domingo, 3 de agosto de 2025

Vicios ocultos. Primera temporada.

Por mucha película clásica que aparezca en Vicios ocultos, esto no tiene un rumbo fijo. Va de personas que compran cosas que no necesitan, que hacen casas enormes que siempre están vacías, que no pasan tiempo con sus hijos y luego se asustan del yerno que tienen. Vicios ocultos, visualmente muy efectista, nos lleva a ese paraíso lleno de tinieblas, de facturas, de despidos, de cuernos, de locura, de infelicidad y, sobre todo, de la soledad de los millones. Y resulta que, pese a citas de premiados que se escuchan, las mejores frases salen de la chica de la limpieza que tiene aspiraciones. Pero con la sucesión de bolsos, cuadros y relojes robados, no nos tiene que apartar la mirada del Ferrari, el chalé y el campo de golf. Ya lo decían en Casi famosos: “La gente guapa no tiene valores”. Ni valores ni mucha neurona, o escasez de ella: “La vida no te da lo que te mereces sino lo que puedes negociar”. Y puestos a enredar, escuchamos: “Llega un momento en que no tomar el atajo es un delito mayor que el delito en sí”. Las corbatas y los tipos con corbata que nos roban, que decía el hombre de la camisa verde. Todo mentira en la vida.

The Pitt. Primera temporada.

The Pitt va haciendo preguntas en cada uno de sus episodios. Pero no solo preguntas de adjuntos a residentes y de residentes a internos (o lo que sea cada uno), sino sobre la vida. The PItt son las preguntas de la vida: creencia o no en Dios, relaciones entre padres e hijos (en su versión clásica o en la nueva versión de familias muy distintas), aborto, eutanasia, vientres de alquiler, atentados, soledad, vicios, desamor vestido de otras muchas cosas, maternidad solitaria, covid y todo lo que no vemos también está. Y en la inmediatez de la urgencias, siempre hay poca reflexión y mucha acción, mucha sangre y reflejos. La sangre y la enfermedad sacan lo peor y lo mejor, lo borde y lo primigenio y siempre hay que escoger: “Elige las batallas, no seas la que grita que viene el lobo”. Pero siempre hay lobo, ovejas muertas. Y pisar el pedal: “Tienes que frenar, respirar y escuchar, no juzgar a las personas”. Pero lo de no juzgar es imposible, una maniobra fuera de lugar “porque hay una delgada línea entre seguridad y arrogancia”. Y hay que tomárselo todo a chufla, o no salir a la calle, o no desconectar máquinas y creer que todo sería deprimente si no hacemos lo que nos gusta: “Tenemos TDAH y cualquier otra cosa sería aburrida”. Pero nada es perfecto, por mucho empeño que pongamos, y por mucho talento que reflejemos, no siempre los planes salen bien. Y apostillan en The Pitt: “Estar aquí significa que a pesar de lo buenos que seamos cometemos errores y puede que se nos muera alguien”. Las urgencias y todo lo demás y saber que “al trabajo se trae educación, no nuestras cargas”. Y puestos a hacer preguntas y a meter a Dios en el asunto, nos preguntamos. “¿Hoy toca rezar por si hay milagros?”. Una gran sucesión de preguntas sin fin en esta gran primera temporada de The Pitt.

sábado, 2 de agosto de 2025

Ballard. Primera temporada.

“Después del Apocalipsis sólo quedarán las cucarachas y las series de polis”. Esta frase, con ruidos de perros de fondo con el capítulo 9 de la primera temporada de Ballard resume la pasión por lo bien hecho. El nivel de Bosch y el postBosch era tan alto que cualquier desliz en Ballard haría fácil la crítica. Pero en Ballard no hay deslices. Hay buenos casos, personajes bien construidos y las reminiscencias necesarias para mezclar sangre joven y nostalgia. Y mete en la coctelera, aunque sin jazz, las novedades tecnológicas (“La IA nos quitará el curro y nos matará en la cama”) y el recuerdo presente de que siempre “alguien tiene que vigilar a los vigilantes”. Aunque la proteína en polvo en un pupitre no da la inmortalidad, en las pesas está la venganza, o la postvenganza. Como si una clase de Historia fuera, Ballard y Bosch nos repiten desde el primer capítulo al décimo, que “el pasado está presente, pero si a nadie le importa cómo para indagar en él, se queda enterrado”. Pese al alto nivel exhibido, todo es mentira, porque “las cosas tal como eran ya no existen”. Fantasmas, personas que son humilladas sin motivo y cubrirse las espaldas, porque “un tigre no puede cambiar sus rayas”. En definitiva, un buen artefacto que, aunque no es perfecto, deja un personaje como Ballard que da mucho juego aunque no encuentre la ola perfecta, pero que, como Darby Shaw, roza la perfección.

lunes, 14 de julio de 2025

Total Control. Tercera temporada.

