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domingo, 11 de marzo de 2018
I love Dick. Primera temporada.
Desde el principio te llama mucho la atención la primera temporada de I love Dick. De golpe. Imagen, texto, carta, apartamento, oeste, caballo, menú degustación, 10 años sin leer un libro, post-ideólogo, golpe en la cara, cambios. ¿Se puede discutir la perfección? ¿Por qué lo que a nosotros nos parece una obra maestra a otros les parece absurdo, fútil e imprescindible? ¿Diálogo socrático? ¿Gatos de un solo ojo? ¿Qué será los siguiente? ¿Casas en las que vivió una mujer nazi? ¿Qué fue de la chófer de Hitler? ¿Merece la pena llorar por una obsesión? ¿Maya Dren? ¿Alguien la conoce? ¿Alguien duda de tito Steven o de Francis Ford? ¿Una mujer puede creer(se) artista? ¿Se pueden tender cartas sin motivo aparente en un dormitorio? Sí. Todo se compara con algo más grande. Siempre. Proyectos llaves colgadas, juzgar sin saber, obsesiones peligrosas, chaquetas preciosas, ser dolorosamente una preciosidad. ¿Se puede silenciar a quien no quiere ser silenciado? ¿Qué fue de lo que escribimos a otras personas hace 20 años? ¿Se ha perdido todo lo que nos ilusionó en los 90's? Pero luego todo lo que idoltramos durante años se nos va al traste y pasamos a otra estación y creemos que es todo mentira cuando sabíamos desde los 7 años que todo era mentira. Por que es todo mentira. Siempre. Siempre. Reflexiona I love Dick en su primera temporada en el arte post-todo que solo entienden los internos del Román Alberca. Y los del Luis Valenciano. Paranoia inclasificable de los locos artistas vanguardistas en mitad del desierto. Mucha arena en los ojos. Y demasiado arte epistolar. Y todo lo demás, también.
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2 comentarios:
No sé si merece la pena llorar o no, pero a veces es inevitable.
Serie con altibajos
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