miércoles, 27 de julio de 2016

Hannibal. Tercera temporada.

Y Europa se hizo carne en la tercera temporada de Hannibal. París, Florencia y las tripas que hagan falta. Hasta el gran Don Pietro Savastano, que en paz descanse por tierras napolitanas, se sumó a la cita florentina. Por supuesto, con la ayuda de cámara sculliana, Florencia es el lugar perfecto para un gran sibarita, para un tipo de paladar fino y gusto único como Hannibal Lecter. ¿Podemos vivir sin Hannibal Lecter en nuestras retinas? ¿Vamos a saborear los platos aunque no los prepare José Andrés como lo hizo Hannibal Lecter en esta ficción televisiva? Creo que no, aunque habrá que probar esos riñones y esos hígados aunque eso suponga ponerle los cuernos a los que me prepara Isabel Ruiz. Pero todo lo bueno se acaba y el pasado vuelve al presente y se acaban los conciertos en Florencia y eres vendido. Pero siempre hay redención. Siempre hay buenos samaritanos que, haciéndote el loco, te salvan la vida y te invitan a vino en su encierro particular. No todo es mentira. No todo es un feto en una cerda. No todo es una marca de ganado en la espalda. No todo es un mordisco en la cara. No todo es una cicatriz en la frente. No todo es una francotiradora que da miedo. No todo es un bastón en el que apoyarse. No todo es ahogamiento y bañeril. No todo. No. Como nos recordó en más de un artículo el gran Pérez-Reverte, hay que tener siempre presente la cuchara del diablo. Y las llaves. Muy importante la venganza, las llaves, las personas que cumplen sus promesas aunque sus promesas sean dolorosas. Hay que cumplirlas. Siempre. Y si no las cumples, verás un dedo acusador. Acusándote, por supuesto. También hay personas que sufren por la indignidad: te acostumbras al caviar y pensar en volver al chopped es una gran indignidad. Mejor no comer que comer chopped. Y quien dice indignidad no se refiere solo a comida. ¿Qué sería de nosotros sin nuestros libros? ¿Qué sería de nosotros sin poder comprar los libros de nuestra lista? ¿Qué sería de nosotros sin poder leer los libros de nuestra lista? ¿Qué sería de nosotros sin las relecturas de los libros de nuestra biblioteca? Y quien dice libros, dice nuestro cuarto de baño, nuestro aseo, nuestro lavabo. Eso sí que es importante. Perder eso si es indignidad. Pero en mitad de la indignidad, es mejor que mueran todos y salvar(te), salvar(nos), ser Salva(dor). O tal vez, no. Tal vez la indignidad sea solo física y solo tengamos miedo de la compañía de los muertos. Simplemente tenemos miedo de llegar antes de tiempo a la avenida de los cipreses, ese lugar donde en verano se huele tan bien. Tan perfectamente bien. Nada como un cementerio de dolor, sea en Florencia o en un bosque de Wisconsin, o en el viento de Chicago, o en el suelo del Chamones. Y en mitad de esa tormenta, hay afinidad por nuestras familias, sea buena o infernal. Es la nuestra. Es nuestra sangre, aunque nosotros la hagamos sangrar. Es nuestra familia y al final solo queda sinceridad. Que invento de mierda la sinceridad, al final solo nos mete en líos. No hay que avergonzar(se) de lo que uno es. Nunca. Hay que tener principios. Locura e indignidad, dolor y familia, jodiendas con vistas a un tipo sin labios. O a varios tipos sin labios. Y comer labios. Y si hay que comprender, es difícil comprender cuando te escupen en la cara, o cuando escupes en mitad del Mar Menor. Sirven de poco las dos cosas. ¿Compasión cuando eres mayor de edad? Cada uno, a su edad, sigue teniendo el diablo que se merece. El que siempre se merece. Te pueden poner un apodo degradante, pero te lo pondrán, y no tendrás más remedio que apechugar. Y preguntar(te), con el Nuevo Testamento en la mano, antes de que la cabeza llegue a la bandeja de plata, si San Juan Bautista reconoció realmente a los que le sucedieran. El calor y las interpretaciones del testamento más nuevo. Y vivan los dibujos, los grabados, lo irreconocible y lo insano de El Bosco, y de Blake, y de todos los demás, Dante incluido. Toda mentira es una verdad de humno. Mejor no preguntar si no quieres saber una verdad que duela, que duela de verdad. Y a las tazas rotas, las de esta temporada, las de la segunda, las primerizas, siempre las siguen los copas de vermú. También rotas, también canibalismo de cristal, también asesinato de cristal, también cebollas de cristal. Si siguiéramos nuestros más bajos instintos, y con el gusto a riñones e hígados en el gaznate, todos seríamos asesinos de cristal y caníbales de cristal. Siempre. Seguiríamos con la mentira de todos los días, con los tratamientos que no solucionan nada, con esa alquimia que no vale para nada, solo mentiras para intentar saciar el resentimiento y el dolor. ¿Alcanzar el Infierno? No nos hace falta Dante para eso, ya lo teníamos desde que éramos conscientes de que ningún mecenas vendría a salvar(nos).