martes, 12 de julio de 2016

Engrenages. Cuarta temporada

Cambios y muertes que revolucionan la unidad. Juicios que perder antes de iniciarlos. Disputas, bodas de dolor, antisistemas sin escrúpulos, problemas migratorios de la Francia preBrexit y que anticipa el Frexit, mentiras de zurdos y armas colocadas siniestramente. Adelgazamiento de la base numérica del grupo de la policía judicial. Conflictos de intereses, jodiendas con vistas al incendio, jueces infravalorados que pasan del pedestal al estercolero, vinos que nunca beberemos juntos. Bodas de recuerdo y dolor, turcos que arden en busca de justica. En su línea de desesperación y brillantez, la cuarta temporada de Engrenages sigue subiendo en intensidad y dramatismo. Y en esa mezcla de semen, inmigración, golpes al sistema, líos con los saharauis, jodiendas con vistas a Turquía, armas bajo tierra, fallos judiciales y mierdas con vistas a la calle Danton, todo se va al carajo. En un momento, vendes tu alma. Es cuestión de un puto segundo. Menos de un segundo. No hace falta más para mandarlo todo al carajo. El Titanic se fue a la mierda mucho más lento. Todo es mentira, postureo, armas trucadas y partidas en las que siempre sales perdiendo. O casi siempre. Y los enfrentamientos del PKK y sus ramificaciones y todo lo que llega a la Europa civilizada, vómitos de una digestión sangrante. Y siempre hay falsarios, y robos de coches, y palabras que duelen e hijas que repiten los actos de sus madres. Y venas que cortara en una bañera rebosante de dolor y medias negras. Y el liderazgo puesto en entredicho, una y otra vez, hasta la extenuación. Y si hay que citar a Sófocles y a Antígona, pues se cita. Entre palizas y sofocones, entre infartos y sufrimientos llegamos a un final que nadie espera (o que todo el mundo espera). O tal vez si esperamos, pero en manos equivocadas. No se puede hablar de futuro en posición horizontal. No te puedes vender a opusinos ni masones. Siempre llega lo peor, y está por llegar. Y todo lo demás.