miércoles, 12 de febrero de 2025

La península de las casas vacías

Termino, después de un mes de lectura entre recreos y huecos entre clases, La península de las casas vacías, de David Uclés, mientras en Murcia tiran los muros de la Cárcel Vieja para convertirla en bar, o restaurante, o lo que quieran. Ese es el nivel de nuestros políticos, y no es raro que la gente pase del asunto, o, directamente, no le importe. Es un libro complicado LPDLCV, porque el asunto de la guerra civil española no es fácilmente digerible a estas alturas. En la página 22, se lee: “En Iberia, país al que pertenecía Jándula, con voluntad, paciencia y algo de fe, en ocasiones la lógica se invertía al capricho de sus habitantes”. España es diferente y siempre caótica. Es raro que no hubiese más guerras civiles a lo largo de los años porque como dice DU “los gañanes no leemos, solo cavamos la mayoría nuestra propia tumba”. Esta es una novela de muertos pero sin tumbas apenas, de misas dichas y pospuestas, de gente que no era de política hasta que un empujón los metió en un torbellino de ideas equivocadas y ajenas. LPDLCV es una novela de mucho luto, de dolor, de liturgias que se respetaban, aunque no se comulgaba con ellas (Corpus Christi), de recuerdos de Imperio Argentina al principio y al final del libro, de cabañuelas y de idas y venidas, de grapas e istmos, de asesinatos que son previas y jaleos provocados por “niños grandes que se creen que van a cambiar el país”. LPDLCV habla de tierras pobres y pobres sin tierra, de santos y hábitos, de carnets que se utilizan y de bandos incontrolables, pero es que en la guerra (casi) todo vale. Deja buenas frases (en el realismo mágico o sin magia no me meto, que empecé siete veces CADS y ninguna vez pasé de la página 20), porque para entender aquel enfrentamiento muchas veces hay que ir a lo básico, a las oraciones sin rezo y al rosario a medio recitar: “Los políticos no tienen campo. Si no, no tendrían tiempo de inventar tantas cosas”. Y entre ajusticiamientos y comuniones van pasando páginas, entre cristales hervidos y ligas en el bar, recuerdos de Casas Viejas y de Castilblanco, de personajes que llegaron a mandar sin motivos más que su enriquecimiento o su tortura interior, como esa Carmen Polo que describe con palabras DU: “Intuyó que aquel hombrecillo podría mantener su mayor afición aparte de ir a misa: las joyas. Misa y joyas, una relación que de por sí dice más de ella que cualquier biografía”. En LPDLCV se habla de radio y se escucha la radio, caen del cielo panfletos y pan, crecen acelgas como sacramento de confirmación, se enumeran palacios por los que pasó Franco y campos de concentración donde pasaron otros españoles, se recuerdan matanzas, bombardeos, checas, sacas, paseos y nos ilustra el autor con palabras aquella situación a la que llegamos por (de)méritos propios: “Somo un país de necios, aquí y allí, por muchas camionetas de maestros y muchos ateneístas espabilaos que haya. La inepcia nos carcome”. También nos muestra LPDLCV la incompetencia y la maldad de unos mandos militares más preocupados por el desgaste y el alargamiento de una guerra que ya está en los libros, aunque “los libros y tanto pensar no traen nada bueno”. Reflexiona DU sobre la forma en que los libros de texto pasan muchas veces de puntillas sobre esta guerra entre hermanos, este fratricidio universal convertido en hechizo maldito que sigue aquí porque no hay manera de entender los augurios ni los viajes áureos a Moscú ni los ganchos con los que troceaban los cuellos. La llegada de la guerra a los pueblos fue distinta a la urbanita, aunque se transformó en venganza y rencilla, en cambio de vocabulario y de festividades, en modificación de hábitos y prohibición de costumbres. Nada como esas palabras de Odisto a su hijo José: “¡Te vas a una guerra, a una guerra entre hermanos donde todos seréis cainitas! ¡No sois derechistas ni izquierdistas! ¡Sois hermanos!”. Pero como todo es mentira en esta vida, ese todo se resume en una buena frase que se encuentra en la 281: “¿Qué coño vas a hacer con las ideas cuando te pongan el cañón en la boca?”. Hace DU mención musical para acompañar malos tragos o amargos, que a veces confundimos los sabores y olores (“supieron que habían llegado al campo de batalla por el olor podrido de la guerra”), las desbandadas y los zulos, los carniceros, los límites que no existen en la guerra y esos ruidos que se te meten en el alma y ya no salen en ningún momento (“conforme se acercaba al enemigo, oía el ruido de la guerra con mayor contundencia”). LPDLCV es un retrato de personajes citados (no sé si en el contexto adecuado), de intelectuales y fotógrafos, de compañías de teatro y tiros de gracia, de países que viven juntos pero no conviven, porque la convivencia es imposible si no cedemos en muchos puntos. Además, se refiere DU a esos momentos de ausencia sonora, “de ese silencio general, el que siempre presagiaba la batalla”. En esos silencios siempre hay un recuerdo para mártires y esquelas, para hojas de biblia reconvertidas, para esos suicidios que se convirtieron en repetición (fuera y dentro de los triángulos), para los que solo podían obedecer en su condición rasa, para asedios y treguas, y de cómo todo se transforma y la enseñanza más común se simplificaba con la ausencia de planes. Y en esa ilustración de lucha y muerte incluso hay hueco para fotografías presentes y escondidas, para quintacolumnistas y milicianos hoy totalmente olvidados porque, como escribe DU, tras aquella locura de guerra, postguerra y dictadura todo se tapó con un “pacto de silencio”. Y la entrada en las ciudades y las salidas de los puertos y unas fronteras que no eran más que espino con el que caer y no poder levantarse. De la infinidad de citas me quedo con la del olvidado Julián Besteiro, hoy borrado hasta en las filas del que fue su partido: “Me quedaré con los que no pueden salvarse. Es indudable que facilitaremos la salida de España a muchos compañeros que deben irse, y que se irán por mar, por tierra o por aire; pero la gran mayoría, las masas numerosas, esas no podrán salir de aquí, y yo, que he vivido siempre con los obreros, con ellos seguiré y con ellos me quedo. Lo que sea de ellos será de mí”. Con ese tiempo mecánico, de reloj, nos recuerda DU que “en una guerra siempre gana el que tiene más tiempo”. Un libro que nos recuerda que no está de más recordar, en más de una página, nuestro pasado, por muy oscuro que fuese y si se nos escapan las lágrimas, será, como decía el hombre de la camisa verde, por algo: “Todos lloraban, pues en la guerra, raro es el hombre que no se siente solo y llora, que no se siente herido y llora, que no ve la muerte venir y, acongojado, llora; por mucho que el cine y la literatura nos muestren hombría y poca lágrima”.

