martes, 17 de octubre de 2017

Suburra. Primera temporada.

Resulta que el mal es cíclico. Y suena de fondo el himno de Italia, y suena Roma, y suena el Puerto de Ostia. Y está el asunto de la familia. Porque todo, queramos o no, es familia. Vaya concepto el de familia. Me gusta lo que dice la RAE respecto a familia y viene a la perfección respecto a esta primera temporada de Suburra: "Conjunto de ascendientes, descendientes, colaterales y afines de un linaje". Colateralidad. O cómo diablos se diga vivir en un clan gitano en Roma del que quieres huir sí o sí; o bajo la tutela de un padre policía con el que no hablas; o tras una familia que no te deja respirar. Tres ases para una baraja en la que se juntan curas lujuriosos, mafiosos amantes de los caballos y el concejal de turno que en el pasado estuvo repleto de buenas intenciones pero las olvidó para caer en la más asquerosa de las dependencias (la corrupción política). Buen retrato el suburrístico. Muy bueno. La familia, las putas que llegan a la familia, la envida familiar, la cortesía olvidada, los vicios en el clan. Todo se repite y no hay nada nuevo bajo la niebla romana, antes y después de la llegada de los caballos, de las exesposas y de los arribistas. O tal vez, sí. Nunca se sabe. Coda: Y que suenen teléfonos, y lleguen los parques y los uniformes y todo lo demás.

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