domingo, 27 de abril de 2025

The Office (USA). Primera temporada.

“Y hasta donde os alcanza la vista es mi reino”. Con esas palabras, tras hablar por teléfono con una mujer y siguiéndole el rollo como si fuera un hombre, se presenta Steve Carrell en The Office. Mientras los demás van dando la cara, gritando, mofándose de sí mismos y haciendo el cafre, empiezan a sumar los palabros sobre cosas y personas: “Yo la llamo Hillary Rara Clinton”. Llamadas intempestivas, palabras desafortunadas, conversaciones en voz baja sobre despidos, disfraces de gatos y el clásico “yo iba para cómico” y “soy Hitler, Adolf Hitler”. Y preguntas en voz alta: “¿Es el sueño de las niñas ser recepcionistas?”. Y el aumento nos lo merecemos todo. La profesionalidad ante todo. ¿A quién admirar? Si ponemos a Dios en el cuarto lugar de admiración sólo hay que pensar en los que van antes. Quizás no daríamos con la respuesta. ¿Cuál es la cara de preguntar algo? Gelatina para todos. O para casi todos. Colores y raza en la misma frase. Hoy sería imposible grabar muchas de estas escenas. Razas, atracción y sexo en una misma frase. Y la sorna no le gusta a más de uno, sea marroncito o no. Galletas para todos, definan o no al héroe. Hágase querer por una firma, aunque sea del Pato Lucas: “Quiero ver las olimpiadas del sufrimiento: la esclavitud frente al holocausto”. Y haciendo el palomo con tarjetitas en el pelo, el director regional reencarnado en ST, nos dice: “Habréis visto que a nadie le tocó ser árabe. Me pareció demasiado explosivo, y no va con segundas”. Judías verdes: “Eso no procede ahora. No me parece correcto llamarlas judías. Me parece ofensivo”. O no. Todo filfa en TO, todo chascarrillo con acento distinto, con y sin flequillo: “Para mí esto es un trabajito. Si yo ascendiera en la empresa, entonces sería mi profesión. Y, bueno, si esta fuera mi profesión, preferiría tirarme a la vía del tren”. El tren y sus metáforas. Más: “No es bueno mimar a la gente. En la selva no hay seguro médico”. Bajo esa apariencia de pánfilos, la crítica va a la sociedad, directa a la yugular, sobre esos momentos en los que estás rodeado en el trabajo de individuos a los que odias (“me paso horas ideando formas de devolvérsela, pero todas son delitos graves con pena de cárcel”), sobre las apariencias y lo que hacemos, y, sobre todo, sobre lo que pensamos hacer y, al final, no hacemos. O no nos atrevemos a hacer. Tomar nota. Confidencialidad y preocupaciones de mierda: “Meredith es una meretriz”. O no: “¿Qué gracia puede tener un útero extirpado?”. Hasta te da hambre viendo como se lo pasan y te sueltan de golpe: “¿Sabes una cosa? Si yo fuera alérgico a los lácteos, me pegaba un tiro”. Gallos, simpáticas muchachas y nada como que no tengamos odio en TO. ¿Quién pijo lee revistas de aerolíneas? ¿Existen realmente las revistas de aerolíneas? Y puestos a acelerar al personal, que no falten las drogas. Un intento de renovación que no siempre fue entendido por los amantes del vinagre. Por algo será.

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