sábado, 8 de febrero de 2025

The Order

En el minuto 37 de The Order hay un diálogo entre el nuevo cachorro blanco que dice vivir la economía racial frente al viejo tiburón blanco que es acusado por el nuevo cachorro blanco de predicar en un desierto que es blanco pero que no se siente igual. Ambientada en 1983 y 1984, podría ser perfectamente aplicable al 2025, con o sin alas cortadas porque “en toda revolución siempre hay alguien que tiene que disparar primero”. Asaltos a bancos, ataques a sinagogas y cines porno, bombas hechas señuelos y persecuciones en un mundo hecho de mentiras. Porque en The Order todo es mentira. Neuronas al servicio de un gran plan, pero todo está podrido en Yankilandia, ese “gran país de mente cerrada”. Crisis al servicio de la idea equivocada, o de la falta de ideas, o de argumentos, o, directamente, del relato. The Order te pone en el estrado de la decisión, entre palabras y hechos, en las decisiones equivocadas: “Nos enfrentamos al exterminio de nuestra historia, de nuestra propia forma de vida”. Y con ese ladrillo, se puede montar un muro. O las cárceles que quieras. Hágase querer por 6 pasos, o por quinientos, para llegar al delirio: reclutamiento, obtención de fondos, revolución armada, terrorismo nacional, asesinato y día de la soga. Todo mentira, incluso en la doble vida, en la falsedad de los argumentos, en los chismorreos, en la palabrería de una historia que se cimentaba en el peor de los dramas: “El ganado, muere; los compatriotas, mueren; yo, moriré; lo único que sé que nunca morirá son las hazañas de un hombre muerto”. Lo dicho, hágase querer por un pensamiento equivocado y se meterá en líos de los que quizás no vuelva. O no quiera volver.

