. Se habla en la novela de guerras accidentales, de mucha soledad, de rincones, de libros que salvar si hubiese incendio, de cumpleaños diablescos, de tumbas sobre las que dar vueltas y sobre todo, de esa Europa sin solución: “Hasta los bárbaros son ahora vulgares, reemplazados por anarquistas, comunistas, nazis o fascistas que pretenden sentarse a nuestra mesa”. Un buen recordatorio de lo que nos puede volver a suceder si no enderezamos el rumbo en ese mar endiablado en el que vivimos.

viernes, 18 de octubre de 2024

Como se hizo la guerra de los zombis

“¿Qué hace uno si debe tomar decisiones, aceptar una penitencia y reconstruirse como persona después de que la vida lo haya sometido a un bombardeo de saturación?”. Después de la lectura de Cómo se hizo la guerra de los zombis, de Aleksandar Hemon, uno no sabe si todo era una broma, o la broma era el todo. O quizás esté equivocado en sacar conclusiones, sobre este libro o sobre cualquier otro libro, porque todo es mentira. Escribe AH que “la guerra destruye todos los antes”. CSHLGDLZ es la historia de un terremoto en una vida que, en apariencia estaba bien (o superficialmente bien, que diría el hombre de la camisa verde) y que, de pronto, como suele pasar en los conflictos, degenera y se va al traste. La historia de un tipo y una familia que escribe como evasión o como escape, pero que se pregunta que “escribir no vale nada si no acarrea la agotadora e irresoluble carga de las decisiones sin consecuencia alguna”. Cuando juntas en una frase “acarrea” y “consecuencia”, cualquier asunto es posible. CSHLGDLZ deja una serie de descripciones y oraciones que nos llevan a creer que en la escritura está la salvación (¿acaso no lo está?). En este “proceso de cafeinización”, AH habla de internet como “la red mundial de las tentaciones” o de un porro como de un “inhibidor casero del atrás”. En la retahíla de pensamientos, no solo del gran Baruch, con el que va sazonando la ensalada de papeles de la portada, nos lleva a preguntarnos sobre la inspiración y su ausencia mientras recuerda a la ancianidad (“La señora Alzheimer, de soltera cogorza”) es lo que sobrevivimos, nos encontraremos. Pero va más allá porque “cualquier cosa puede ser causa accidental o del miedo”. Nos hace pensar AH sobre la posibilidad de errar continuamente (“en estos tiempos no se puede hacer nada sin efectos especiales”), de mirar por encima del hombro (“exhalaba un difuso aroma de desprecio hacia todos los débiles”) o sobre no llegar a cuartos de final en la Champions de nuestra vida (“grandes capitanes de empresa de la industria del fracaso”). Con la guerra de fondo (o G.W. Bush, en la tele), se muestra esa realidad, queda claro que “los hombres piensan, también beben y así establecen sus vínculos”. Pero no sabemos aparentar, porque nos preocupamos “mucho de que no se note” esa preocupación. Y también nos equivocamos al pensar un poco más allá en el tiempo de reloj, porque “eso de estar siempre conjeturando cómo será el futuro es una deficiencia humana”. Y entre descripción (“profundamente posmenopaúsicas” y descripción (“El mundo es una pequeña Bosnia”), seguimos avanzando páginas y preguntas: “¿Qué les pasa a los niños? ¿Y cómo es posible que lleguen tan fácilmente y con tanta naturalidad al estadio de superjodidos?”. Y apostilla AH: “Puede que se haya quedado en coma para siempre. Dios tiene mucha paciencia”. También escribe, a su ritmo inconexo, sobre “la suspensión de la incredulidad”. Pero en la mentira pensamos en personas y cópulas, en el envejecimiento de las películas, en la forma en que aburren los profesores a sus alumnos, en el mapa de Israel, en las costumbres adolescentes, en las habitaciones estudiantiles copiadas de ejercicios anteriores, en el infelicidad del mundo, en la forma de chillar de los perros cuando son ahorcados. Todo eso tiene CSHLGDLZ. Eso y mucho más tiene CSHLGDLZ. Aunque, ahora que es época de pinchazos, la pregunta tras CSHLGDLZ, sobre todo, es encontrar la que “lucha contra el sufrimiento y la cordura”. Menuda vacuna sería esa. Pero, siguiendo en esa premisa de lucha contra la verdad, nos encontramos con frases ilustrativamente bien construidas, con o sin música de fondo: “La historia americana: nos reinventamos con el fin de castigar a otros por lo que creemos que hemos sufrido en nuestra versión anterior”. Y en esas, en CSHLGDLZ, vemos diferencias entre pesadillas, porque la vida es una pesadilla. O no.

sábado, 12 de octubre de 2024

Ese himno del que nadie habla y a muchas personas le gusta

Industry. Tercera temporada.

“Ha hecho más daño a este país que los colegios privados”. Con Industry nunca sabes. Nunca sabes nada. Barcos, padres malversadores, fotógrafos, teléfonos y llamadas que no siempre tienen motivo. O quizás, puede que sí la tengan. “Los luditas siempre afilan los cuchillos con los rebeldes”. Quizás pudiera yo también “dormir mejor debajo de mi mesa”. Industry va de resurrección, de vuelta a una jungla en la que todos los bichos sacan el colmillo pero se acostumbran a carne humana demasiado pronto y lo demás sabe a a rancio. Ella, elle, él. Se habla de la carta blanca a la intolerancia, pero no siempre se entiende bien esa carta blanca. Viva el nepotismo. “Nada motiva más que la muerte”. Pero sigue sonando la misma música, aunque “tengamos que hacer frente a la tormenta en un barco de mierda”. Industry nos lleva al casco con traje, a la decisión encorbatada: “Otro día en la mina privatizando beneficios y socializando pérdidas”. (2) Pero como todo es mentira en esta historia de empresas y acciones y perrerías con cadenitas regaladas, el relato se resume así: “Esto es solo gente apretando botones, y apretamos los botones que nos benefician o hacemos que la gente apriete los botones que nos benefician y las personas también son botones”. O botones o humo. O espejos porque en Industry “diseñamos la realidad” porque todo es mentira. Viva Formentera. Pero suenan las campanas, redoblan, y vuelven a redoblar y hay que volver a misa. Siempre a misa, aunque no tengamos aeropuerto para volver y el agujero de la camiseta en el sobaco es, como no podría ser de otra manera, más grande. Y en el río no hay peces bebiendo, están buscando un bar en el Támesis. Ñam, nam: sándwich de queso para todos entre rumor y rumor o, como dicen en Industry, “charla barata protofascista”. Pum, pum, apostillando en el cristal una chinita chinarresca: “Tengo una lista infinita de puntos ciegos”. Y luego, el susto: ”El cáncer es como nuestro negocio, un país con su propio lenguaje”. O no. Frases paternas que siempre se recuerdan: “Si de verdad quieres condenar a un hombre, enséñale cómo se cuenta”. Padres, hijos, muerte, decepción, tratos preferenciales. Pero al final eso es la venganza, “lo que nos hace levantarnos”. Viva el dolor. Viva el dolor ajeno. Viva el disfrute del dolor ajeno: “La nostalgia sólo es útil cuando vendes algo”. Viva el riesgo y la amenaza: “Quizás sea más vergonzoso confiar en los amigos que dejarse engañar por ellos”. Petacas, chivatos y sucesores espirituales. Armonía y dinero, porque “el dinero es el final de la historia y amansa a las fieras”. Pero como todo es mentira, queda sacar tajada (o anillos, o ciervos que cazar, o chalecos) y darle fuego a la prensa con más fuego. Y seguir preguntándonos si nos están utilizando, con o sin escopeta cerca, o lejos, o en ningún sitio escopetable.

domingo, 22 de septiembre de 2024

domingo, 1 de septiembre de 2024

El encargado. Tercera temporada.

