sábado, 6 de mayo de 2017

Volver a leer Las Pirañas casi cuatro años después

Ya he hablado más de una vez por aquí de Las Pirañas. Más de una vez. Es un libro recurrente, aunque me apasiona La gran ilusión y No existe tal lugar. Cuando llegan los altibajos, los malos momentos, los años de no dormir, las semanas de duermevela, siempre hay un libro de Miguel Sánchez-Ostiz que nos salva la vida, que nos retrata, que nos cuenta que las sardinas bravas tienen un punto revenido. O tal vez, no. Puede que no. Que sea un punto de vista, una visión, un mal momento, una lucidez taciturna. O simplemente, una bacalá de las de toda la vida. Y coincide en el tiempo, más o menos, la lectura de Las pirañas con Zona temporalmente autónoma de Los Planetas. Dos pilares, Miguel Sánchez-Ostiz y Los Planetas, dos sostenes cuando caemos y es difícil levantar(se). Salir de aguas sucias y revueltas, habla MS-O. Es decir, cuando salimos de la mierda, tenemos la vida cotidiana. Podemos vivir (con o sin buena gana), o tenemos buenos amores, tenemos flores de almendro. El desamor siempre está ahí, y es difícil de sobrellevar. Muy difícil. Vivas, golosas y atrevidas, están esas sardinas según MS-O. Y es así. Están saltando. Todos los putos días. Pero tenemos que recurrir a estos sustentos definitivos, algo que nos ayude a sobrevivir. Sordidez y la impunidad de toda la vida. Ahora que estoy leyendo viejas historias de 2008 y 2009, viejas andanzas con el ceniza Hombre de la Camisa Verde, recuerdo sus apologistas sentencias: Psicópata, Tarantino de Aljucer, ilustrado iluso y viejo con zapatillas caras. Esas palabras me dedicaba El Hombre de la Camisa Verde. Las Pirañas. Los íntimos naufragios. Íntimos naufragios. Vaya dos palabras. Digo párrafos de libros en clase y nadie se entera. Estamos en un oasis de taciturnos en busca de manicomio. Nadie nos entiende. La inyección ya no hace falta. Las vacunas han salido caras y sin efecto. Pasión autodestructiva y taras personales. Todos tenemos mierda encima, pero no lo contamos así. Nos hace falta un apoyo, nos hacen falta Las Pirañas para sobrevivir. Dice MS-O que estuvo enfrascado en Las Pirañas desde 1985 hasta 1992. Guadianescos momentos para él. O difíciles. O como cada uno lo diga. Vivan los elegantes antifaces y viva PG. Vivan. Elegancia engañosa, dice MS-O. No se da cuenta de lo que pagaríamos por escribir como él, como enlazar historias como él, como ilustrar con palabras historias cotidianas como él. Recuerda el autor los años de arrebuche, del socialismo que nos comimos porque tal vez lo merecíamos, porque recuerda MS-O las palabras goytisolianas de que éramos "nuevos nuevos". Y recordar el grupo de apañamortajas, náufragos relacionados con nadie, recordar a la tamborilera de ultrapuertos que también era experta en miles de cosas. Y traer a la retina las boticas, viejas, y los callejones que no llevan a ninguna parte. Y los togados con olor a sacristía y andobas varias, y las hienas enjauladas, y los laberintos de fiesta. Y aullidos de euskalbarbas poniendo patria como bandera. Y las voces camino de las tinieblas. Y en mitad del océano, deriva a vela rota. ¿De verdad que solo en el dormir hay misericordia? Siempre, como indica MS-O, hay loqueros que viven subidos en el pedestal de la salud. Y las manos teñidas de azafrán, y los vinagrillos en El Pesebre y en Cinco Contintentes, y la jarana con El Trampas y El Majara. Y, en mitad de Europa, vasos bien llenos y recordar aquello de que "antes que ser joven me capaba". Y alfafa fina para todos. Y La Picoloco, y El Carcoma y El Prendas y el Chino, también conocido como El Castañuelas. Y sardinas bravas para todos, para los que viven del cuento y para los que hacen la andada de bar en bar, para los que llegan al bar y al puticlub y buscan ser llamados por su nombre o por su mote y buscar la crueldad en cada una de las palabras. Y encontrar(te) a Alfredito, y al Morsa