jueves, 18 de enero de 2018

Gomorra. Tercera temporada.

Vuelve el espíritu de Don Pietro. Ha vuelto el espíritu de Ciro di Marzio. Vuelve Gomorra con su tercera temporada. ¿En el entierro del rey el único que no llora es el rey? Tarde o temprano, el virrey se convierte en el peor enemigo del rey. Puestos a mentir, como escribió la exministra, que sean mentiras, y que sean gordas. Nada es lo que parece, nada es nada. Siempre hay que hacer el paripé, siempre hay que hacer que nada es lo que parezca. Nunca. Ojo por ojo y padre por hijo. Siempre hay un Ciro para una conjuración. Siempre. Y en esa vuelta espiritual y física, hay fronteras que pasar, pasaportes que retomar, documentación que manchar. Viva Albania y viva Bulgaria y viva lo que haga falta. Vaya Ciro. Y no poder confiar en la familia, porque la familia es lo peor: la que te hará llorar, la que te hará sufrir, la que te permitirá vivir pero como un maldito perro. Y tampoco confiar, nunca, en un calabrés. Nunca. Renacer de las cenizas. Esta tercera temporada de Gomorra supone reinvención, pasar del todo a la nada y del que a hierro mata a hierro muere. Demasiados círculos para seguir encerrado en la misma caja de mierda de siempre. O algo así. Y la resurrección, la vuelta de las cenizas desde el mayor de los infiernos. Resucitar para ocupar el espacio perdido, la cara rota, la cicatriz, el hijo que no se puede ver, la mujer que no puede acercar(se). Y la corrupción generalizada: alcaldía, región, premio gordo, premio extra, plan a, plan penúltimo, escalera de color, mierda sobre mierda. Pero las nuevas generaciones, de moto en moto, de tiro en tiro, de piscina en piscina, toman su lugar. Su sitio. La sangre azul, nueva sangre, sangre limpia. Ascender hasta la mierda. Comuniones de celebración. Siempre esas premisas de mierda: familia, amistad, compromiso, sangre. Pero nadie, a la hora de la verdad, cumple. Todo es mierda en una iglesia que te abren de madrugada para tus chanchullos. Almas del purgatorio como testigos. Ni más ni menos. Sí. El miedo es libre pero tiene un precio, un coste, una autoexigencia. Nunca se sabe lo que conlleva la plusvalía del dolor. Y antes o después, se produce el adelgazamiento de la base política mafiosa. Los hijos de los reyes fallecidos toman el poder anteponiendo el negocio a los sentimientos. Siempre es bueno recordar que todos tendremos un Judas cerca en busca de sus veinte monedas de plata. Y que, todos, antes o después, tendremos nuestro particular Jueves Santo. Y punto.