El encargado no siempre deja buen sabor de boca, pero no hemos venido a esta vida a hacer gracietas para los sin gracia. No. Faltaría más. Si entramos en el tempo es para mandar a la mierda a los fariseos, a los falsarios, a los secuaces de un poder corrupto hasta el tuétano. Es cierto que no siempre las compañías son buenas, pero es lo que hay en el lienzo: chusma variada, con o sin traje. Y ese pasado, el que te dejó de lado, también tiene un espacio en un capítulo inolvidable, lleno de humor y rencor, de preparación y engaño, de fruta podrida y ejercicio de invisibilidad futura. Ahora que nos preguntamos tanto por la calidad de los líderes, debemos ir un paso más allá: debemos buscar la eficiencia, cueste lo que cueste. El encargado no va de quedar bien. No. Va de eficiencia. Y si tienes que ser un cabrón para ser eficiente. O eso entiendo yo. Aquí no hay odas baratas sobre el futuro. El encargado, cargado de matices y sarcasmo, va del ahora, de aprovechar la situación y tiranizar a la gentuza, porque muchas veces hay que sacar el látigo para que borrico entienda que camino solo hay una y en la cuneta se queda mucho animal.

miércoles, 21 de agosto de 2024

Frontera, cautiverio y cultura material en la Orihuela bajomedieval

En ese mundo sin fin que es el medieval, casi todo es inabarcable. Casi todo. En Frontera, cautiverio y cultura material en la Orihuela bajomedieval, Manuel C. Culiáñez Celdrán y Andrés Serrano del Toro, estudian la captura de seres humanos y su venta en distintos mercados o en territorios fronterizos, conformando “una actividad mercantil de primer orden que practican miembros más o menos destacados de una sociedad fronteriza fuertemente caracterizada por usos y mentalidades bélicas”. En las conclusiones del libro se habla de la frontera y se dice que “posee una gran vitalidad y porosidad en tanto que las poblaciones establecen contactos con los extranjeros o el otro, personificado en el musulmán”. Y hablando de bestias, llegamos a la página 22: “Se somete al otro porque es infiel, siendo en ocasiones considerado como una bestia y es aceptable usar de él como un objeto de cuya posesión se puede extraer un beneficio en forma de trabajo o meramente económico”. Y en ese contexto fronterizo, se habla de razias y algaradas, de tinajas y cofres, de camas y diferencias: “La oposición al diferente, en el caso occidental al islam, es el argumento perfecto para mantener una actividad que genera ganancias a todas las partes implicadas en el proceso, sobre todo a partir del siglo XII en la península Ibérica cuando el mercado se expande a consecuencia del avance cristiano sobre al-Andalus”. Dinero llama dinero, como llama al rosario o al toque de campana, y, entre baño y baño, “la cautividad y la esclavitud son fenómenos evidentemente mediterráneos”. Pero no sólo entre baño y baño, también en zonas más septentrionales como indican los autores: “Aunque la demanda se surta no solo en los espacios de contacto entre cristianos y musulmanes, sino en las zonas fronterizas entre esta última civilización y los pueblos africanos, ampliándose después hasta el centro y norte de Europa”. La lectura de FCYCMELOB es explicativa (nos ayuda a saber lo que hacía el exea o el alfaqueque, a diferenciar cautivo y esclavo o como ese corriente de esclavos no es sentido único, sino que es de doble dirección entre cristiandad e islam. Pero siempre con el dinero por delante: “El beneficio económico es el eje motivador del proceso bélico, más allá de la lucha contra el islam como justificación esgrimida por la iglesia y la monarquía”. Además, FCYCMELOB nos recuerda treguas de las que no siempre se acuerda uno (Majano), nos recuerda la percepción del mudéjar (“como un peligro para los cristianos y la integridad del reino”), nos recuerda intercambios de miel y aceite pero dentro de esa frontera “de visión negativa del otro”. Y también nos ilustran los autores con esos personajes “dedicados a vivir exclusivamente de la lucha, ya fuera declarada o soterrada”. Y martillean: “Esta tipología de persona al límite de la ley era necesaria en la mentalidad de esta sociedad, sobre todo en momentos de crisis” ya que “la cautividad era uno de los negocios más lucrativos tanto en su vertiente terrestre como en lo que se refiere al corso y la piratería marítima”. El dibujo lo completan con información sobre “el séptimo habitual”, los cambios mentales (“esta sociedad ya ha comenzado a sustituir la desigualdad basada en el nacimiento por la que se sostiene en la fortuna”) o el papel de la burguesía en el asunto de la cautividad. En la segunda parte del libro, Serrano del Toro se centra en la vivienda y cultura material en Orihuela durante la Baja Edad Media, insistiendo en que “en los últimos años, la vivienda medieval viene siendo objeto de la atención de los especialistas”. Y en este particular, el autor subraya “la importancia del análisis de un inventario de bienes que va a reconstruir la realidad material a nivel macro en el cuadrante sur del área valenciana”. Y en ese caso concreto de inventario, se diferencia los bienes inmuebles (viviendas, propiedad agrícola), de los muebles (muebles y utensilios, textiles, en tres ámbitos bien definidos como cocina, dormitorio y comedor). En cuanto a las viviendas, muestran claramente el estatus del dueño; respecto a las explotaciones agrarias, leemos lo siguiente: “En la Orihuela del momento el predominio de la actividad agrícola era absoluta y la casi totalidad de miembros de la oligarquía tenían intereses económicos en ella, llegando a gestionar lo que Barrio Barrio consideró como auténticas empresas agrícolas”. Y también se da la aclaración pertinente sobre lo que llamamos cocina, antes y después del XV. Aparecen diferenciados los tipos de cocina (donde solo se cocinaba, se amasaba pan y colada, en comparación con otras más amplias de reunión y distintos trabajos), y como “se supone que una cocina debía contar al menos con un pozo cercano”, y que “también habría una pila y una chimenea”. Y en ese hábitat, respecto a la sartén, se lee que “no es difícil ver un par por cocina, evidenciando el consumo de alimentos fritos en ese hogar, y por tanto, la hipotética tenencia de aceite”. Llegando al detalle, se hace referencia hasta los materiales de realización de las sartenes o el uso de la artesa para amasar pan. Respecto al almacenamiento y transporte, también se describe el uso de tinajas (“de barro cocido, vidriado o no”), realizadas por mudéjares que hasta las exportaban. En estas tinajas, se almacenaban “sobre todo líquidos como el vino, mosto, aceita agua y semisólido como la miel, o incluso sólidos como las semillas, las olivas, el salvado, las pasas, las harinas y la sal”. Completa el cuadro la cetra, los barriles y los contenedores de fibra de formas cóncavas de cáñamo, palma, mimbre y esparto realizados exclusivamente por mudéjares. Respecto al comedor, indica el texto que “no todas las viviendas medievales disponían de una estancia destinada específicamente a este fin”. Respecto a las mesas, deja clara la lectura que “no estaba al alcance de grupos humildes”, diferenciando entre plegables, desmontables y de pie. En los asientos se citan bancos y arquibancos y también aparece reflejado hasta el “telarcito de tejer velos”, con la aclaración correspondiente sobre la obligatoriedad de llevar la cabeza cubierta por parte de las mujeres, salvo las doncellas. En la descripción del dormitorio, aparece reflejado colchón, almadraque, cortina de cama y sábanas, junto al cabezal (almohada grande) y el traveser (jergón). Respecto a las mantas, queda indicado que en Murcia las más habituales eran blancas, por delante de las listadas y completa la estampa el delantal o delantera de lino, con función ornamental. En definitiva, una lectura que nos ayuda a entender mejor esos espacios en ese tiempo determinado, que, vistos desde fuera, nos parecen totalmente inalcanzables en su globalidad.

