sábado, 1 de abril de 2017

Ingobernable. Primera temporada.

Empieza de forma frenética la primera temporada de Ingobernable. Todo gira en torno a Kate de Castillo, que hace primera dama mejicana (siempre con jota, como diría el profesor Andreo). Y no se frena un poco hasta el tercer capítulo. Si Méjico es un manicomio, Ingobernable es una buena prueba de ello. Corrupción hasta el tuétano, que diría el mayor corrupto de la Historia sin mirar(se) el espejo. Huídas desesperadas, chips en la cadera, búsquedas sin éxito, dramas al poder, saltos al vacío. ¿"Justicia y paz para Méjico"? Vaya tela. Por mucha agua que caiga sobre los mejicanos, la mierda sigue estando ahí. Siempre. Rojo, blanco y verde para mayor gloria de Emilia Urquiza García. Y como no hay palabras para explicar ciertos asuntos, solo hay que dar(le) hilo a la cometa, explicar con saltos en el tiempo el embrollo de la cuestión. Ratas en todas las latitudes, pero en los palacios presidenciales se multiplican. Y el estiércol se multiplica en los secuaces de presidentes, secretarios y chusma en general. Y pasar del perdón al favor. Y los suburbios como salvación y tortura, como penitencia y dolor, como síntesis de una prización que sigue viva pero con distinto collar. Siguen mandando los mismos, dan igual las siglas. Siguen los mismos secuestros, las mismas muertes, la misma mierda. Visitas al lugar del crimen. Dolor y mentiras. Teorías de la conspiración. Noches en que todo se va la mierda. Estar juntos se acabó. Y aparece el tema de los desaparecidos, de los dobles embustes, de espías que juegan a triples barajas, de niñas convertidas adultas, de tiroteos y sangre al por mayor. Y defender al grupo. Y defender a los tuyos, meter(te) en la boca del lobo para descender a los infiernos y ver como a la que salvas se quita la vida. Tiene momentos duros, desagradables. Las tarjetitas. Los viajes. La ilusión de un cambio desvanecida. Esposas de dolor. Fetichismo de tortura. Estirar el chicle de manera indecente. Y todo lo demás, también, porque todo es mentira en política. Siempre.