o a Angelita, y las panzas que se enfrentan antes o después. Orígenes humildes que venden la ascensión al estrellato de cada uno de los amigos. Y copas de noche, para todos, una y otra vez. Y los libros no leídos y la cuarentena (mal) llevada y el gusto por sermonear, por adoctrinar, a prometer una cosa y hacer la contraria. Y la visita de turno a Caballerizas, a montar pero bien. Y el berrido, intempestivo o no, que se hace violencia a la primera del segundo crédito de la asignatura de Etnología de la Facultad de Letras. Y siempre hay un Rosfer, un Alesvas, un Marceliano donde tomar fuerzas líquidas y sólidas. Y hacer escarnio de lo diferente en cualquier ámbito de la vida. Y confundir aristocracia con alcoholismo. Y pensar en una buena corada, y viva la casquería del cordero. Y tipos con billetes por castigo que no saben utilizar el tenedor del pescado. Y la vida con la sed que nos da. Y la vida entre brumas, que como escribe MS-O, mejor ver así las cosas cuando andan pardas. Y las migajas de un negocio muy, pero que muy, lejano. Y sí, granujas las 24 horas somos casi todos, aremos o no en mitad de la sarna, en mitad de la gangrena, en lo malo y putrefacto que nos llama la atención. Y somos el ombligo del mundo, todo proto y pre, antes que nada y nadie éramos nosotros y lo demás mierda y ciénaga. Y poner a la misma altura seminario, cárcel y cuartel. Salud, que no falte. Y la perversión del tiro en la nuca, vieja práctica de los asesinos de toda la vida, de los de lista muy oscuras, de emboscadas en calles llenas de bares. ¿Arre? ¿So? Da igual, el viento es lo importante, la bandera siempre está ahí. Justo ahí. Siempre hay miedo ajeno par joder la marrana y un imbécil al que humillar. Y el sacristán que esconde su verdadera vocación. Y buscar amistad, algo que nos lleve a casa y nos suba la escalera y abra la puerta y se asegure de vernos en casa. Eso sí que es amistad. Antes o después nos convertimos en erratas de la vida, manchurrones de tinta en un hoja que parecía inmune a los deshielos, al paso del tiempo, a las verdades tenebrosas. Y bullebulle gusanero, con y sin seda, con y sin hoja de morera. Nos acicalamos, nos ponemos hasta arriba de complementos, pero la mona se queda en mona. Siempre. Y reloj, no solo como complemento, marca sus horas, y marca que es hora de ir al bar con puntualidad bismarckiana. El patrón oro de la soledad, del dolor, de la incomprensión, ese patrón, sigue ahí. Justo ahí. Siempre. No creas que cuando la cuarentena avance cambiará. Siempre estará ahí. Jodiendo la marrana. Y hasta los filósofos y los profesores de ética tienen sus momentos de negrura, de bajar a los infiernos que tenemos en nuestro particular sótano. Quijotes del mundo en busca de utópicas melodías sin Critóbal Tapia de Veer que las ilustre con sonidos. No hay música, aunque lo intentemos con requiemiendos de Mozart para aquellos que se quedan sin su particular medio metro cuadrado. Y en esa andada, en mitad de una caminata a ninguna parte, con la brújula rota, el fin de fiesta puede acabar en calabozo, hospital o tanatorio. Nunca se sabe. Siempre hay tipos que salieron ganando... y no somos nosotros. Son otros. Los privilegios, forales y de los otros, fueron para los que supieron aprovechar esa mierda llamada "transición", esa jodienda entre bombas y manifas y jodiendas con vistas a un Congreso con políticos de medio pelo. Y en esa transición de mierda, se atacó a la inteligencia y se fomentó la intolerancia, "no fuera a ser que". El "sacristán" de turno, entre trago y trago de agua bendita, odia al resto que no bebe sus aguas turbulentas. Predicar y olvidar la palabra predicada, parábolas bíblicas para deshonrar al resto, buscar feudalismo a finales del XX porque siempre hay un siervo y un vasallo al que humillar públicamente y en privado. Los colmillos afilados para dejar la oveja bien degollada, y en el infierno también hay ovejas