miércoles, 26 de diciembre de 2012

Polvo en los labios

De este no me había enterado. De su publicación. Andaba yo durmiendo tres horas diarias (es mucho decir) de la capital del reino valcarcil a Cehegín, y tiro porque me toca, con huelga autobusera incluída, cuando Diego, en Zalacaín, me informa de este Polvo en los labios, toda una colección de relatos de Montero Glez que es un adelanto ya en la portada con esa brazo escayolado desde la muñeca, con un índice y un pulgar que sostiene al bicho muerto. Pero intentaré ceñirme a las letras, que para describir imágenes ya hay otros, ciegos y no ciegos en estos días de loterías ficticias y cupones sin premio, de ebriedad vaporosa y encuentros (mal)intencionados. El relato que inicia el libro y le da nombre es una historia de ascensos meteóricos y caídas endemoniadas engendradas en la figura de Chet Baker, con un final de traca en la ciudad del Ajax y de otras muchísimas cosas. Y con una frase sobre el desamparo que hiela el alma y sacude con lágrimas, que deja enmudecido y te hace callar hasta el final del libro. El segundo de ellos, El vientre de Saturno, supera al primero y nos deja un figura al que recordaremos siempre, a un tal Enrico Malatesta con una biografía que merecería un libro entero y vísceras, muchas vísceras. Y desde aquí hasta el final, ya empiezan las referencias al anarquismo que nos intentó salvar y que fue etiquetado de perverso desde sus inicios, con bicicletas incluídas. El tercero, La primera vez, es breve pero dejando un sabor de resquemor, igual que ocurre con el último de los relatos, El cuarto oscuro. Como en El Padrino, al final todo queda en casa. El cuarto, Lulú, cuenta la historia de un palo perpetrado pero, como casi todos, tarantinianos antes y después de lo del colegio verde de esta semana, que no salen como uno espera. El quinto, La mascota, es una historia de cárceles, perros, señoritas e idas y venidas a la playa, apto únicamente para futuros concejales en cárceles portuarias. El siguiente, El secreto de la Garbo, cuenta la historia a tijeretazos y lametones perrunos de Greta, sus más bajos instintos y sus amantes más traicioneras. Entre las páginas 95 y 100 se desarrolla Sin mierda en las tripas, historia de pirulas varias, una de esas que podría protagonizar el hombre de la camisa verde, que en paz descanse y al que su hermana y su cuñada, su única familia (aparte de una monja villapilariense), han olvidado para siempre. En El último sacramento vemos manteca, mucha Manteca colorá. A partir de la página 117, con El barrio de las injurias, después con Rubia de rabia y por último con El vestido de la Chata entramos en época de Alfonso XIII, tías que son hermanastras del padre, conspiraciones anarquistas, gatas ensangrentadas como pañuelos esputados con sangre. En definitiva, estamos ante unos relatos llenos de imaginación de absenta, de destellos de lucidez, de creatividad a golpes varios que no debemos dejar pasar, ni antes ni después del fin del mundo. Y todo lo demás.