sábado, 15 de junio de 2024

Amarilla

Amarilla toma la excusa de la literatura para hablar de uno de los temas fundamentales de la vida contemporánea: los celos. Los celos por lo que tienen los demás, la envidia de comprar cosas que no necesitamos, pero no tenemos dinero ni para necesitarlo. Y el mundo editorial, retratado tan a menudo por una élite caprichosa, es descrito por Rebecca F. Kuang como un nido de víboras, como un pozo del que pocos se salvan dentro del agua insalubre. Anguilas para todos. Elitismo, postureo y sobre todo, Twitter cuando se llamaba Twitter. Kuang escoge la red del pájaro como escenario del escarnio, de la persecución, del señalamiento. Escribe RFK que “los celos para los escritores se acercan más al miedo”. Al miedo al descubrimiento. Al robo, al ocultamiento, al momento en el que te ponen en una diana y eres foco de ciertas miradas, aunque tú creas que eres el foco de todas las miradas. Pero en este mundo en el que todo es objeto de suspicacia, todo étnicamente estudiado, todo perfilado por mentes ajenas llenas de envidia, nada queda fuera de sospecha. Puestos a vender basura, “los superventas son elegidos de antemano”. Apostilla Kuang: “Da igual lo que hagas”. Y en ese escenario, “no hay mejor venganza que tener éxito”. Reflexiona la autora sobre la mentira de la nueva diversidad “porque la diversidad se vende muy bien ahora”. Pum, pum. Añade: “Los editores se desviven por las voces marginadas”. En esa gran mentira que es el mundo editorial (como todo en la vida), “cuanta más popularidad gana un libro, más popular se hace el hecho de odiar dicho libro”. Pero como decía al principio, en este nuevo mundo de redes (anti)sociales, en estas sectas de perversión, todo es meme, todo es risotada, todo es nido de buitres, todo es objeto de burla, todo es ataque desmedido: “Que te pongan de vuelta y media en internet es una especie de rito de iniciación que todo escritor debe vivir”. Y en ese hábitat, en ese digisistema, sentencia Kuang: “Nunca puedes doblegar a un trol racista por medio de argumentos”. Retrata también la autora a los grupos que intentar dogmatizar el asunto desde posturas que no son realmente altruistas porque “Twitter nos convierte a todos en ávidos jueces no cualificados”. Y respecto al autoritarismo, también encuentra su espacio que subraya con bolígrafo rojo: “No era una verdadera marxista, sino que era, como mucho, de la izquierda caviar”. Ya puestos a señalar, se recrea en la nueva persecución que acaba con la bajada de la persiana, con o sin motivo aparente: “Mi bonita cara anglosajona y yo nos hemos convertido en la víctima perfecta de la cultura de la cancelación de los fascistas de la izquierda”. Pero como todo es canción de Pink Floyd ($$), siempre hay que verle el lado económico a la disputa, siempre hay que ver lo positivo en la desgracia: “¿No deberíamos celebrar el hecho de poder sacarles los cuartos a los paletos racistas siempre que surja la oportunidad?”. Una buena novela para entender el nuevo escenario contemporáneo en el que nos movemos, el de sospecha continua.

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