jueves, 23 de marzo de 2017

Innan vi dör. Primera temporada

Sin aliento. La primera temporada de Innan vi dör deja sin aliento desde el principio. Lo que parece un asunto en familia (madre policía metiendo a su vástago en un jardín de drogas que le lleva a la cárcel) acaba por sacar la famosa batidora de mierda, salpicando todo lo que pilla a su alrededor. Y se enreda de gran manera: bandas de moteros enfrentadas, hechos de la guerra civil de la extinta Yugoslavia que salen al presente trayendo toda la jodienda del pasado. Tal que así. Y con una atmósfera sueca de redención, de escasa luz y tinieblas exteriores e interiores. Innan vi dör también es, desde el principio, una serie de desconfianzas, de miradas por el encima del hombro, de platos rotos y cocinas sucias, de sangre entre la nieve y aeropuertos que se abandonan antes de salir. Y tiempo extra, y topos que dan información en los dos bandos, y contracciones y armas y escapadas hacia ninguna parte. Y túneles de sangre e imitadores de Jackson Teller ikeaizados, vicepresidentes que esconden secretos y que, desean, la muerte del presidente. Secretos oscuros que lo mandan todo al diablo. Viudos que desean venganzan. Krajina. Estambul. Restaurantes con sed venganza, con bajos fondos y rubias que van provocando. Tinieblas nórdicas. Cuellos con señales. Dramas bajo la tarima. Pero todo es mentira. Todos llevamos un agente doble en nuestro interior, trabaje o no para la Providencia. Y en mitad de esa gran mentira, Kaliningrado es una tomadura de pelo. Submarinos que esconden grandes mentiras. Fotografías que esconden dramas. Charcos de sangre en mitad del páramo y en la costa. Pero sigue saliendo el sol y hay que seguir cazando ratas, hay que seguir completando puntos suspensivos en mitad del drama.