que degollar. Siempre un negocio que encontrar, siempre una pocilga donde disfrutar, siempre una cuadra donde sobrevivir. Y no poder ser lo que uno quería, o pensaba querer, o deseaba ser. Pero no hay posibilidad de elegir, no hay posibilidad de un no porque las cartas vienen marcadas por la familia, por la (mala) educación, el "miedo a la vida". Es deprimente, pero es así: "el jodido miedo a vivir". Mediocridad hasta la extenuación. Claudicar porque no queda otra, poner la rodilla en el suelo, no poner(le) cojones a la vida y seguir un cencerro que no se ve en mitad de la niebla iruñesa. Y en esas, la vulgaridad la inunda todo. La vulgaridad del pasado, la presente y la que está por llegar. Que llegará. Y no dormir. Estar días entre duermevela y resaca, y la familia tocando la moral, siempre tocando la moral. Familia que no es familia sino odio y rencor, siempre tomando al personal por gilipollas. Y no dejar(te) pensar por cuenta individual, siempre es ajeno el pensamiento y la orden. Cólera las 24 horas del día. Y palabras despectivas desde la boca de los "cuñados", siempre denigrando, siempre sojuzgando, siempre jodiendo con y sin vistas a la bahía. El afecto (mal)entendido con el único objetivo de hacer daño. Mucho daño. ¿Piensas en cortar(te) las venas a mordiscos? Y esa extorsión llega a lo económico, a lo locoide, a la inutilidad total promovida por el prójimo. Y entre tanto bicho raro, entre tanto ser extravagante, no queda otra que la frustración constante. Y aficionarte a cualquier veneno, a cualquier "tortilla de venenos". Y en mitad de tanta opinión (siempre ajena, siempre borreguil, siempre siguiendo la opinión del gallo del corral) la carcoma sigue avanzando con su inevitable bullebulle. Mordazas, no solo de palabras, sino existenciales. Y en mitad de ese galimatías bíblicopasional, todos opinan desde su altar, desde su ratonera, desde el Ayuntamiento o el Parlamente, desde su poltona mafiosa, desde su antifaz de verdugo. Todos son caballos ganadores en una quiniela, en una apuesta amañada. Pero se acaba una sesión y llega otra, confundiendo tapas y tumbas, mañanas y tardes, pesadillas y noches. ¿O era al revés? Y en mitad de la barbarie, no puede sobrar, más vale una muerte al momento. Y en esas, cruces de miradas que perdonan vida, con sacristanes rojos y verdugos de pacotilla. ¿Y cómo es el pestazo a ginebra revirada? ¿Díficiles? ¿Han perdido la razón? ¿Locos? ¿Os imagináis una berbena con Lope de Aguirre, gritando por la libertad y afiliado a HB? Pero a ciertas partes de la película, que no serie sin fin, es imposible volver al pasado. Solo quedaba represión, represalia, cualquier asunto que empezara por repre. Y la saburra, o zaborra, o recebo, o lo que quedara en la memoria, piedrecillas para rellenar una memoria llena de mierda, una memoria igualitaria. Y en ese tablero de ajedrez, en ese medio metro cuadro de escaques sin salida, vive a sus anchas la calumnia y la mordaza, las acusaciones falsas que solo tienen un motivo de existencia: hacer daño. Mucho daño. Un daño infinito. Un daño que no acabará por miles de años. En esa humillación, bíblica sin comparación, te obligan a arrodillarte y hacer el imbécil. El arrebato total. Cuentas pendientes imposibles de saldar. Será por facturas de la vida. La única parte del libro que me deja peor cuerpo es la descripción de la casa. Si la vida es un infierno, hay viviendas que lo incrementan. Por describir, se describe hasta el olor del escritorio. Y no hay abrazos posibles, ni ahora ni en 1839, ni en 1840, ni nunca. Solo rebuznos y patadas animales. Y la beatitud del alcohol, que no falte, antes de llegar a la cerveza trapense. Y con tanto ganso por el mundo, siempre te cruzas con toda su familia. Y los sermones, de siete o siete mil palabras, que no falten. No pueden faltar entre kilómetros de comida. Y sale la romería que todos llevamos dentro, la romería profesional