Las puñaladas se dan de frente. La tercera temporada de Total Control está llena de puñaladas traperas (con o sin referéndum, que eso era mentira, que lo que importaba de verdad era la singularidad del IRPF). Llena de puñaladas por la espalda, pero puestos a cuantificar, en plan Julio César (antes de los idus), siempre salen infinitas. Un número inalcanzable. Ahora que solo hablamos de Torre Pacheco y no hablamos de Begoñas (cosas de julio), no está mal recrearnos con las singularidades, vistas desde el poder, y desde la periferia del poder, y, como decía el hombre de la camisa verde, desde las antípodas del poder. En Total Control hay mucho victimismo (casi siempre de mentira, como casi siempre con todo), pero hay más trasfondo aparte del victimismo (vulgo, Busquets cayendo en una trampa). Había un compañero que decía que si el ahora floridano de las caídas intempestestivas hubiera sido negro, hubiera sacado más rojas a los contrarios. En la tercera de TC hay mucho Pepe, y mucha poca vergüenza política, que de eso hay en Australia y aquí: “No son los millonarios los que tienen que salvarnos. Eso es tarea del gobierno”. Pero el gobierno está más para el bricolaje y la fachada, para la foto y poco más. Es verdad que “es fácil ser valiente en la oposición”. Me preguntó un alumno si veía a Rufián en un ministerio y no me esperaba la pregunta y le dije que Spasic jugó en el Madrid. Buscó a Spasic por el teléfono y empezó a reír. Pensó que era una broma, algo de IA. Pues eso es lo de Total Control. Una broma. Una metáfora sin término imagen. Todo mentira. Pero a veces, en las mentiras, incluso las puñaladas se dan de frente. Y con cámaras delante.

The Bear. Cuarta temporada.

¿Quién no vive atrapado en el tiempo? Pese a ese guiño inicial, The Bear confirma su trayectoria entre caras nuevas y ajo castellano (¿decimos ajo castellano en España o simplemente ajo? ), entre relojes que marcan demasiado rápido la cuenta atrás y ordenadores con orejas demasiado largas. O eso creemos. O vivimos de recuerdos, o de gestos, o de pamplinas con olor a tomate quemado, o pensamos que una crítica (o dos, o tres) nos puede destrozar. O destrozarnos, si no lo estamos ya. Pero, a lo mejor, tiene un problema esta cuarta temporada: presentar tan pronto un capítulo casi tan perfecto (¿se dice así?) como el tercero. Casi perfecto. Resume mucho, y lo hace bien, y te deja, con o sin nieve, con o sin esperas en una escalera, un resquemor de esos que gusta. Que te gustaría recrear, pero recrear eso es imposible. Pero al final todo son firmas y miedos, pasos atrás y no hay nada como “la presión para poder funcionar” (con o sin himnos de Led Zeppelin). Pero aparte de las firmas y los miedos, “hay que llevar cuidado con las excusas”. Y siempre ponemos excusas para casi todo, para casi todo el mundo, para casi cualquier cosa: “Si todo en tu vida parece un desastre, puede que el trabajo también lo sea”. The Bear no deja indiferente pero a veces es altivo, es música que se entrelaza entre gritos y más gritos, y no está de más que, por una vez, sobren gritos entre infartos y ventas inmobiliarias, entre llamadas que esperan respuesta y entre bodas que se son de todo menos bodas, entre sudaderas olvidadas y cajas de fotos. Pero al final, quizás todo son tres palabras: “¿Por qué aguantar?”. Pues eso, aguantar, con o sin motivo, con sin Aaron Rodgers jodiendo a los Jets, con o sin bocadillos que lo mantengan todo, con o sin tablas con colorines, con o sin momentos disfrutados mirando a tu bebé hasta que los teléfonos lo joden todo, con o sin el embajador del día de San Patricio recordándote que siempre hay que crear expectativas. Pero “siempre hay un reloj”, un jodido reloj que lo jode todo, te quedes o no encerrado en una nevera. Y va ser verdad eso de que “la culpa es muy cabrona”. Y siempre somos culpables, debajo de una mesa, o mirándonos cuando no queremos mirarnos, o cuando el desencanto nos llena y solo hay desencanto cuando toda nuestra vida debería ser todo menos desencanto.

lunes, 7 de julio de 2025

Los sin nombre. Primera temporada.