miércoles, 5 de febrero de 2025

Herrhausen. El banquero y la bomba. Primera temporada

“Un deudor muerto nunca pagará el dinero que debe”. La frase, del primer capítulo de Herrhausen. El banquero y la bomba, nos lleva a la pregunta y la posibilidad de una quita total de la deuda de los países endeudados. ¿Qué tipo de personaje podría hacer tales afirmaciones en 1987? ¿Quién perdió la IIGM? ¿Qué tiene que ver la deuda de Méjico con la alemana? ¡Condonación, condonación!! Vocabulario, trasnochado vocabulario: “No se trata de deuda sino de configurar el futuro”. ¿Entonces? ¿Lo perdonamos todo o somos inconscientes? ¿Se puede mirar continuamente hacia otro lado? Y en el partido de tenis entre hombres de corbata, siempre hay una réplica: “El valor añadido exige deudores”. Y desde el resto, de nuevo, la iniciativa: “Pero en un mundo limitado no hay crecimiento ilimitado y hay que ser innovadores. No sólo en cuestiones de deuda, sino que debemos pensar en todo”. Y, gritando entre un Nole antitodos y un Roger estilista, se le acusa con la tierra batida en la garganta de panfletista rojo al hablar de condonación. No hay juez de silla y el punto se alarga: “Para nosotros, un desplome bursátil es peor que una condonación”. Entre banqueros anda el punto: “Si algunos bancos no han hecho sus deberes, es su problema, no el nuestro”. El juego también lo lleva a cabo el poder cancilleresco, que Helmut mandaba mucho… El set, la junta. Y más frases: “Estados Unidos tiene una crisis de deuda más importante que la del Tercer Mundo, y nos afectará sobre todo a nosotros”. Se habla de presión constructiva, porque entre yanquis y alemanes anda el juego desde hace muchas décadas. Hágase querer por Bonn antes de Berlín. La lupa. La vigilancia. Rutinas a poner en entredicho. Hágase ser querer por lo antiprusiano: “Tenemos que ser desordenados, el peligro lo requiere”. Objetivos. Dianas andantes. Cambios. Hágase querer por una reja. Y Gorbachov, y reformas, y cambios inimaginables hasta que llega el caos. Hágase querer por un presupuesto soviético (viva la bancarrota): “La quiebra de la Unión Soviética es mayor de la que se intuye, y la RDA vive de su ayuda. ¿Qué pasará con la RDA cuando deje de existir la Unión Soviética?”. Y entonces, la Fracción del Ejército Rojo sale a escena: “Alemania y sus autoridades son historia”. ¿Qué no es historia? Vivan los rituales, sean o no sean soles de mediodía. Y las reuniones, los Mercedes iguales uno detrás de otro y saber que “lo que vale para Méjico vale también para el resto”. Hágase querer por un micro, hágase querer por los intentos de resurrección imposible, hágase querer por la moneda, por la inversión, por los defensores del mercado, por los que van en contra de todo. Ni una encíclica engloba tantas preguntas como la primera temporada de Herrhausen. Amigos entre amigos hasta que dejamos de ser amigos. ¿Qué es una probabilidad? ¿Quién hizo lo posible para que hubiese un día después de la caída de la URSS? Dormir y cohabitar, todo mentira, que la vuelta no es solo un pañuelo blanco en la americana. Mejor no hablar, que los bancos siempre dan problemas. Y siempre recordamos una caída del caballo, un Damasco particular, una casa de verano, una velocidad inusitada entre pinos. O lo que sea. Redenciones y Cristos camino del calvario. O de los calvarios. Vivan los negocios. Lo correcto es una conversación olvidada en mitad de