martes, 14 de noviembre de 2017

Los años borrachos

En esas que un profesor de guardia, viernes a última hora de la mañana, va recogiendo alumnos clase por clase, de los que van contracorriente, de los que no han ido a las excursiones de turno y los lleva a la biblioteca del IES de turno. Y entre el alborto, ese lugar, maravilloso. Y entre tantas joyas, ese día, curiosamente, Los años borrachos, edición a cargo de Javier Orrico con colaboración de Jesús López Garcia, sobre la figura de José María Corbalán (1956-1979). Empieza la recolección de textos, desde 1973, con Existencia de poeta, en el que el de Caravaca de la Cruz, acaba subrayando: "de pedazos de embriguez, de embriagada escarcha, de escarchadas nubes". En ese mismo poema, escribe: "existencia de loco visionario de errores que no son". En Poema para no ver a los presentadores de Telediario, la letanía sería asemejable a Urdacis y similares a ce, ce, o, o, y lo que se ponga por delante: "Recémosle al imbécil/orémosle al idiota, pidámosle al de arriba/ favores./ Seamos/ de derechas./ Sacrifiquemos/ nuestra vida la gobierno./ Hagamos/ otro plan de desarroll./ Fabriquemos/ verdad/ donde no hay...". Finaliza este PPNVALPDT con palabras que se quedan en las 625 de entonces, ayer plasma, hoy pantalla plana con la que esconder nuestras miserias y rutinarias existencias: "Caprichos de la historia. Fruto de la mugre./ Trastos inútiles/ que a pesar de todo...". Escribe al principio Orrico sobre la Caravaca del colegio y el instituto, de padres espirituales, del modo en que llegaban las influencias entonces a cualquier lugar del noroeste de una provincia de la España de los 70 y de la Universidad, y de las preocupaciones más estéticas, visuales, sonoras, de Corbalán, más que las políticas. En Canto al Irónico Robo del Tren de Caravaca, habla de una de esas injusticias incomprensibles como fue quitar esa línea férrea, esa línea que llegaba a la actual Plaza Circular de la capital del reino valcarcil, incidiendo en esas "Ventajas del plan de desarrollo", quitándole a la ciudad santa, "su vergüenza/ su alegría/ su pensamiento/ y... su vida". Jugando a Historia Ficción, no sé que pensaría esta Generación del 75 del asunto del soterramiento y las uvas y los Bernabés de turno. Ahora es tarde, aunque como bien indica Orrico, Corbalán, con 16 años la voz de Corbalán "convirtiéndose casi en la única protesta de que pudo tenerse noticia en aquellos días aciagos". De 1974 es Como todos vosotros en la que subraya con su voz tan personal, "y me retuerzo inútilmente en mi propia inocencia sin frontera,/ porque soy, como todos vosotros/ apariencia de sinceridad fingida, realidad de inexplicar enmascarado". Y en ese ombliguismo incomprendido, violín de fondo quizás, escribió Corbalán: "Lucho por el orgasmo solo de mi propia alma". Y, finalmente, remata como un George Best más allá de Cehegín: "Lucho por el orgasmo común de nuestras propias almas". Sin cebollas de cristal, JMC escribió otro poema titulado Sólo han quedado violetas de metal para tí en el que habla de gritos inútiles ante muertes que no sabemos acertar. Incidía en más de una composición Corbalán en beber leche de senos ajenos mientras pide, "cántame dulzuras, libertades". En No vendemos un nombre, vendemos poesía, JMC se pregunta: "¿Quién compra un cesto/ fresco de poesía"? Entre referencias musicales, su particular Sweet Home Alabama nos lleva a pensar en personas ajenas a las siete menos cuarto (ni más ni menos). Como si fuera un Surfin Bicho, carnalmente frío, escribe que "mi cuerpo es como el barro, de hielo y mentira". De 1975, hay recuerdos, momentos, de duda y pregunta, de susurros y gritos silenciosos: "Siento no saber escuchar en silencio. Siento ser el tímido chiquillo de ojos azules y tristes, el que ahorra palabras al hablar". En forma piramidal, JMC, efervescencia pura, nos cuspideaba el asunto recordando que "Ha comenzado la fiesta de la mediocridad...". También del año de la muerte del caudillo es la Trilogía del