sábado, 16 de marzo de 2013

Intento de escapada

Página 218 de Intento de escapada, primera línea que acaba de la siguiente manera: "maneras de barnizar lo más terrible". Barniz, fachada, todo mentira. No tengo especial predilección por los profesores, la verdad. No hay corporativismo en mí, siento decirlo. Tengo pocos recuerdos positivos de muy pocos profesores, la verdad. Es más, los que me conocen, saben que estoy esperando la muerte de más de uno (y una, que, allá donde esté, nuestra exministra de igualdad no se nos enfade y decida presentarse a las primarias de su partido y acabe siendo nuestro chiste merkeliano ambulante). A lo que iba. Que los profesores son un mal necesario, y, los universitarios, unos tipos sobrevalorados que no se dan cuenta que desde su tarima todo es distinto. Radicalmente distinto, y, a veces queriendo y muchas sin hacerlo a propósito, influyen en sus alumnos de manera desmesurada. Y creo que deberían mantener más las distancias, es así. La experiencia que cuenta Miguel Ángel Hernández en este libro es la de un propósito (mal)intencionado. El camino recorrido es siempre difícil; el de un alumno universitario finalizando sus estudios en la facultad de turno, un designio de difícil resolución. Es cierto que un alumno hace cosas impensables por sus profesores pero, no nos engeñemos: la Universidad es una casa de putas. Por eso, en los entierros de los profesores universitarios reconocemos a esos rostros con los que nos cruzamos en esos sitios que nunca mencionamos. Eso no hay manera de barnizarlo. No simpatizo demasiado con los críticos/expertos/sabiondos del arte (post)contemporáneo. Me la sudan sus artículos, la verdad. Procuro recordar siempre la frase del gran Montero Glez en Sed de Champán que aparecía en la historia del Charolito:"¿Cuantas pollas tuvo que chupar Marilyn Monroe para llegar a ser Marilyn Monroe? ¿Cuántas pollas en toda su puta vida?". Pues eso. Que por mí les pueden dar, que no son ejemplo para nadie por muchas cruces que lleven en sus apellidos. No me ha costado leer lo que escribe Miguel Ángel Hernández porque soy capaz de visualizar esa estación de autobuses, esa estación de ferrocarril, esa gasolinera que antes era verde en la que los negros se pelean (cada vez menos peleas, cada vez menos negros) por subir a un coche sin saber lo que van a hacer y sin saber lo que van a cobrar. Es más, antes de esa gasolinera, dentro y fuera del reino valcarcil, y cientos de sitios como ese (como para recordar ahora la Ley de Términos Municipales de la Segunda República). Que reconozco esos sitios, y eso me ha ilustrado con imágenes mentales las palabras en el libro de la editorial del emblema. La cuestión es sí nos prestaríamos (o sin nos prestamos) a hacer algo que sabemos que va a tener un final desagradable, de si nos preguntamos (¿lo hacemos en nuestra vida cotidiana? ¿en nuestro trabajo?) si nos están utilizando. Esa es la cuestión. Hacemos las cosas por inercia, somos incapaces de coger una silla y pensar si con lo que representamos en esta casa de putas que es la vida es desagradable o no. O tal vez sí, pero nos la suda por completo. Y no son solo los negros los que pasan hambre. Coda 1: ven influencias de tito Pableras Auster en el libro los chicos de la crítica literaria de la capital seguriana. Afortunadamente, los tres libros que empecé a leer de Auster los olvidé antes de llegar a la página 50, espero que la poca influencia que exista en el señor Hernández (Navarro) desaparezca, no vaya a ser que se nos pudra por su camino literario. Coda 2: Dos cosas que esperaba encontrar en las 239 páginas y que apenas aparecen. La primera, la música. La segunda, es el politiqueo del país en que vivimos, en plan Crematorio, porque no veo claras referencias a las lechugas ni a la Política Agraria Común de la Unión Europea.

3 comentarios:

Amor dijo...

Paso esta sin leer, que tengo el libro sin empezar.

supersalvajuan dijo...

Pues estás tardando en leerla...

Æ dijo...

Y quién dice algo sin haberse leído el libro. No se debería poder. ;-)