lunes, 30 de enero de 2023

Treason. Primera temporada.

Nada como los secretos como para empezar una serie. O la palabra secreto, que no siempre esconden otros. O sí. Vaya usted a saber. Y, como en Litvinenko, siempre hay un veneno, aunque cambiamos tetera por vaso de licor, pero la mezcla con venenos siempre tiene algo de especial. Y las prisas, que lo cambian todo. El jefe del MI6 y de ahí, para arriba, para el este, siempre para el este. Porque esto va también de viejas historias del este. Y luego, la taza. Siempre hay un plan alternativo, un veneno más, un plus de cicuta para el mal. Y los rastros del veneno que eliminan huellas. Elecciones, volatilidad, inexperiencia, falta de instintos asesinos: siempre hay etiquetas para el reserva. “Mis enemigos son ahora tus enemigos”. Libros, iconos, oxidación, kilogramos. La intriga y las marionetas, porque siempre somos marionetas. Títeres. Simples títeres en manos ajenas. Y los buitres, de todos los cielos, al acecho. Y la familia, en la diana. Extorsión con extorsión se paga. O se hipoteca el futuro. Elecciones, rivales, Rusia. Boris sin Boris. Y nada es lo que parece, y hasta las necrológicas mienten. Muertes piadosas como reclamos, como utensilios, como mecanismos de distracción. La necesidad de entender. Los cambios. La mentira. “Dormir con el enemigo tiene ventajas”. Pero el enemigo no es que juegue en casa, sino que se ha quedado con toda la urbanización. Nada nuevo bajo la lluvia británica en Treason.

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