lunes, 20 de marzo de 2017

Salamander. Primera temporada.

No está la primera temporada de Salamander a la altura de la de Enemigo Público, pero hay que decir bien alto ¡Viva Bélgica! Vivan las conspiraciones de estado, vivan los tipos que manejan el mundo, vivan los policías con buenas intenciones. ¿Por qué entrar al banco más poderoso y robar las cajas de seguridad y dejar el dinero? La información es todo. Chantajear a tipos sin escrúpulos es todo. Vale la pena tener de los cojones pillados a quienes dominan el cotarro. Pero siempre hay que eliminar a posibles testigos, a individuos que pueden tirar de la manta. Pero como dice la clásica frase, todos salimos perdiendo. Lo que esconde una caja de seguridad, mejor que no salga a la luz. La luz siempre hace daño. Y explotan bombas. Y parece que todo se va a la mierda en mitad del chantaje institucionalizado. La mierda, la del pasado, la de las escalinatas de palacio, la de los consejos de administración, la de las estaciones de policía, la de los conventos, la de los cuernos, toda ella, sale a la maldita luz. Y no hay sujetacorbatas que frene la venganza. No está bien subestimar a ciertas personas. Al final, todos los cargos públicos, en mayor o menor medida están rubalquizados. La seguridad siempre es relativa. No hay nada garantizado en nuestro bienestar. Nunca. No se puede confiar en nadie. ¿Elegir camisa? ¿Elegir políticos? ¿Elegir bazofia? ¿Elegir ruido o música celestial? Pero todo tiene un origen: la II Guerra Mundial. El pasado hizo bueno avales para el presente. Enfermedades internas que debilitan los países. Y paralizar el país. Colapso. Ira ante la corrupción. Escándalos de subsidios. La CIA metiendo sus narices. Todo se junta en la primera temporada de Salamander. O casi todo. Suicidios y renuncias, promesas de pompas de jamón, situaciones insostenibles, señales que no sirven para nada. Impresiones equivocadas. Y siempre se busca una cabeza de turco, un campesino flamenco que pague por los males del país. No hay fiesta completa sin chivo. Spika. Abril de 1944. Paracaidistas británicos. Resistencia ante los nazis. Todo tienen un pasado. Y la política, independientemente de las latitudes, sigue siendo una mierda. Pero a veces el honor existe. Quedan personas honestas. Pocas, pero quedan, aunque estén abocados a una muerte temprano, espirítual, profesional, física. Salamander. Un nombre con demasiadas preguntas como una biblioteca llena de libros en el convento más alejado de la historia. Perseveranter o no rendirse nunca, círculos de fuego para aislarse de casi todo. Jacob Lascaille. Imprentas del XVII. Dinero, poder, abuso. Y los sentimientos que te pueden meter en líos. Adiós a los sentimentales, a los que se dejan llevar por algo intangible, por algo que no debe mostrar en público. Cooperar o morir. Pero siempre hay vacíos en el pasado, documentos que se pierden, meses que no aparecen en los registros. Ascensores y disparos, huidas hacia adelante, estatuas ecuestres e internados de dolor. Personas convertidas en números: 110, 640 y suicidios de niños que se niegan a asumir su porvenir negro. Saltos al vacío para terminar de cerrar el círculos. Sobres que nos demuestran que no podemos cambiar el mundo. Charcos de sangre que evitan pensamientos positivos. Ambulancias que recogen las entrañas del suelo. Conspiraciones políticas. Seguir el rastro del dinero. Aunque la lista de interrogantes es alta, siempre se puede conjeturar, y, puestos a conjeturar, habrá que salamandear. Y todo lo demás, también.