El teléfono y El principito. Mira que asustan los dos a la vez, metiendo miedo. Porque Los que escuchan mete miedo desde el principio, con algún momento cerdo hanniballectérico incluso. Milagros y desapariciones en una Barcelona sin resurrección. Y hablan en gabacho y no en catalán. Eso sí que es un milagro. En esta Barcelona, hay muchos enfermos y en muchos sentidos. Y muchas mariposas. Y noticias, y esa catarsis convertida en huída o abandono, o en venta, o en alcohol. Hágase querer por lo oculto, hágase querer por la ínsulina, hágase querer por la casa de los horrores, hágase querer por las renacidas, hágase querer por los cabezazos contra la mesa (mi madre me decía más lo de “los cabezazos contra la pared”). Pero al final, todo es mentira, te crees lo que quieres creerte aunque sea una puta farsa, un engañabobos. O lo que sea. Y los pájaros, se choquen o no contra nuestras ventanas, son ratas del aire. Siempre. Hágase querer por la loca de las resurrecciones. Y ese comodín, argentino y desaparecido, que aparece cuando menos te lo esperas. O esperes. O peros (es, manzana para todos). Estafas piramidales que acaban en bañeras, en cuerdas, en disparos, en salas de interrogatorios, fotos y cajas de cartón. O en muchas cajas, repetidas, repartidas por el mundo. Protegidos, locos, paranoias y más mariposas. Todo entre milagros y señales divinas, o nada divinas. Insectos para todos. Volver, volver, volver: “El mundo puede ser muy cabrón para los niños como nosotros”. Y como en la NBA con Guille, tenemos que hablar de Kevin (con o sin lengua). Mariposas y mentiras, y sílabas encadenadas que hacen pensar y preguntarse, en voz alta, como en aquello de San Mateo sobre la búsqueda. Y lo que encontramos. Tiene miga el pan de Los que escuchan y es mejor no tragarlo con el estómago vacío, si es que acaso quedan entrañas cuando llegas al sexto capítulo.

sábado, 5 de julio de 2025

Europa

Europa no tiene denominador común. Pasa del cenicero de pie y del mueble bar a personas que tienen protocolos para los sueños de sus hijos (que ya han soñado el mismo sueño), va de fanzines de institutos y de la posibilidad de viajes temporales, de canciones de Sinatra y de Johny Cash. Pero es mucho más. Eso solo es la escama de un pescado que es adictivo pero puede resultar entre repulsivo y venenoso, y eso lo hace más atrayente. El nombre viene de una luna, de una luna de Júpiter, según nos dice Luis López Carrasco en la segunda píldora de esta medicina literaria hecha de imaginación (mucha imaginación) y, porqué no decirlo, de derrota. Aparecen, o eso me da la impresión a mí, personajes derrotados que pasan del videojuego a pensar en un lugar o una fecha imposible a la que volver. Y esos sueños, los de Europa y el resto de relatos de este libro, “son incontrolables”. Y añade LLC: “Al menos, hasta su generación, lo eran”. De estos relatos, me quedo, en primer lugar, con el titulado como Todos los finales posibles. Será por la Historia, eso que me paga las facturas y que antes era atrayente y ahora un mal necesario que explicar una y otra vez para evitar otros males mayores y no necesariamente obligatorios. TLFP nos mete en un berenjenal apocalíptico, de esos que tanto dicen llegar y afortunadamente no llegan, aunque el miedo es que lleguen y tengamos que cambiar de calculadora: “Y todo el mundo se acostumbra, tras días de bombardeos, a que la cuantificación ahora, en tiempos de guerra, se realiza en unidades de millón”. En esa posibilidad de viaje de la que hablan los dos protagonistas de TLFP, “la máquina solo podía viajar al pasado y solo podría realizar un viaje”. Podía, podría, por ese orden. Apostilla el autor en la página 73: “Y había sido Daniel, padre de una adolescente sombría, quien le había disuadido de intentar enderezar a los hombres, convencido de que ese cataclismo era el mejor de los posibles”. Cataclismo y mejor en la misma frase, para que se entienda, y es verdad que así se entiende. Añade LLC: “Estamos viviendo el diluvio universal con retraso. Y vuelvo sobre la idea de que muy probablemente el pasado sea inmutable. Es una misión condenada al desastre”. Como no nos miramos al espejo (lo suficiente) no nos hemos dado cuenta de que “quizá nosotros seamos la plaga, quizás siempre hemos sido la plaga, las siete plagas”. Jesucristo, Sócrates, San Pablo. La arrogancia del canon occidental y entender “El Imperio Austrohúngaro como el hogar del pensionista”. Da mucho que pensar TLFP. Pum, pum. Y entre el resfriado de las gallinas (yo todavía recuerdo cómo los vecinos del Campillo las emborrachaban dentro de las jaulas, y como mi padrino castraba los marranos encima del Renault 5), en segundo lugar me quedo con la pildorita titulada Donde los enemigos esperan sentados junto a cubos de basura, unas letras de encuentro entre el desencanto, la decepción y la escapada, y donde leemos que “el que viene a hacer el caos se acaba cansando, se muerte y se va”. Decía el hombre de la camisa verde que si le ponemos empeño podríamos llegar a ser invisibles. De eso, o quizás no, va DLEESJACDB, ya que “los cadáveres digitales desaparecen a los pocos segundos”. En definitiva, un buen libro que se entiende (aún mejor) cuando en la página 165 llegas al final de los agradecimientos y lees sobre la “velocidad caníbal” de la incertidumbre y de la precariedad, y como el autor reconoce en primera persona “que no podía apoyarme en el recurso que hasta entonces nunca me había fallado: la imaginación”. Que viva la imaginación. Siempre.