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martes, 12 de junio de 2018
El lápiz del carpintero
Empieza El lápiz del carpintero reflexionando sobre la dificultad de entender ciertas fronteras. Demasiadas fronteras. Antes, ahora, después del 1-O. La locura de las fronteras. La locura de las guerras. La locura. Y también pone énfasis en el nacimiento de todo, fruto de enfermedades varias. ¿Es la Biblia el mejor guión del mundo? Sin duda. Irrepetible. Podemos juegotronear, podemos crear lutheradas historias, podemos peakyblindear. Pero bibliear como lo hace la Biblia, imposible. Y tiene razón Rivas al escribir que hay tascas que son universidades. No de encontrar másteres ni TFG's. No. Lugares en los que aprender escuchando, estando en silencio, gerundio tras gerundio aunque sepas que la muerte está cerca. Porque en el 36, como ahora en una capilla universitaria, hay lecciones que aprender. Le digo a mis alumnos que siempre, a pesar de lo bueno o malo de sus profesores, siempre aprenderán algo, sea del Edicto de Worms o del Compromiso de Caspe. Siempre sacamos algo en claro y nos damos cuenta que la familia es muy importante pero no lo único importante; que no tenemos tantos amigos como creemos tener y si tenemos personas con las que pasamos ratos; que los amigos de verdad (no lo escribe Rivas pero si don Manuel Alcántara) se comprueban en la cárcel, en el hospital y en el cementerio. Y El lápiz del carpintero muestra la crueldad de la cárcel, de los recuerdos de fuera de la cárcel, de los momentos en que se cruzaron miradas de Vida y Muerte y de acordeones en un rincón de una costa mortífera. Y esconjuros para todos. Y en la cárcel, ese lápiz rojo de carpintero, entre mano y oreja pintó a sus compañeros, y a Da Barca lo convirtió en el sonriente Daniel. Bendita/Maldita sonrisa. Ilustra también Rivas la locura, pero lo hace con palabras. Lo hace recordando que nos empeñamos en hacer invisible, una y otra vez, al enfermo. Los locos y los disminuidos psíquicos muestran, con sus difíciles aristas, la complejidad del ser humano: de lo impensable a la lágrima, de la esquizofrenia al llanto, de la felicidad a la tortura existencial. Jodiendas con vistas a la camisa de fuerza. Heridas invisibles, recalca Rivas. Hasta que, entre gritos, entre alaridos, entre serruchazos de las cuerdas vocales, salen a nuestros oídos. Y lo audible antes que visible. Y luego, cuando son visibles, depende de los estómagos que tengamos, podemos mirar o no. Lo que vale para la locura psíquica y física, vale para la locura existencial, la locura moral, la locura política. A aquella locura de 1936 nunca se debió llegar. No sé si la paz hubiera sido posible (como Chapaprieta escribió), pero algo se debió cambiar aparte de lo que ya se cambió (leyes electorales). Creo recordar que el hombre de la camisa verde, entripipado, decía que todos llevamos una bomba de Hiroshima dentro. Y luego, se junta esa, y la de Nagasaki de mi de Acción Republicana, y la tuya de Falange, y la otra del PSOE, y la de los lerrouxianos, y la de todos aquellos que no hicieron el suficiente esfuerzo de poner de acuerdo a irreconciliables. No valía ser Italia, o Alemania, o Rusia. No. Debimos mirar más a otras democracias. Y no lo hicimos. Y lo hicimos A sangre y fuego y a lo que hiciera falta. Interminable verano el de 1936 como señala Rivas. ¿De verdad que los muertos que no mueren son un fastidio? ¿Siempre? Y el despioje mutuo como ejercicio (no solo de futilidad) recíproco. ¿La justicia pertenece al cuerpo de las almas? ¿Siempre? ¿Había disciplina en las calderas del infierno? Y las monjas, y las conversaciones con las monjas y la sangre judía de Santa Teresa. Y todo lo demás, también. Cárceles, trenes, nieve y poderes para unir. Y para escapar. Y para matar.
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2 comentarios:
Buena reflexión, como siempre.
La Guerra Civil siempre da que pensar...
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