viaje, con aquella lejana zapatería en el fondo. La siguiente trilogía son 3 Minutos, que me recuerdan, en la antítesis a Mis tres minutos de dolor nocturno de aquellos uebos que hoy tenemos olvidados. Mientras el zanahorio más famoso y odiado, hoy blanco sin carrot, resuena en mi habitación con su Creep leo Yoyo, Cadencia ("todos los días de lluvia son como cerdos mojados de alquitrán"), Yoyo cejijunto y Cascada. Sigue el inadaptado cantando sobre inadaptados mientras llego a Yoyo3 y Yoyo4, con esos "lamentos sin masacre" difíciles de entender desde la sobriedad. En su Oda al esparadrapo, dedicada a Matilede JMC subraya que "Pero estás demasiado lejos/ y enormes cortinas de cabellos nos separan" a la tercera potencia. Su lado personal, torcido, sale a relucir juntando frases que acaban en la explosión: "Tarareé después dos o tres canciones con los labios muy pegados y después mi mente se difuminó y no recuerdo nada más, solo que ella entró a buscarme en el momento en que me masturbaba". Conciertos de King Crimson, sueños de mandarina ("el tiempo de la masturbación quedó ya lejos, entres nubes de cartón azul y rosa"), Les Paul y hacernos esa pregunta idealista, mística, nada áspera: ¿Seguro que no necesito Azúcar para reconocerte?. Otra vez, Robert Fripp, recordado en Espermatozoideización en F, usando adjetivos de forma especificativa o explicativa, depende de la hora: "Machacón, repetidor, monótono, incalcublablemente frío, espiritista obsceno, lujurioso, mordaz, papagayo incongruente, lamentable robot de fresa, suave y delicioso, color ocre, masturbador, posesivo, incestuoso jirafón, martilleador asincopado, tortuoso, tormentoso, contagioso)". Y más recuerdos de Brian Eno y de los pechos de Mia Farrow. En La Blanche pone de manifiesto, con la música de Soft Machine de fono, la "Hemofílicia tumba de parturientas". En Kodak, otra vez musical con hielo, pone en la memoria a Yumans. En T.V.Color habla del "bisturí del fascismo". En El sacrificio de Nico, nos trae a la memoria Heroin, a Lou Reed y sus secuaces. Y Baader Meinhof sin venir a cuento entre músicos y músicas, entre teclas de pianos que escapan de su lugar. En Una noche de amor con la sombra de Ana nos lleva a planes de evasión con Bioy Casares de la mano. De 1976 llegan citas de Tagore y gritos a persianas, dejando perlas en sus momentos breves, de lucidez (bien)entendida: "Adoro tu manera de ignorarme". De 1977, en esa línea de una línea, queda para el recuerdo Dulce aventura loca donde nos indicó que "no concedamos ninguna oportunidad al olvido". En ¿Arde Berlín? habla de rupturas y de no alargar lo que no tiene futuro. En Larga distancia resalta que "Un amor de 2000 kilómetros/ es siempre un amor importante". Del 78 y 79 destaca epistolarmente hablando, con universos compartidos, con palabras que quedan en el recuerdo: "El aspecto tranquilizador del nuevo estado, representa, sumado a nuestra decadencia intelectual, el equilibrio entre los actos y la propia fecundidad". Buena selección de Orrico en este libro, que pasa a formar parte del fuego amigo que nos acompaña en duelos y quebrantos propios. ¿Superioridad? Escribió JMC: "Nada hay más hermoso que la contemplación de nuestro profundo orgullo de jóvenes, que nuestra ira y nuestro justo sentimiento de superioridad frente a la historia con que se había pretendido obsequiarnos". Como un Nick Cave buscando vacíar copas después del funeral de su hijo. Habla de idus, pero no de marzo sino de octubre: "El Destino nos invita, cortésmente, al fracaso/ No nos embarga la tristeza. Por ahora acariciamos/ sonrisas/ que no nos pertenecen". ¿Derrota? Sentencia JMC: "Quizás lo que me asusta no sea tanto el fracaso/ como esta aterradora incapacidad para evitarlo". Orrico, antes de llevarnos a los relatos, nos deja el poema del que viene el título de la publicación: "Noto cómo huyen, borrachos, los años./ Aquellos que empleamos en marchitarnos/ recíprocamente a nosotros mismos./ Los mejores años de nuestra vida". Y todo lo demás, también.