domingo, 11 de agosto de 2024

El quinto en discordia

El quinto en discordia nos lleva a esas preguntas que nos hacemos continuamente (o que deberíamos hacernos continuamente) sobre nuestro pasado: ¿Nos respetamos? ¿Hemos olvidado al lugar de nuestra infancia? ¿Y las personas de nuestra infancia? El quinto en discordia, en ese escenario concreto (“nuestro pueblo era tan pequeño que se estaba en él de repente”), no deja lugar para piedras que saltan o que engloban nieve. Todo tiene una explicación. Y en ese mismo escenario, lleno de grupos religiosos distintos, se habla de escenas (“estaba contemplando una escena y mis padres siempre me habían advertido contras las escenas, porque las consideraban una grave transgresión del decoro”), de retratos, de publicaciones, de infiernos personales. Pero en ese ecosistema de 5 iglesias para 800 personas todo era “un reino donde no existían matices en lo relativo al bien y el mal”. Matices. Y desde esos inicios, el protagonista ve marcada su personalidad pese a que “quería demostrar a los esclavos del clero y de la superstición que la moralidad no estaba relacionada con la religión”. Sangre para todos. Sangre de Cristo para todos. Y son los bichos raros, los de los libros, los del encierro voluntario, los extraños. Reflexiona EQED sobre los enfrentamientos (“dudaba de la justicia de cualquier guerra”). Y cuando se sale de ese ecosistema de menos de mil personas, y se mete en una guerra, se te abren los párpados y las retinas y toda la vista que no se había utilizado en años, aunque las guerras no siempre se entienden (“para hablar sobre las guerras ya están los generales y los historiadores”). Y Robertson Davies, el autor, no distingue de jaurías ni perrerías, porque lo que te encuentras en la guerra “eran la típica chusma que se puede encontrar en cualquier grupo de personas”. En ese tema, en el de la guerra, se detiene con acierto: “Vi a muchos hombres que dieron rienda suelta a su miedo y se volvieron locos, intentaron suicidarse --con buen resultado o con heridas suficientes para ser dados de baja—o se convirtieron en tal molestia para los demás que nos librábamos de ellos de una u otra forma. Pero también creo que otros muchos se encontraban en mi caso: tenían miedo de la muerte, de las heridas, de ser capturados y, sobre todo, de confesar su miedo y perder el respeto de los demás”. Y apostilla RD: “El miedo de esa clase no es agudo; es una compañía constante y agotadora que hace que todo parezca, en su presencia, gris. A veces se puede olvidar el miedo, pero nunca durante mucho tiempo”. Y al final, a la caja, porque “sin la panoplia de la muerte, un hombre muerto es un objeto desesperadamente carente de importancia”. En esas reflexiones, las de la guerra, el autor destaca el mundo de las apariencias (como la lectura del Nuevo Testamento en el frente, el único libro a su alcance y que hace que al protagonista lo llamen el diácono) y como “la religión y Las mil y una noches eran ciertas del mismo modo”. Del puñetero mismo modo. Vale también, como magia que es EQED, para soportar (o ayudar o soportar), lo insoportable, porque “en las trincheras no hacía filosofía, simplemente aguantaba”. Habla el autor de las heridas que sufrimos en la vida (las que dejan cicatrices físicas y de las otras), del desamor, de lo prohibido y de la enfermedad que llega de golpe y limpia poblaciones enteras. Y el deseo de escapada, a un circo o a un transatlántico, o, simplemente, a un buen libro de Historia: “Me volqué de lleno en la historia. La elegí porque en mis días de combatiente desarrollé la conciencia de estar siendo utilizado por poderes sobre los que no tenía ningún control y cuyos propósitos estaban lejos de mi comprensión”. La inseguridad también aparece reflejada, aunque no nos guste recordarla siempre: “Yo también fui un chico y sé lo que eso significa; a saber, un imbécil o un hombre preso que lucha por liberarse”. Y el martillazo, con buenas púas (“una boda es un callejón sin salida”). Y los viajes, y los olores, y los santos, y los manicomios. De todo hay en EQED: “La humanidad no soporta la perfección. La reprime y exige hasta que los santos tengan sombra”. Y la vuelta de Cristo, y las modas, y la irracionalidad, y las bodas con payaso y “los delirios del político aficionado”. Y en esta gran ópera, a bocinazos como una perra en celo o como Damon con Gorillaz, nos vemos atrapados en la familia o el infierno, porque es enorme “la gran cantidad de extrañas categorías que la palabra familia puede contener”. Pero sobre todo, EQED nos lleva a mirarnos el ombligo, a destruir ese espejo que nos embellece dentro de nuestra deformidad: “Creaste un Dios a tu imagen y semejanza, y cuando descubriste que no dabas la talla, lo depusiste. Es una forma bastante habitual de suicidio psicológico”. Y la metralla, que salpica como pimienta en parrilla, nos llega a todo Peter Pan viviente: “Debes envejecer, Boy, descubrir lo que implica la edad y cómo ser viejo. Un querido amigo me dijo una vez que desearía tener un Dios que lo enseñara a envejecer. Espero que encontrara lo que buscaba. Y tú debes hacer lo mismo o perecer. Los dioses mantienen eternamente jóvenes a los que odian”. Y como decía el hombre de la camisa verde, el que nace psicópata, muere psicópata: “Nunca he creído que las tendencias más marcadas de la infancia puedan desaparecer; quizá permanezcan como sustrato o cambien y se conviertan en otra cosa, pero no se desvanecen, y a menudo aparecen con mayor vigor tras cruzar el ecuador de la vida. Eso, y no la demencia senil, es lo que constituye la segunda infancia”. Una novela excelente para descreídos y crédulos, para todos aquellos que no se ven desde fuera ni escuchando el Angel de Massive Attack, porque como escribe RD, “creaste un Dios a tu imagen y semejanza y que, como no daba la talla, te convertiste en ateo”.

jueves, 8 de agosto de 2024

El tatuador de Auschwitz. Primera temporada.

