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martes, 26 de noviembre de 2013
Nuestros hijos volarán con el siglo
No nos hablaron mucho en la facultad de Jovellanos, ni de sus cuitas. Los estudios universitarios de Historia fueron superficiales, la verdad. Por eso, es reconfortante encontrar joyas como Nuestros hijos volarán con el siglo de Juan Pedro Aparicio. Esos hijos, en boca del ilustrado español, debían sacar a España de ese agujero al infierno que fue el comienzo del siglo XIX. O la continuación del fracaso que fueron XVII y XVIII, dominados por una religión malentendida y por reyes nefastos. De los políticos, como ahora, se salvan pocos. Nos introduce Juan Pedro Aparicio con unos diálogos entre Jovellanos y sus compañeros de viaje en los que se pone en entredicho la labor de esos políticos respecto al pueblo. Y la figura del Príncipe de la Paz, el ínclito Godoy, golfo y desvergonzado hasta sus últimos días, aunque a él si le dio tiempo a morir fuera de España. Los ministros corruptos, la visión equivocada de franceses y afrancesados, la óptica que tenía el pueblo de los políticos y esos hijos que por mucho quisieran nunca veían el sol sacando el agua de la sentina del quechemarín que sí o sí acabará chocando contra las rocas. Y los libros, esos que mucho ocupan y provocan envidia, y no siempre sirven para exculpar. No siempre, es más equivocan con sus títulos y no son leídos como debían. O simplemente no son leídos. Del diamante del final, la segunda parte del libro, breve pero intenso, solo decir que sirve como reflejo de lo que decimos y queremos decir, de lo que deberíamos saber y no intuímos ni en centésima parte. Y todo lo demás.
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