un claustro, en mitad de un camino polvoriento, lo que queda escrito en una carta en un cajón de una mesilla. No se puede rezar esperando milagros siempre, que toda profecía llega antes o después: ¿Predecible o evitable? El pánico y ese dolor detrás de un mapa enorme: “Debemos decir lo que pensamos y luego hacer lo que decimos, y también debemos ser lo que hacemos. Entonces tendremos credibilidad. Esta adicción a ganar dinero rápido ha debilitado las estructuras consolidadas”. No hay calma pensada para asumir una catástrofe económica planetaria. O, quizás, tampoco tengamos soluciones para nada. O para casi nada. O para ni coger un teléfono. Pinchame y sabrás si sangro o cuento billetes, o pienso en la rentabilidad del dólar, o creo que una camisa sin botones es mejor en China que en ningún sitio. El crédito discreto, el crédito con garantías federales, el crédito a los rusos que un silencio es mejor que palabras que no se entienden en el mercado. Glasnot, Perestroika, Kissinger y superpotencias que quieren un plan B: “Ser militarmente fuerte no es suficiente”. Motivos para hacerse amigos de la URSS. Siete ni más ni menos, enumerar el miedo de los demás. El protagonista busca catarsis, y los americanos, siempre con la Z del insecticida van contra esas ideas utilizando a los antagonistas, porque las ideas preocupan cuando se dicen en voz alta: “A veces pienso que Gorbachov tiene la misma misión laberíntica que yo: reformar una empresa apática donde nadie cree en el cambio”. Y esas preocupaciones del jefazo del Deutsch Bank ochenteras, entre visionarias y apocalípticas (¿no es eso toda Edad Media o la Guerra Fría?), lo mismo valen para las caídas de ladrillos que para los bombardeos de ideas imposibles: “Un tercio de la población mundial no tiene acceso al consumo, por lo tanto, a un de tercio de la población mundial debemos ofrecerle las condiciones de acceso al consumo”. Sumas, manchas en la frente y colapso, aunque sean la mitad de los capítulos y sin supermercado ni gasolinera ni barco en el que huir. Comandos partidos, o partes de un comando. Secuestrar o matar. Saltar por los aires. Pero todo es por el dinero, porque “el dinero que no va ligado a proyectos es un error”. Visiones amplias, bicicletas, saltos al vacío. Visiones y casas que no son representativas de su pensamiento: “Muchos errores se cometen cuando a las empresas les va bien”. Más Cristos y hospitales, siempre redención, siempre buscando un Cirineo que ayude con la cruz, o con una escapada húngara, o un espino que cortar, como el que corta flores ajenas para personas ajenas. Tormenta para todos, decisiones que son sueños imposibles. Pero todo requiere dos velocidades, y siempre hay detractores e incluso hasta la revolución es mentira: “Deberíamos esperar a que se pose el polvo de los escombros para ver con humildad hacia dónde nos llevará este viaje después de la revolución”. Pero no hubo ni revolución, y cada ladrillo caído, otra losa para enterrar ideas y represión a partes iguales. Y puestos a rizar la bomba, nos preguntamos: ”¿Por qué no votamos primero si realmente queremos votar”. Todo, al final, es como un chiste sin gracia y, sin final propiamente dicho. Una buena serie para pensar que toda reestructuración por las buenas sigue siendo imposible. Pero siempre hay que recordar las derrotas para saborear mejor la mentira de las victorias. O de las falsas victorias.