El tatuador de Auschwitz Siempre que aparece el nombre de Auschwitz pueden pasar dos cosas: mostramos atención desmesurada o hastío. Atención porque siempre queremos saber más, siempre que una opinión sea respetable abrimos párpados y tragamos información; hastío porque se multiplican las publicaciones en cualquier estante de librería comercial los ejemplares con Auschwitz en la portada. Pero El tatuador de Auschwitz no deja indiferente. Es desasosiego puro y duro. Conocemos historias sobre A-B, pero parece que nunca son suficientes. Siempre está ese añadido de locura y dolor, de tatuaje envejecido con números que hacen del hombre simple ganado. Y en esta historia del tratamiento del hombre al hombre como ganado, que ya hemos visto antes pero que es duro de ver, solo queda reflexionar. La actual ola de antisemitismo es preocupante. No podemos olvidar el drama pasado por los errores de un pasado que estudiamos y en el que no encontramos esperanza. Ni atisbo de ella. Y la inquietud ante ese infierno no cesa. Nunca.

lunes, 5 de agosto de 2024

Mayor of Kingstown. Tercera temporada.

“Nada puede limpiar la sangre de estas manos”. Mayor of Kingstown vuelve en esta tercera temporada como se fue: saltando por los aires. Llena de pecado original, sigue buscando consuelo, aunque no lo consigue. Dice el faro de todas las oscuridades: “Yo me conformo con tener algo de paz, por retorcido que sea”. Pero no es posible. Todos los caminos no llegan a Roma, como no todos los autobuses tienen destino. Vivan los pastilleros. Vuelve Rusia, vuelve el odio racial, vuelve la familia y su defensa, vuelve lo borde y lo cafre al mismo tiempo que esa defensa, la de la familia, se vuelve insana. ¿Y qué hacer? Seguir: “No me permito sentir nada. No, tenemos negocios que atender”. La sangre sigue saltando y machando caras y corbatas, salpicando en coches, llenando puentes, subiendo el nivel del agua hasta el hundimiento. Y ese negocio, como es tan viejo como el amanecer, se cuida solo. MOK sigue con su colección de promesas rotas pero no te lleva al regalador de consejos contemporáneo porque no hace falta en ese contexto entre marrón, triste y justiciero (“¿Quieres que te de un consejo que no me pediste?"). Hágase querer por las jaulas y sus profanadores: “En la vida, los falsos profetas te prometen todo tipo de cosas. Y luego te quitan todo. Y cuando ya no les sirves, te dejan morir”. Pero a diferencia de paisajes sin bruma, en Kingstown, “el crimen sí paga”. ¿Para qué todo este sufrimiento si no sirve nada más que para padecer? Pues para lo de siempre, para colgarse medallas, para triunfar en un jungla despiadada, para sobrevivir en un zoológico que mengua y crece con bestias sin control: “Y es esa angustia encantadora, en esta vida de mentira, lo que te da poder”. Y ante este panorama lleno de fantasmas, en el que “el rey cae y le sigue la corte”, sólo nos queda la Biblia: “¡Cómo han caído los valientes en medio de la batalla!” (2 Samuel 1:25). Y mientras, ponemos la tele porque “nada mejor que espiar peleas ajenas”. Vivan las peleas ajenas bien hechas.

domingo, 4 de agosto de 2024

El ministerio de la guerra sucia

El ministerio de la guerra sucia se ha vendido como la última de Guy Ritchie (cuando en la penúltima de Guy Ritchie vimos que solo las primeras dos píldoras de la serie eran de Guy Ritchie, lo demás era chicle estirado). Ahora que todo es etiqueta plataformizable, hay que vender (y si es de APV, más venta). Con menos chascarrillos de los habituales (“siempre un ojo en la banda y otro en el pub”), a Ritchie se lo perdonamos casi todo, y si nos trae a Eiza, siempre se lo perdonaremos todo. Churchill, Fernando Poo, la isla de la Palma, Ian Fleming y gente que mata nazis. Y en esa tesitura (la de matar nazis), nos preguntan los chicos de Guy Ritchie: “¿Con qué frecuencia funcionan tus planes?”. Matar nazis, aunque vayan de etiqueta como los de la Gestapo (“cuánto más malos son, mejor visten”). Mucho nazi muerto, la verdad. En ese sentido, no tiene pega EMDLGS, pero el infierno sigue lleno de buenas intenciones.

martes, 30 de julio de 2024

Boiling Point. Primera temporada.

Seis meses después del final de Hierve, estamos en las mismas con Boiling Point. Cuatro capítulos para estirar ese chicle de gente incomprendida, de borrachos sin payasear, de familias convertidas en capítulo del Antiguo Testamento, de catorce de cualquier mes convertido en el final de todos los meses, de facturas que se acumulan y de secretos bien guardados, de hacer cosas por el empeño de un sueño, de una utopía, de una pérdida de la inocencia en un fogón. Este zoo, el de Boiling Point, no tiene el punto porque está desenfocado: la cocina es la excusa. Todo es mentira, todo embuste, todo cena recalentada para una celebración que no es de éxito sino de agonía. Una buena serie para entender que hasta los mejores platos dejan una acidez inacabable. O no.

martes, 23 de julio de 2024

Sugar. Primera temporada.

Empieza Sugar con una razia japonesa, con una razia que nos muestra a un tipo dedicado a encontrar a desaparecidos/raptados. Pero Sugar va a su aire, aguanta el alcohol como nadie, tiembla como nadie, está obsesionado por el cine clásico como nadie y se comporta como un caballero como nadie (hasta que deja de comportarse). Deja pistas sobre el lado oscuro la serie desde los créditos, porque nada es lo que parece, o lo que parece ser, o debiera parecer. Los secretos ocultos del viejo y el nuevo Hollywood, con encuentros con entidades que van dejando pildoritas de lo que podría ser el centro de la historia. Pero no vale desviarse del tema, que entonces Sugar saca los puños, las balas, el móvil o lo que haga falta. Aquí hay adicción (“un yonqui lo es para siempre”), pero si en este mundo hemos venido a sufrir, habrá que buscar una alternativa (“en este mundo ya hay suficiente sufrimiento sin que yo contribuya”). Vuelve a plantear Sugar la eterna pregunta de etiquetar, de poner el papelito adhesivo a algo que es difícilmente clasificable. Viejo aroma a cine negro con pinceladas fantásticas.

