martes, 24 de octubre de 2017

Halt and Catch Fire. Cuarta temporada.

En esa montaña rusa que es Halt and Catch Fire, encontramos una cuarta temporada, un epílogo de diálogos mágicos, de palabras definitivas, de llantos que demuestran que somos humanos, que fallamos mil veces y que incluso, podemos mezclar piña con chili. O tal vez, no. Empieza con el éxtasis de la victoria y la derrota siguiente. Cuando tengo alumnos comprensivos, les digo que disfruten cada momento porque suelo comprobar que el axioma maldito se cumple: después de un buen momento, viene el caos. Viene el puto caos. La decepción. Lo más grande. Beber un caldo caliente en el sahariano desierto a 50 grados y desnudo. Todo se va a la mierda. Hay juegos imposibles, peregrinos que dan un abrazo, infartos que hacen decir palabras, emocionar(se) con calabazas, caprichos de jersey verde, apariencias que nos hacen perder el norte, el sur, el este y el oeste si hace falta. La cuarta temporada de Halt and Catch Fire es pérdida, es decepción, es lágrima continua, es la descomposición de un equipo, es una pincelada perfecta en mitad de ese caos que comento a mis alumnos. Parece (ser) que hay dolor (bien)entendido. Mentira. Mentira. Mentira. No existe. Somos caprichosos en mitad del hambre, somos secretos en mitad de un grito. Hay últimas visiones, hay patillas que enamoran, hay envidias por el amor que tienen otros. ¿Realmente estamos preparados para una pérdida económica? ¿Y para una física? ¿Y para una emocional? No estamos preparados para el caos. Y equivocar(nos) otra vez, y no encontrar plan B. Ni plan Z. No hay letras en el alfabeto para el caos, para definir una muerte una inesperada. No hay capuzones en agua sagrada que (nos) salven, porque estamos condenados al pecado del error. Y empezar, como se debe empezar: con una pregunta. Y buscar ideas, mil ideas, porque siempre es posible algo bueno con una excelente idea. Y todo lo demás, se resume en una carta, en una foto, en un sentimiento, en un guión que roza la perfección. Y punto.