jueves, 30 de enero de 2025

Conquistadores

Conquistadores, de Eric Vuillard, me ha gustado mucho menos que Una salida honrosa, o 14 de julio. Ni que decir respecto a El orden del día. Se va EV en Conquistadores al lado de la épìca, intentando explicar lo inexplicable: la forma y el modo en el que una pandilla de locos se fue a por oro y acabaron montando un manicomio (dorado, por supuesto), en las Américas (siempre en plural, vivan los plurales). Le sobran páginas, le sobran descripciones, le sobran caídas aunque ese detallismo que muestra quizás necesita de esas descripciones, de esas caídas (y no sólo la de la portada). Allá por la 232, se lee: “Los conquistadores, como muchos hombres que perseveran en cometer crímenes, se consideraban miserables y, a la vez, destinados a no se sabe qué lejana redención”. Viva la redención. No se explica la conquista de aquellas selvas, de aquel lugar olvidado de la mano de Dios sin la redención ni la imposibilidad de obtenerla a base de sables, sangre, moscas y cagaleras. De todo hay en el Cuzco, y todo es congelable: “Las dos cosas más frías del mundo acaban de tocarse: el oro y el corazón humano”. En aquella mezcla de jauría y pocilga, sólo cabía apocalipsis: “Los indios no conocen ni el pan ni el vino, ni la carne ni la sangre, ni la eucaristía ni la cruz”. Amén. Conquistadores es una historia de envidia y muerte, de angustia y sabiduría a base de fango, de aprendizaje porque “el mundo es una esfera, pero lo recorren senderos tortuosos”. Cajamarca queda resumida en una frase que se puede subrayar en ese rojo sanguíneo que no falta ni sobra: “Era como si toda esa masa ciega de huesos, brazos y rostros esperara el día del Juicio Final”. Excrementos y lodo, porque “todo lo que no tiene gloria alguna es complicado”. Muy complicado. Nada es perfecto en la conquista. Imposible hacer églogas, imposible encontrar lucidez en mitad de esa jungla sin éxtasis: “Ya nadie muere como en los campos de batalla de los cantares de gesta”. Pero todo cambió, nada como una cabeza pensante para meter los líos al personal en la quijotera: “Desde que se conoce la brújula, el timón y la redondez de la tierra, ya no hay enemigos. Sólo el espacio abierto, el ingenio y el mundo por conquistar”. Y entre tanto ingenio, y tanto invento, solo quedaba repetir el asunto, volver a los errores y desaciertos, a la definitiva huida hacia adelante de toda la vida: “Fue como un rito enloquecido en honor al oro y al miedo, un triunfo de perro, del hierro y de la pólvora. De repente no había más que tierra roja, muros húmedos de sangre, la integridad del cielo”. Y cadáveres, miles de cadáveres, porque “no existe expresión más altiva que la de un muerto”. Sueños que se cumplen para que no cambie nada, o lo cambie todo. Préstamos y más préstamos, llenos de secretos y cláusulas, todo para acabar rodeado de hierbas enormes, humedad infinita en esa naturaleza convertida en “libro para iletrados”. Amén y gestos, delirio y comunión, que “la vida circula y baila”. Y apostilla EV: “La convertimos en imágenes, no sabemos hacer otra cosa”. Y en mitad de los bailes, de los del pasado y la correa, de los del golpe y la cuaresma, se hizo el milagro de la conquista: “Es asombroso comprobar hasta qué punto el azote ha encaminado a los jóvenes en la senda de la crueldad y de la gloria. El Nuevo Mundo fue una empresa de bastardos y niños golpeados”. Sangre, riqueza y penitencia, para que luego todo se simplifique al oro, “esa nada que los niños se disputan”. Se alargó lo antiguo. Mucho: “Las cosas comienzan siempre antes. Porque nunca hubo Edad Media, sino un largo Renacimiento. Un mismo tendón sobre un mismo músculo”. Y sobre ese tendón, sobre ese músculo, había que hacer algo, crear cimientos, ya que “se funda una ciudad un poco como se abre una tienda”. Y una vez abierta la tienda, había que robar, y matarse entre sí, “porque los españoles matarían más españoles que los indígenas a lo largo de toda la conquista”. Todo se enmarcaba en ese “acre goce de matar” y “había que morir por dos campanarios y una plaza enfangada”. Lo vende todo EV como un lugar con encanto, pero en este sanatorio mental siempre había traidores: “Cambiar de bando es como evitar la lluvia metiéndose debajo de un portal”. Añade al respecto: “En periodo de guerra civil, la felonía es una elección como cualquier otra”. Y, con ese marco bíblico que rodea Conquistadores, resume: “El trozo de pan que Judas no se terminó cuando abandonó la mesa pasa rápidamente de mano en mano”. Y entre Nueva Castilla y Nueva Toledo, nos damos cuenta de que “mucho antes de Goya, ya están ahí esos dibujos de rostros terribles, esas escenas de borracheras entrevistas desde el desorden de los tiempos”. Col y catecismo, muerte fraternal y mucha letra para el futuro: “Es curiosa la ingente cantidad de legajos que esos conquistadores, labriegos iletrados, produjeron. Hicieron que se escribiera mucho. Ellos, incapaces de firmar con su propio nombre, sintieron la imperiosa necesidad de la escritura”. Quizás, llegando a lo básico, porque “a lo mejor le cogieron gusto a manipular las cosas que no entendían”. Y en ese estadio básico, no queremos nada para los demás: “Se comparte un pastel, no un fruto. No se puede dividir una nube, un gesto, un trono. Pizarro no pedía nada. Se preparaba para una victoria completa, sin concesiones”. Y en la historia, como en la vida, todo es lucha entre hermanos: “A veces, sólo una guerra civil lleva a la verdadera victoria. En muchos casos, nada grande se ha producido sin una guerra civil.Sin duda soluciona tanto los problemas más profundos como los más triviales”. Y todo lo demás, también.