viernes, 19 de julio de 2024

Hombres fósiles

Kermit Pattison, al comienzo de Hombres fósiles, nos dice: “Este libro es tanto una historia de la ciencia como una historia de detectives acerca del mayor misterio de todos: ¿de dónde venimos? Como buen misterio, empieza con un cuerpo”. Pero es más que eso. Son esqueletos, son cerebros, son pies, son dientes (“los dientes son cápsulas del tiempo”), son sexo (“era una estrategia de apareamiento: los ancestros humanos adoptaron la marcha bípeda para volverse monógamos”), son relación intermembral, son geología, son sabanas, son domesticación (“mucho antes de domesticar a otros animales, los seres humanos se domesticaron a sí mismos), son caníbales (“los carniceros humanos rompían los cráneos para devorar los sesos, que son ricos en proteínas y grasas”), son zonas volcánicas, son fotosíntesis, son paleoclimas, son cenizas y son cenizos enfrentados a otros cenizos. Ardi, ese esqueleto incompleto de 4,4 millones de antigüedad de la especie Ardipithecus Ramidus, lo cambia todo. Escribe el autor: “Cuanta más información obtenía, más intranquilo me sentía, ya que Ardi parecía refutar muchas de las teorías predominantes sobre la evolución”. Sorpresa sorpresa, pero hoy, sin mermelada: “Ardi fue una mujer inoportuna que sorprendió a los estudiosos de los orígenes del hombre más de lo que muchos estuvieron dispuestos a admitir”. ¿Éramos más de la Gemio o de Puente? Y en 2009, se publicitó a Ardi, y “tanto Ardi como el equipo que la descubrió parecían ser personas non gratas. Llegaron a referirse a una de ellas como el-que-no-debe-ser-nombrado”. Y apostilla Pattison: “Se despertó mi curiosidad. Cualquiera que no deba ser nombrado, sin duda, debe ser entrevistado”. Y ahí, justo ahí, aparece el señor White: “Tim White, líder del equipo de Ardi, es un paleoantropólogo, un científico del registro fósil humano con fama de contar con un agudo intelecto, poca paciencia para las tonterías -ante las que salta a la mínima-, una larga lista de descubrimientos y un listado aún más largo de enemigos”. He de reconocer que no me gustan los robapiedras. Me generan recelo. Pero esta historia de robapiedras va más allá del expolio y el señor White, como si fuera un personaje más de Reservoir Dogs, es atrayente: “Tenía una mente enciclopédica, era sarcástico y escandalosamente poco diplomático: tachó a un colega de idiota, a otro de carroñero y a otro de payaso, y a muchos colegas los redujo a la categoría de cabronazos”. Pero no era un recién llegado, y, los que lo rodeaban, tampoco: “Varios investigadores de Ardi eran veteranos del equipo que interpretó el esqueleto de Lucy en las décadas de 1970 y 1980”. Toda esta historia se trata “de una odisea científica que comenzó antes de que existiera algo llamado internet y que abarcó la carrera de seis presidentes de USA”. Más por parte de KP: “Esta historia es un viaje al pasado remoto para encontrar ancestros, animales, entornos e incluso un árbol de la vida diferente a los que reconocerían en nuestro mundo moderno”. Entornos. Vivan los entornos. Vivan las canciones de David Holmes. Pattison, sin prisa y con muchas páginas, habla del pasado de White, de su pasado con los Leakey, de su pasado con Lucy, de su pasado en Laetoli, de su pasado con el jefe de expedición Desmond Clark. El autor también se recrea en los cambios políticos de Etiopía, en la guerra Etiopía-Eritrea y de los cambios sociales y de mentalidad del país: “Los ideólogos marxista-leninistas no veían con buenos ojos la idea de que el comportamiento humano tuviera un origen biológico”. Ni más, ni menos (o dadme unas esposas, que decía EHDLCV). Resalta también de distintos personajes como Berhane Asfaw, Suwa, Owen Lovejoy, Johanson, de amigos, colaboradores, enemigos, secuaces y robapiedras de distinta calaña y diarreas varias. A veces, leyendo con interés, no sabes si el protagonista es Ardi o White. Más sobre White: “Para evitar que lo reclutaran y enviaran a Vietnam, White dejó de comer para que su peso estuviera debajo del mínimo exigido por el ejército”. Personaje, geniecillo loco o escapado de manicomio: “Solo quería conocer el pasado, fuera cual fuese. Exigía datos, hechos concretos y fríos, y no tonterías académicas o gesticulaciones teorías”. Y apostilla KP: “En lo que a White respecta, no existe más que una versión de la verdad”. Y con el libro aprendes mucho, la verdad. Sobre dientes (y no solo sobre la muela del juicio); sobre piedras (“La historia de la vida está escrita sobre todo en roca sedimentaria, pero su cronología está escrita en su mayor parte en roca volcánica); sobre carbono 14; sobre la evolución del cerebro; sobre los dedos y sobre el espíritu de Jerry García (vivan los Grateful Dead). Pero también entiendes el odio entre estos tipejos sin escrúpulos, que luchan por su nombre y por lo suyo. ¿Entonces? ¿Con quién estamos? ¿Con los malos o los muy malos? Escribe KP al respecto: “Imaginemos que la evolución humana fuera una obra de teatro. Los tradicionalistas, como el equipo de Ardi, se centraban en la progresión general de la trama, mientras que los cladistas, como Tattersall, lo hacían en el elenco de personajes y sus relaciones: mientras más, mejor”. ¿Y el árbol? ¿De verdad es ese árbol nuestro de todos los sueños? Hay que seguir leyendo: “Nuestra familia no siempre fue tan homogénea. Al menos otros cuatro ancestros humanos arcaicos de todo el mundo coexistieron en algún momento con Homo Sapiens”. Repetimos: ¿entonces? Piedras, huesos, no queda otra, solo podemos robar una cosa porque “los fósiles valen más que mil palabras”. Resulta, entonces, como en el Dirge de Death in Vegas (si no es imposible bailar así), que “los humanos somos zanquilargos, y la longitud aproximada de nuestras extremidades anteriores es del setenta por ciento de las posteriores” (sigamos bailando). Columna, pie, pelvis, problemas lumbares, vértebras. De todo aprendes con este libro, si es que consigues no pararte a buscar información de cada línea, de cada párrafo, de cada recreación. Pero desde la negación ajena se pasó al reconocimiento, porque “poco a poco, la profesión empezó a enfrentarse a la dura realidad de que los hombres más odiados de la paleoantropología podían tener razón en muchas cosas”. En definitiva, un libro con el que aprender muchísimo.

