miércoles, 24 de agosto de 2016

La gran Marivián

No le había metido la retina a ningún libro de Fernando Aramburu. Por tierras departamentales llegó a mi La gran Marivián. Nada como una diva de una dictadura para meterle el colmillo. Pero sería meternos en jodiendas en llamar dictadura a una dictadura comunista, algunos se enfadaría. De hecho, algunos se enfadan. Llamar verdad a la verdad, duele. Llamar mentira a cualquier cosa, es fácil. ¿Cómo llamar al régimen que retrata Aramburu en La gran Marivián? ¿Como llamar a un ente repleto de símbolos marxistas? ¿Cómo llamar a un régimen que tiene una academia con el nombre de Rosa Luxemburgo? Tirando de manual de oposiciones, de cualquiera de los varios que tengo, llegamos a Jean Touchard. En su Historia de las ideologías políticas, Touchard, dice que el totalitarismo no era exclusivo de regímenes fascistas, ya que también se vivió durante la dictadura de Stalin en la URSS. Pues muy bien. ¿Cómo llamar a un hijo de puta? ¿Hijo de puta o decimos que es un mártir de una sociedad decadente? ¿Cómo llamar a la España de Franco? Touchard, para variar, no la llama dictadura ni régimen totalitario, sino que la llama régimen autoritario, poniéndolo a la altura del Portugal de Salazar, de la Austria de Dollfus, de la Grecia de Metaxas, de la Rumanía de Antonescu. Con un par. A lo que iba, que me estoy poniendo autoritario, o totalitario, o, directamente, leninizando. En este estado antibulario que describe don Fernando, un periodista empieza a investigar a la diva, superdiva, superestrella del régimen. Muerta, y de la muerte, a la investigación. Investigación con sarna no pica. Y va describiendo FA, con la sombra alargada de la diva, como se construyó el régimen y su monstruo, la artista Marivián y su monstruo interior. Y a la vez que investiga a la diva, a su padre, a su madre, a sus mentores, también nos ilustra con la creación del régimen, que según el criterio de Touchard sería simplemente autoritario. Viva el autoritarismo entonces. El Partido Único hace que la gran Marivián sea su imagen. Marca España, diría Cardenal. El partido tiene todo el poder y el monopolio legal y odia a la Iglesia y todo lo demás. Y cualquiera que vaya contra la gran Marivián se las verá con la policía secreta que reprimía odios al régimen, que Touchard y cualquier historiador sabría definir pero quizás no quiera definir. El Estado, con su diva y su entrepierna, con sus llantos y lamentos, es exaltado una y otra vez, en cuartos de baños y en teatros, en comedias y en tuberías de alcantarillado. Hasta las ratas marxistas tienen a Lenin en su cartera. Como debe ser, como manda el cuarto mandamiento barbudo de buen marxista. La sacralización del Estado llega a límites impenitentes. Todo es mentira en el uso de la mística del poder en torno a la gran Marivián. Si hay que agitar a las masas con su vida y su muerte, se agitan; si hay que utilizar la propaganda en cine y teatro con la gran Marivián, se hace; si hay que vestir(se) para la ocasión, uno lo hace. Como Marx manda. Pasamos, como mandan los cánones y los ojos, a vivir con el infierno de Miss Lucifer. Con el mismo infierno. Y el pasado, pasado está pero hay fotos que hacen investigar, pezones que hacen recrear(se), películas que olvidar, peleas que matizar, directores a los que preguntar, malos hábitos que resaltar, estupendas venganzas que poner en práctica. La gran Marivián es un ejercicio sano para ver las maldades de estos regímenes que los historiadores no se atreven a llamar por su nombre. Todo tiene una base ideológica y filosófica, todo tiene su voluntad y un darwinismo social que utilizar. O no. Y se llame Marivián o Kate Moss, siempre hay babas alrededor. Obsesión. La gran Marivián era un planeta sobre el que todos giraban. Alrededor, por delante, por detrás y en el mostrador. Siempre en la cresta de la ola. Siempre con el apoyo del partido. Siempre con. Siempre. El centro del universo está en todas partes, y todas partes era Marivián. La gran Marivián. La gran. La. "Me duele una mujer en todo el cuerpo", escribió Borges. La gran Marivián, con su adicción, dolía y daba placer, por mucho dolor que hubiera pasado en sus diferentes estadios. Y está muy bien llamar a Satanás, camarada de todos nosotros, marxistas impenitentes, "Secretario General de los infiernos". Algo parecido, símil lisérgico, lo llamaba el hombre de la camisa verde, pero no sabemos si antes o después del penúltimo intento de suicidio. Y cuando pasas tiempo con el Emperador, con el jefe, con el rey, con el Secretario General del Partido, en posición horizontal, tienes las de perder. Y pierdes. Y todo lo demás.