domingo, 26 de enero de 2025

Megacuarenteno Mini

Nada como un mamarracho haciendo de las suyas para que Megacuarenteno vuelva a salir de su letargo, ponerse su traje, buscar a Limoncier y saltar hacia ninguna parte como hace Contra el avaricias. La botellica nos lleva al deseo incontrolable de poseer lo que no siempre podemos poseer. Contra el mosquito Nosferatu nos muestra la peligrosidad de los bichos que se acercan con malas intenciones, del que “no cree en nada, del que no tiene valores ni respeto por nadie”, aunque al final hace lo de todos: “Pues como todo el mundo en este país amiguito, cuando tengas un problema vete al bar y ya verás como todo problema se solucionará”. Y los daños colaterales hacen que la cogorza tenga hasta consecuencias positivas… Contra el monito loco nos deja estampas catedralicias, nos deja al comisario Bruno y nos deja la moraleja de que podemos vencer sin superpoderes y de que más vale maña que fuerza. El zoo particular de Megacuarenteno sigue con El pavito ilusionado, aunque esta minihistoria no va del de Nochebuena y del que sabe bien con una buena salsa. O sin salsa. El animalario particular de Megacuarenteno continúa en Contra la mafia de la sardina, donde hay trampas y acusaciones y donde queda claro que “pedir disculpas es de débiles y blandurrios”. La animalada también nos trae al zorroclander Ojete Pelao y la serpiente Rogelia que nos hacen preguntarnos por los encasillamientos y los estereotipos. La evolución biológica también la vemos en La Venganza del Mosquito Nosferatu, que va entre la necesidad de sangre y el ofrecimiento de la mejor lectura. La última píldora se titula Contra el ladrón del tiempo y nos lleva a la lucha contra las agujas temporales y el intento de pararlo todo. Una buena lectura la de este Megacurenteno Mini. Y esperando las próximas aventuras.

Chacal. Primera temporada.

Habrá que preguntar el nombre de la agencia de viajes que ha llevado a cabo la producción de la primera temporada de Chacal, porque es un show continuo de imágenes con las que deleitarse. Hágase querer por un Concorde, que pensó algún día el hombre de la camisa verde y no sé si llegó a decirlo en voz alta. Renuncias. De Cádiz a Tallin y tiro porque me toca escapar de una Croacia imposible antes de llegar a Montenegro.. Bajo esa superficialidad azul, o azul marino, o de los que dicen “ni tan mal”, se esconden otros argumentos. No siempre el relato es el ideal, pero sigue siendo relato, aunque vaya de más a menos. El control. Los poderosos, utilizando sus medios, para que no llegue el caviar a las masas y nos conformemos con el jamón york, que no es de York ni es jamón. Escuchamos, antes de tiros propios y ajenos, allá por el capítulo 7: “Los ricos se han vuelto más ricos, los poderosos se han vuelto más poderosos. Los corruptos se han vuelto más corruptos. Los ricos, los poderosos y los corruptos se han llevado lo que es de la mayoría y lo han escondido para que solo unos pocos lo encuentren”. A lo mejor, tanta parafernalia, tanto barniz en la madera (madera de barco, barniz de barco, por supuesto), tanta fachada, es simplemente para que no veamos el edificio en ruinas, para que no saquemos la sidra y nos conformemos con el agua con bicarbonato. Para no pensar. O todo sea mentira, y todo sea una ficción, y lo chacales de la vida siempre estuvieron ahí, empuñando los cuchillos ante el Senado con Julio César o en el asesinato del primer ministro argelino en el 92. Da igual. Al final, muchas veces, no distinguimos entre hiel y sangre, entre pus y kombucha, entre Cádiz y Tallin, porque bebemos lo mismo, respiramos lo mismo y, puestos a engañarnos a nosotros mismos, creemos ser los mismos fantoches de siempre, marionetas en manos ajenas, Monchitos articulados por una mano que nos levanta los pies cuando hace falta. Y entre tanta confusión, llegas a distraerte entre los malos que parecen buenos, y los policías, que no sabes a qué juegan. Un disfrute visual en una historia con bastantes grietas argumentales.