jueves, 18 de julio de 2024

Perder el juicio

En la última frase de la contraportada de Perder el juicio, se puede leer: “Como dice Harwicz, se escribe una novela cuando se está en desacuerdo con el sentido de las palabras, cuando dejar de mentir es imposible”. Cierto, porque todo es mentira. No hay ningún tipo de límite en Perder el juicio. Ariana Harwicz lo deja claro desde la página 12 de esta edición de Anagrama: “Nunca se puede saber de antemano en lo que alguien puede convertirse”. Con el hombre de la camisa verde, siempre se repetía lo mismo: “De tarantinianos a chistes ambulantes”. Todo mentira. Tanta crisis existencial para acabar haciendo actos primarios. Apostilla AH: “No se decide nada a lo largo de una vida, uno va siguiendo con debilidad la propia vida por los caminos que te van indicando, las vas tratando de alcanzar sin firmeza siempre a unos pasos de caer en un barranco, pidiendo ayuda a la persona equivocada, haciendo autostop en una carrera peligrosa, huyendo de donde había que quedarse, quedándose por error”. Como todo es mentira, somos irrelevantes (“Podría no haber nacido nunca y todo sería igual”). Perder el juicio nos lleva a esos lugares comunes de la desesperación, de la huida con rémoras, de las cucarachas que comparten mesa contigo, del pelo en el consomé: “Puedo sentir la desconfianza del cerdo cuando se da cuenta de que lo van a seccionar vivo pero no todavía”. Y siempre nos equivocamos (lo sabemos, y seguimos fallando), y escuchamos como “el sonido de la peor opción de todas ya resuena”. Pero entonces surge el maldito listón (lo que mide, lo que esperamos que mida, lo que mida ponía en las camisetas). Y en ese listón, con ese maldito listón (con y sin Van Morrison de fondo), “tarda mucho la vida en volverse real, a veces nunca termina de volverse real”. Y apostilla AH: “Es que todo termina siendo menos de lo que pensábamos”. Reflexiona AH sobre el miedo (y su cambio de tercio, de bandada, de jauría, porque esta es una novela de caza y evasión, de religión con plan b y sin él, con canciones ausentes y otras que tararear). Ahora, con el jaleo francés (“siempre ha sido el jaleo francés”, decía EHDLCV) no está mal leer párrafos enteros de PEJ (“Todos atentos al color de la piel porque mucho universalismo y multiculturalismo pero para los de enfrente”). No está mal, porque “Francia está destinada a vivir amurallada”. Y luego, el flujo: “Hay que combatir esta adicción porque después de una gota viene el sorbo, el vaso, la botella y la intoxicación de etanol”. Y en esas seguimos, en ese inconformismo (sin capaces de vernos desde fuera): “A nadie le alcanza con el amor convencional”, porque, a final de cuentas (suma y sigue), “el amor es la indefensión máxima”. Y el conejismo llevado al extremo, y en ese extremo, todo mentira: “Cómo cambian las expresiones de los esposos cuando están solos”. Añade Harwicz, con razón total: “Tantas cosas se dicen a lo largo de un matrimonio, tantas cosas se hablan y casi nada es cierto”. Y en ese realismo de Perder el juicio, sobran espejos, porque todo se ve reflejado, absolutamente todo: “No es solo que el amor se fue, es que también se va el ensayo, la repetición, los celos, el sarcasmo del amor”. Y en este títere magistral que no exige mucho tiempo de lectura, no hay espacio para dejar fuera a nadie fuera de la diana (“amar a una madre es como entrar en una secta”). Pero todo es mentira, porque “la vida es a veces un error completo”. Y en esta novela maravillosa, hasta en el final hay píldoras mágicas: “Siempre están los que encubren un crimen haciéndolo pasar por accidente y siempre están los cínicos de su tiempo”. Que no muera el cinismo.

miércoles, 17 de julio de 2024

The Bear. Tercera temporada.

Comienza la tercera temporada de The Bear llevándolo todo al estrés, al reproche, al sermón, al dolor, a la incomprensión, al grito. Cuando todo se lleva al extremo no hay medias tintas. Siempre hay malos. Responsabilidad y éxito, estrellitas en un horizonte deseado pero imposible de pagar. Platos rotos en todos los sentidos. Vasos que hieren. Imágenes que imponen. El intento de explicación de lo inexplicable lleva a los guionistas a tejer enlaces que ni las arañas arquitectas. Pero no siempre lo hacen con triunfo, no siempre hay un Merino para rematar en Merkelandia al final del tiempo extra. Y The Bear, con este tiempo extra (¿sobra todo después de esa cena de la segunda temporada?) intenta alargar una comida que no siempre es digestiva. En este embuste con platos de menú a 115 dólares, no solo todo es mentira, sino que piden mandil limpio y planchado, manos sobrantes, embarazos delirantes y huidas hacia ninguna parte. ¿Y entonces su éxito? Solo se explica con el relato de los hechos, yendo a causas fuera del fogón, a nórdicos escenarios, a bíblicas respuestas (todo tiene una bíblica respuesta, no sé porque recordarlo una y otra vez). Y de golpe, un cuarto golpe, de frenazo en seco, de armarios que vaciar y cuartos que llenar de sofás de segunda mano, de palabras no dichas y cicatrices por hacer, de ollas de dolor y cuentas que no cuadran, de computadoras hechas de nombre y de la explicación de un presente que no se puede explicar. Y en ese viaje, en esa transición de la tortura a la felicidad, resulta que no hay felicidad: todo es estrés, todo es una foto falsa, un correo no contestado, una imagen borrosa que no se puede focalizar (o se puede focalizar y no queremos hacerlo). Y barrigas que pueden explotar, pero esperan al momento exacto para no cortar el relato, para no cortar el hilo de esa madeja que es el bocadillo nuestro de todos los días. Siempre habrá que bajar la persiana, siempre habrá que poner punto y final a ese Imperio bizantino que ni es imperio ni es bizantino, pero que se jacta de ello. Siempre habrá que intentar huir antes del funeral, antes de soportar a la madre mezcla de payasa y borracha (o payasa borracha, que no es lo mismo), siempre habrá que esperar a los cítricos que, con su jugo, envenenan todo el ruido. Siempre habrá que superar lo que somos (“Soy un boceto grabado”). Almax para todos.

jueves, 20 de junio de 2024

El simpatizante. Primera temporada.