de toda la vida, con bocadillo, merienda y cena incluida. Y con el estómago lleno sale la venganza del que está encerrado, fechas donde hacer sangre, fechas señaladas con bolígrafo rojo y puestas entre ceja y ceja para hacer mucho daño. Y al terciar llega el triduo, el quinario y el novenario interminable. La revancha más rara del mundo, que deja en chiste ambulante a las de Fargo, tiene lugar en Las Pirañas. Revanchas con alpargatas y sin ellas, a triturar a los demás, a todo el zoo mientras se jode al personal. ¿Obras de teatro sobre la vida sexual de los peces? Si hay subvención, lo que sea. Pero no todo el mundo tiene sesera para aguantar, no todo el mundo tiene cerebrito para aguantar el chaparrón. Claveles cortados, rosales a medio podar en mitad de la andada. Arquitectos del mundo, unid vuestras fuerzas y el poder universal estará en vuestras manos...si no lo está ya. Alegría, mujeres en listas electorales y todo lo demás. Y frases lapidarias, como la vida sexual, esa que siempre (igual que el hombre de la camisa verde afirmaba) se lleva fuera del matrimonio. El prójimo siempre jodido. Y las películas de miedo, con puntos suspensivos y silencios larguísimos. El ruido y la piedra contra la lata, con ese sonido que abochorna hasta a las gaviotas. Bueno, a las gaviotas no, que las gaviotas son las que abochornan a los demás. Y los casinos de los pueblos, de las comarcas, casinos agropecuarios de timbas interminables donde las perras volaban de madrugada. Y por la tarde. Y al mediodía. Me gusta cuando MS-O subraya lo de la crónica enfermedad de la rabia. Esas palabras ilustran muchas cosas. Y también cuando pone énfasis en las personas que son normalmente crueles sin motivo. Y siguiendo con temas que me gustan de la novela, como se olvidan personas de otras personas, se les tapa, se les entierra en vida. La memoria y sus daños colaterales, y borrascas en mitad de la marejada, y los puteros con sus idas y venidas. Y la religión con clase, nada de medianías. Y los reyes, y sus tronos sin ocupar. Y de lo mejor, las ocurrencias: ¿Montar un falansterio para separados? Sería un negocio bestial. Y fruta desde el amanecer, para ir al retrete con energía. Nunca, nunca, nunca. Nunca decir(le) a una persona cuantos gintonics pagaste en los malos y los peores momentos. Para la tercera jornada hacen falta tragaderas. El protagonista cuenta sus cuitas werthianas sobre la huída hacia adelante con su mujer y la preocupación por la salud. En mitad de esa tribu familiar, con las comadrejas de sus cuñados al frente y el infierno del matrimonio, con la borrasca diaria que acababa en tormenta, borrachera y olvido. El odio en el matrimonio ilustrado con palabras duras y de rencor. El fracaso del amor y la pareja. La latencia de la mentira. Enfermedad rutinaria el contrato civil matrimonial. Torpes individuos que conviven por repetición, por miedo a estar solos. Es cierto que hasta las ratas se juntan, pero no hace falta cagar a la vista del cónyuge. Y luego, saltos por ventanas y mucha comedura de coco frente al cementerio y a las sombras del día a día. Y en esa vida cotidiana, recuerda el autor, de nuevo, el mal gusto decorativo, los ladrillos de lectura que estaban en lejas y estanterías, vomitivos juntadores de letras encuadernados en plan bíblico y que acumulaban polvo sin fin. Y el miedo a leer en necrológicas, en noticias de sucesos y similares a los clientes de toda la vida. Cables cruzados, cuneteros y del otro bando. Y la niebla, y la bruma, y Las Filipinas en el horizontes. Trampas, trampas, trampas. Y luego sueño, aunque no se duerma en el sitio concreto, en el sitio adecuado. El coro, con rimas asonantes los pares y asonantes no se sabe la fecha. Desheredados de la parte proporcional de la herencia y de la otra, también. Enredar la memoria, con heridas, cicatrices y supuraciones del alma. Y los seguidores del Rioja Wine, arriba, en la