jueves, 23 de enero de 2025

Landman. Primera temporada.

Hágase querer por un saco en la cabeza, por unas manos atadas a la espalda. Así termina y comienza la primera temporada de Landman, la penúltima cruzada visual de Taylor Sheridan en su oeste particular, en el que todos se “saludan cuando coinciden, porque todos van armados”. Hasta hay abuso estadístico sobre la importancia del petróleo. El señor lobo de esta historia lo resume al principio del primer episodio: “La industria del petróleo y del gas genera 3000 millones de dólares al día de beneficio, genera más de 4,3 trillones de dólares al año en ingresos. Es la séptima industria más grande del mundo, está por encima de la producción alimentaria, la de coches y de la minería de carbón. Con 1,4 millones de trillones de dólares la industria farmacéutica ni siquiera se sitúa entre las 10 primeras. Las industrias que figuran por delante del petróleo y del gas dependen completamente de ellos, y, cuanto más crecen, más crecemos nosotros. Esa es la escala. Así de grande es todo esto. Y no para de crecer. Este puto trabajo... Pero antes de conseguir este dinero hay que conseguir el alquiler. Hay que asegurar los derechos y reservar la superficie. Hay que cuidar de los propietarios y de sus equipos. Y hacer que la policía y la prensa se ocupen de ellos cuando no se quieren sentar a hablar. Ese es mi trabajo. Asegurar el terreno y gestionar a la gente. Lo primero es muy sencillo; lo segundo es lo que puede hacer que te maten”. Aparte de números y estadísticas, también cuestiona nuestro modelo de funcionamiento, porque como decía el hombre de la camisa verde, “sin petróleo no somos nadie”. Y con calzadores varios, nos hace reflexionar sobre el valor de vida y la familia (todo tiene un precio), se cuestiona las relaciones personales y de convivencia, se pregunta si somos una sociedad lo suficientemente madura como para pasar de un modelo a otro. Y como en todas sus producciones, TS hasta nos inquieta con el cuidado de la alimentación, de nuestra supervivencia y de nuestro estilo de vida no siempre saludable (“no estar de humor es mi puto día a día”). Y llevando el modelo americano al límite, pone en evidencia (y no solo el modelo americano) el tratamiento de nuestros ancianos y el olvido que ejercemos sobre ellos. Y todo eso con la excusa del petróleo, ese mundo en el que se encuentran los perdedores y no despiertos de toda la vida: “Hay dos tipos de personas trabajando aquí: los soñadores y los fracasados. Antes todo el país era así. Los fracasados se fueron al oeste para morir o triunfar”. Del maldito petróleo, ese negocio que “está en una crisis constante interrumpida por breves periodos de éxito”. Pero siempre hay una explosión en nuestra vida, sea once de mayo o seis de junio, que lo cambia todo y aparecen nuevos personajes y hasta los mayans más olvidados salen de sus cuevas defendiendo a sus viudas. Y el poder de las drogas como contrabalanza, y un Don Draper de corazón roto (ese tipo al que “eso es lo que lo está matando, tratar de ser inmortal”), y una Demi Moore que hace largos en una piscina de incalculable de valor. Y siempre hay subalternos que hacen su trabajo, aunque no siempre lo hagan bien. Y hasta en los camiones de la basura de Landman hay mensaje en este oro negro interminable: “Nosotros creemos en Dios”. Habrá que seguir creyendo.