Arrugas, espías, Charles Bronson, la reescritura de la historia, La guerra de Estados Unidos o La Guerra de Vietnam, intérpretes y contribuciones: “No apartes la mirada de la acción”. Nunca. “La mitad de orgulloso es mi máximo”. ¿Cómo medimos esa mitad? ¿Cómo cuantificar las mitades? ¿Sylvia Kristel? ¿Era esa de verdad? ¿Qué hacer? ¿Lenin? Trotsky? ¿Serna no jugaba en Croacia? ¿Krivchevski? Vaya usted a saber. Símbolos, amistad y bombas por doquier. Y la pregunta del millón, a cargo del vietnamita de turno: “¿Por qué estos ricachones presumen de ser en parte negros?” ¿Qué mitad es la buena de una dieciseisava parte? Aviones para todos, porque siempre hay que escapar a tiempo. “Yo no abandono, me retiro por un tiempo”. Muerte a los gallinas, y fuego para que no queden pruebas. Y las elecciones, siempre en torno a los capaces y a los leales, que se jodan los demás, pero “nadie puede sustituir a una madre”. Y antes del intento de escapada, ahora que Los planetas son tendencia, vivan las birras: “Hasta los cojones de los comunistas. Los comunistas podrán cambiar la cerveza por pis comunista, podrán cagarse en la belleza y la clase que tiene esta ciudad, pero no podrán borrarnos los recuerdos”. Y claro, “la patria está sobrevalorada”. Mucho. Hemingway no se podría contener ni ante la primera temporada de El simpatizante. Vivan los descontentos. Nada como un campo de refugiados para volver a la realidad. Norte, Sur, infiltrado, saber te lleva a preguntas que es mejor no hacerlas. Viva el amor a América. ¿Qué hacemos con las contradicciones? “El quid de la cuestión siempre ha sido la contradicción. Mi parte occidental siempre ha visto la contradicción como algo que hay que superar, pero la parte oriental como algo que hay que soportar. De ahí que mi parte oriental nunca tema aceptar la contradicción ante un giro inesperado de los acontecimientos y diga me lo esperaba”. Pum, pum. Vivan los marcos mentales y el feudalismo de los 60’s (¿acaso no seguimos en el feudalismo?). “Confesar secretos es lo más emocionante del mundo”. O no. Vivan los calamares. “El mundo sería un lugar mejor si nos sonrojara la palabra asesinato tanto como la palabra masturbación”. Pero como todo es farsa, toca readaptarse y pasar de general a vendedor de licor, pero sin tristeza, sin amargura, que todo con alcohol pasa mejor: “¿Cómo pueden estar tan felices? ¿Cómo pueden estar tan felices por dejar su tierra, como cobardes, y venir aquí? Alguna vez fueron soldados”. Pero no hay plan alternativo: “Las segundas patrias no existen. Una patria es una patria porque solamente hay una”. Y frases de H.C.M que llevan a enlazar conversaciones sobre lo importante de la biología, del amor a esa patria comunista, pero desde lejos, porque “no hay historia pequeña”. Pum, pum. “El amarillo no es bueno. Como la orina, asiático y con una tienda es como un tiro en el pie”.Pum, pum. “Solo el espía dirá que no hay espía”. Lagunas para todos, pero la cuestión es la siguiente: “¿Puede una pregunta hacer la veces de orden?”. Al final siempre mandan los mismos, siempre nos aterran los mismos, los que desde su poltrona controlan el cotarro: “La criatura más peligrosa de la tierra: un hombre blanco con traje y corbata”. Conforme va avanzando El simpatizante, el delirio es mayor. Cine dentro del cine, horror dentro del horror, parodia que roza lo hilarante sobre Apocalypse Now, El padrino o El último tango en París. Si, podemos intentarlo, pero “la vida es una misión suicida”. Pero ese delirio degenera en vuelta atrás, en escape sobre escape, en un horror indeterminado, en no saber cerrar un círculo. Lástima, las agonías largas, como bien escribía Manuel Alcántara, nunca son buenas.

Lo raro y lo espeluznante

Lo raro y lo espeluznante es un ensayo que te hace buscar información continuamente por alto número de referencias en el texto. Mark Fisher asegura que empezó a fijarse en lo raro tras un simposio sobre H.P. Lovecraft, y lo espeluznante es el tema central de un audioensayo (On Vanishing Land) de 2013. ¿Qué los une? Escribe Fisher: “Lo que tienen en común lo raro y lo espeluznante es una cierta preocupación por lo extraño”. La parte de lo raro empieza con “Fuera de lugar, fuera de tiempo: Lovecraft y lo raro”, en la que el autor asegura que “lo raro es un tipo de perturbación particular”. Pero da muchísimos matices: “No es que lo raro sea erróneo, sino que nuestras concepciones deben ser inadecuadas”. MF dice que “cualquier debate sobre ficción rara tiene que empezar con Lovecraft”. Es más, dice que con sus publicaciones en revistas pulp, “inventó el cuento raro”. En ese contexto, dice que “las historias de Lovecraft tienen una fijación obsesiva con la cuestión de lo exterior: un afuera que irrumpe a través de encuentros con entidades anómalas desde un pasado lejano, en estados alterados de conciencia o en giros extraños de la estructura temporal”. En ese sentido, añade palabras como conmoción, psicosis, placer, dolor y que la obra de Lovecraf (y está bien) no da miedo: “La fascinación es una sensación que comparten los personajes de Lovecraft y sus lectores”. Y para acabar, subraya: “En Lovecraft hay interacción, intercambio y, sin lugar a dudas, un conflicto entre este mundo y los demás”. Y siempre, la guerra, poniendo el trauma de lo nuevo (IGM) [hasta cita a Escher]. La segunda píldora, “Lo raro frente a lo mundano: H.G.Wells”, se centra en la lectura de su obra La puerta en el muro, con una “ficción rara que siempre nos muestra un umbral entre dos mundos”. Y en esas, sale la puerta verde, ya que “la puerta siempre ha sido un umbral que conduce más allá del principio de placer, al mundo de lo raro”. La siguiente aportación, sobre lo grotesco y lo raro, nos lleva al grupo The Fall, sobre todo a su etapa entre 1980 y 1982, porque según MF, “como en lo raro, lo grotesco nos habla de algo que está fuera de lugar”. Añade el autor: “Desde el punto de vista de la cultura oficial burguesa y de sus categorías, un grupo como The Fall -de clase obrera y experimental, popular y modernista- no podría ni debería existir, y en The Fall destacan por la manera en que esbozan un política cultural de lo raro y lo grotesco”. En su disco de 1980 (Grotesque), según Fisher, nos encontramos “cuentos, pero contados a medias”. Con la cuarta pildorita, el autor se acerca a Tim Power (Atrapado en el círculo de uróboros), citando Las puertas de Anubis en la que TP hace “una propuesta fabulosamente imaginativa sobre la paradoja del viaje en el tiempo”. Hace mención al rizoma desarrollado por Deleuze y Guattari en su obra “Capitalismo y Esquizofrenia”. Cita Matrix, Stars Wars y se pregunta: “¿No será que todas las paradojas tienen un toque de rareza?”. En el siguiente apartado (Simulaciones y alienación: Rainer Werner Fassbinder y Philip K. Dick), nos habla de las imágenes de Escher y de que “hay otro tipo de efecto raro: el que generan los bucles extraños”. Añade referencias a la adaptación como película para televisión de Fassbinder de El mundo conectado y de la novela de Dick Tiempo desarticulado en la que “la novela aborda el realismo literario como una especie de disneyficación”. Y, como no, acaba citando a Jameson y su obra El postmodernismo como lógica cultural del capitalismo tardío. Reflexionando sobre David Lynch titula la siguiente píldora como Cortinas y agujeros. Habla de Terciopelo azul y de la serie Twin Peaks con la constante de la “oposición entre un Estados Unidos de pueblecitos idealizados y diversos mundos subterráneos o ajenos (criminales, ocultos)”. Escribe Fisher: “Las cortinas ocultan a la vez que revelan; no marcan un umbral, sino que lo constituyen: son una salida al exterior”. Sobre Mulholland Drive, escribe que “cualquier realidad aparente reside en un sueño”. En la segunda parte del libro se acerca a lo espeluznante, que para el autor “merece ser, por derecho propio, un tipo particular de experiencia estética”. Añade que “se adhiere a ciertos espacios y paisajes físicos” y que se “constituye por una falta de presencia o una falta de ausencia”. En este particular, cita el final de la versión de El planeta de los simios de 1968, habla de Stonehenge y de la Isla de Pascua y asegura que “Lo espeluznante tiene que ver con lo desconocido; cuando descubrimos algo, desaparece”. En otro apartado se refiere Daphne de Maurier y Christopher Priest, con sus cuentos que fueron llevados al cine como en el caso de Los pájaros de 1952, en el que tiene un papel fundamental la radio: “Hacia el final, la BBC deja de emitir. Y el silencio significa que estamos de manera definitiva en el espejo de lo espeluznante”. Obras como La afirmación y El glamour, de Priest, “se articulan alrededor de ausencias, vacíos que deberían estar ocupados por ese algo que realiza la acción”. En las siguientes piezas (Algo donde no debería haber nada. Nada donde debería haber algo) y (Acerca de la tierra que desaparece: M.R. James y Eno), cita la versión de 1978 de La invasión de los ladrones de cuerpos y lleva el asunto a su terreno de estudio: “El puerto es un signo del triunfo del capital financiero; es parte de la infraestructura pesada que facilita la ilusión de un capitalismo desmaterializado. Es lo espeluznante que se esconde bajo el relumbre mundano del capital contemporáneo”. A los sucesores de James (Nigel Kneale y Alan Garner) les dedica el siguiente capítulo (El tánatos de lo espeluznante), asegurando que “muestran demonios inorgánicos o artefactos que han sido exhumados y que actúan como motores fatídicos que arrastran a los personajes a compulsiones mortales”. Y añade: “La jugada típica de Kneale es darle una vuelta de tuerca científica a lo que antes se había considerado sobrenatural”. Resumiendo, “la vida es un reino de muerte”. Se centra en la saga Quatermass, cita la obra de Ballard (El mundo sumergido) y ya comienza a referirse al 2001 Una odisea en el espacio de Kubrick. Cita la novela Red Shift, de Alan Garner y asegura que “no leemos la historia como una serie de acontecimientos aleatorios, sino como un brazado de sucesos traumáticos”. Refiriéndose a Margaret Atwood y Jonathan Glazer (De dentro afuera, de fuera adentro), no lleva a la novela de la primera de 1972, Resurgir, hablando del enigma del padre perdido y en la que “lo que nos acecha no son los espíritus de la historia, sino los espacios exteriores o que se encuentran en las lindes de lo humano”. Añade Fisher sobre la novela de Atwood que “podría leerse como un amargo despertar tras la euforia militante de los sesenta”. En cuanto al film de 2013 de Glazer, Under the skin, “la contribución final de la película es recordarnos la sensación de lo espeluznante que es intrínseca a nuestras inestables concepciones de sujeto y objeto, cuerpo y alma”. Hablando de huellas alienígenas se refiere a Kubrick, Tarkovski y Nolan, aunque “lo espeluznante sea, para nuestra decepción, uno de los grandes ausentes de la mayoría de obras de ciencia ficción”. De estos autores habla sobre 2001, El resplandor, Solaris, Stalker e Interstellar, asegurando que esta última “consigue la posibilidad al amor espeluznante”. Para acabar (... lo espeluznante permanece: John Lindsay) analiza la novela de 1967 titulada Pícnic en Hanging Rock, poniendo énfasis en unas desapariciones que dan mucho que pensar. En definitiva, un libro para volver a recrearnos en escenarios de ficción que nos llevan a esos momentos que meten el miedo en el cuerpo.