poltrona del funcionariado, en la poltrona de la batea de mejillones concejiles, en los bares más cutres y en las tabernas más insalubres. Y si te cruzas con ellos, aplaudes hasta que duelan las manos. De concejil a arquitecto y tira porque me toca. Y no dejan entrar a todo el mundo al fiestorro, siempre hay amigos de etiqueta a, plan b y serie equis. Y en mitad de la exclusión, el miedo a seguir viviendo o a que llegue la que todo se lo lleva. Habla también el autor de lugares crepusculares, lugares de pandilla salvaje, en los cuales los rayos del astro solar hacen daño. Siempre hay vasallos que tragan sapos para deshonrosos señores. Sí. Sí. El lopedeaguirrismo ha llegado y se ha instalado en los ayuntamientos, en las regiones forales y en las inventadas tras el 75. Guerras sin posibilidad de victoria. De vez en cuando, hay triunfos parciales, batallas de satisfacciones temporalmente pequeñas, de las que no se saborean, de las que dejan segundos de ambrosía y resacas de olvido. En mitad de esa vía con muchas cruces y con muchos Judas, la traducción provenzal nos lleva al desastre, a la injusticia, a la estela de perversión. Y pensar en el retiro, en Silos donde olvidar y contemplar, en paz interior, exterior y de geranios varios. El jardín de la tienda de animales de compañía da mucho que pensar con trescientas y pico páginas en las retinas. La privación del juicio, la insania, la locura de todos los días que acaban en ese y en o. Y en mitad del cotarrillo, como Creep cantado por zanahorio, mitad diablo mitad desmadre, mitad muerte mitad cementerio del que saltar la tapia. ¿Tener miedo da distinción? ¿Y estar hecho de frío? Y el recuerdo de Montejurra 76, y media Europa allí, y la alcantarilla a la que entrar o de la que salir. Y las miradas que estorban, las miradas que dicen que sobras y no encajas en ninguna parte, que dicen que tu cinismo es insultante, que tus palabras solo joden la marrana. Decía el hombre de la camisa verde que llega un momento en el que todos los días son iguales. También decía, balbuceante, que la única diferencia era en la hora en que se despertaba de la duermevela. Esos días, perdidos en la memoria, hacen que el protagonista termine la jornada tercera evocando a Matilde, recordando espectros que nunca volverán, días que parecieron distintos pero eran la misma mierda. O tal vez, no. Tal vez no exista la suerte agotada sino el cansancio interminable y la puerta de salida sea la única escapada hacia el abismo. Esperar no siempre funciona. Esperar no es verbo reconocible. Esperar a que venga alguien a salvar lo que no tiene salvación. Un truco falso. No hay voltarenes emocionales. Silencio, enfermedad, silencio, enfermedad. Todo se repite hasta la extenuación. La época y sus cacofonías de suelo sucio y alma sucia. Apocalipsis sin San Juan. La época solo causó muerte. Más o menos temprana, pero muerte. Antes y después de las rayas, de las cirugías, de las andadas. Pero muerte. Suenan gaviotas, suenan desastres para el resto del día. Pero el matildismo presente era una rémora. Un tumor dentro del tumo. No hay libertad dentro de la jaula aunque la nariz esté satisfecha. Nunca. Almidón al poder (y no solo en las camisas). Y el recuerdo y el bochorno de la bronca del día, discusiones sin motivo aparente que jodían la mañana, la tarde, la noche, la despensa, el salón, la cocina y el dormitorio. Agrias leches para tanto desayuno desapacible. Deslealtades de las de toda la vida contadas a la cuadrilla sin pastor. Habla el autor del odio mutuo, del encono, de la imposibilidad de olvidar tanto daño hecho con palabras y gritos. Pero pasados los cuarenta, el ambigú se pasa demasiado rápido entre planeadores. Libros, películas, vidas. El puto tiempo siempre jodiendo. Y el séquito de antes convertido en jolgorio a tu costa, que se ríen de lo dicho y de lo por decir. Esos compañeros ahora son unos timadores, unos criticones