sábado, 15 de junio de 2024

Amarilla

Amarilla toma la excusa de la literatura para hablar de uno de los temas fundamentales de la vida contemporánea: los celos. Los celos por lo que tienen los demás, la envidia de comprar cosas que no necesitamos, pero no tenemos dinero ni para necesitarlo. Y el mundo editorial, retratado tan a menudo por una élite caprichosa, es descrito por Rebecca F. Kuang como un nido de víboras, como un pozo del que pocos se salvan dentro del agua insalubre. Anguilas para todos. Elitismo, postureo y sobre todo, Twitter cuando se llamaba Twitter. Kuang escoge la red del pájaro como escenario del escarnio, de la persecución, del señalamiento. Escribe RFK que “los celos para los escritores se acercan más al miedo”. Al miedo al descubrimiento. Al robo, al ocultamiento, al momento en el que te ponen en una diana y eres foco de ciertas miradas, aunque tú creas que eres el foco de todas las miradas. Pero en este mundo en el que todo es objeto de suspicacia, todo étnicamente estudiado, todo perfilado por mentes ajenas llenas de envidia, nada queda fuera de sospecha. Puestos a vender basura, “los superventas son elegidos de antemano”. Apostilla Kuang: “Da igual lo que hagas”. Y en ese escenario, “no hay mejor venganza que tener éxito”. Reflexiona la autora sobre la mentira de la nueva diversidad “porque la diversidad se vende muy bien ahora”. Pum, pum. Añade: “Los editores se desviven por las voces marginadas”. En esa gran mentira que es el mundo editorial (como todo en la vida), “cuanta más popularidad gana un libro, más popular se hace el hecho de odiar dicho libro”. Pero como decía al principio, en este nuevo mundo de redes (anti)sociales, en estas sectas de perversión, todo es meme, todo es risotada, todo es nido de buitres, todo es objeto de burla, todo es ataque desmedido: “Que te pongan de vuelta y media en internet es una especie de rito de iniciación que todo escritor debe vivir”. Y en ese hábitat, en ese digisistema, sentencia Kuang: “Nunca puedes doblegar a un trol racista por medio de argumentos”. Retrata también la autora a los grupos que intentar dogmatizar el asunto desde posturas que no son realmente altruistas porque “Twitter nos convierte a todos en ávidos jueces no cualificados”. Y respecto al autoritarismo, también encuentra su espacio que subraya con bolígrafo rojo: “No era una verdadera marxista, sino que era, como mucho, de la izquierda caviar”. Ya puestos a señalar, se recrea en la nueva persecución que acaba con la bajada de la persiana, con o sin motivo aparente: “Mi bonita cara anglosajona y yo nos hemos convertido en la víctima perfecta de la cultura de la cancelación de los fascistas de la izquierda”. Pero como todo es canción de Pink Floyd ($$), siempre hay que verle el lado económico a la disputa, siempre hay que ver lo positivo en la desgracia: “¿No deberíamos celebrar el hecho de poder sacarles los cuartos a los paletos racistas siempre que surja la oportunidad?”. Una buena novela para entender el nuevo escenario contemporáneo en el que nos movemos, el de sospecha continua.