sin carné que desean hacer sangre y morcillas a cambio de lo que sea. La venganza, undécimo mandamiento a cumplir sí o sí. Con la envidia por bandera, aprovechando la jodienda con vistas a ninguna parte de ayer. El infierno diario pasa a ser horario de obligado cumplimiento. Todo se fue a la mierda y no hay solución. Y el almidón, plancha arriba, plancha abajo. La memoria sigue siendo una camisa bien planchada que, a los cinco minutos, muestra sus verdaderos descosidos, sus faldones de angustia mal disimulada. Y más bronca, y más jarana, y más discusiones. Y ante el aburrimiento, otro trago, que la mala leche ya venía de fábrica conyugal. Lealtad no entra en muchos diccionario. Menudo palabro. No hay siempre septiembre y ni jergón ni Los Enemigos salvarían esa jodienda. Y a los castañuelas, como al protagonista de Las Pirañas, antes o después le da la morriña del amor y del ser querido y de todos esos putos trucos de marketing que no llevan a ninguna salida. Pero todo es despiporre por chascarrillo por el desamor ajeno y la borrachera común. Cada uno con su miniatura y su infierno en miniatura. O como Oceanía de grande, con corbata nueva o vieja. ¿Felicidad? ¿Eso existe? ¿En soledad o al calor del rebaño seguidor de pasos de peatones? Pero no duerme, o duerme con pesadillas, o duerme pero deja de soñar. Mal asunto ese de no soñar nunca. Habla Sánchez-Ostiz, del tiempo como gran escultor. Pero esas manecillas, con el crecimiento, joden la hora, el día, el año y la propia existencia. Y, antes o después, una acaba con el chiste, pero el final del chiste no tiene ni puta gracia. Gusanos al poder, y no solo los de Zaragoza. Calaveras propias, antes que tarde. Giros que acaban en llantos, pensamientos que terminan en lágrimas, colirios que esconden preguntas a Dios, la vida y todo lo demás. Y anécdotas sobre Orson Welles y vender entradas para un club en el que nadie puede ganar porque la derrota es genética. Muerte escrita en el ADN. Y entrar a las iglesias, parar en las capillas, fijar la mente en hornacinas buscando soluciones y no encontrar ni siquiera una promesa. Y en el barbecho existencial, en el viacrucis sin Domingo de Resurrección, lo urbano te lleva antes o después a la muerte, a esa trampa para osos polares en mitad de Islandia. Somos pienso para animales salvajes, aperitivos de una sociedad sin medias tintas que acaba con las esperanzas, las células que nacen infelices porque no tienen otra posibilidad. Y en mitad de esa bruma, de esa niebla, de esos momentos en los que los recuerdos salen a joder, lo vulgar y lo necio ganan. Siempre. La ejecución está resuelta. No es mala suerte ni mal carnaval. Los animales y la supervivencia y el mundo a los pies. Pero el reloj sigue a lo suyo y la bazofia triunfa en todas las latitudes. La ópera no acababa hasta que la puta te apuñala. Una vez que te has tomado el último gintonic, sabemos que el desguace nos espera, que el disparate es posible. Y la vida, callejón sin salida, acaba como empieza, en chorros de sangre, olores que no deseamos oler, palabras fuera de contexto y fríos indeseables. Y todo lo demás. También. Coda: Y llegar a las Marginalias, y ver que lo que has leído es exactamente el espejo de ese clima moral que indica los editores, de una época que pasó pero que ha tenido acérrimos seguidores, que la corrupción renace por su incesante ósmosis histórica. Esa política, la de peores entrañas, deja a nuestros políticos y a nosotros mismos, desnudos, y en ante ese cuadro, ante esos fusilamientos goyescos, solo podemos acabar mal. Muy mal. Coda 2: Hoy sábado 6 de mayo, a las 8 y 42 de la mañana, un buen hombre de Aljucer City, nos alegraba cantando que "se hace camino al andar". Tal que así. Alguien nos tiene que cantar. Siempre. Aunque sea la última copla antes del penúltimo capricho.

1 comentario:

Eme (Nada que ver con eme dj)) dijo...

Podrías escribir un libro sobre el libro.