martes, 25 de febrero de 2020

Babylon Berlín. Tercera temporada.

Y como en Black Monday, la tercera temporada de Babylon Berlín nos lleva a un crack económico, el de 1929. Pero vuelven los demonios interiores, las muertes en pleno rodaje de cine, salidas de la cárcel, penas de muerte, ruina económica, hermanos que solo dan disgustos y ascensos merecidos que no se consiguen. Tiempos convulsos bien retratados, actrices que inspiran, doctoras que dan mensajes optimistas, miradas y flequillos que rompen silencios. Y el pasado, siempre jodiendo, casi como la Compañía Telefónica en un número de Martes y 13. Babylon Berlín nos mete en la cabeza fantasmas y dolores interiores, descripciones paranormales, juicios que no son juicios sino apedreamientos públicos. Y el nacionalsocialismo ganando terreno, con sombras ante los comunistas. Pistas, pistas, pistas. Sospechas, intuiciones, música y pendientes de aro. Matrimonios que chirrían desde bien lejos. Nada nuevo bajo la niebla berlinesa. Marcos, higadillos que pagan facturas, cuchillos de plata, negocios cinematográficos que te llevan a la ruina. Secretos que es mejor no saber. Cuchillos que buscan manos, relaciones tensas entre mecenas y productores, pañuelos que marcar, vómitos buscando salir hacia mejores infiernos. Complots y sabotajes. Espectros infernales que son dibujados pero no encontrados. Siempre hay un Judas que asignar en cada momento, en cada trabajo, en cada jodienda alemana con humo y alcohol, con cine y orgía, con libros de cuentas y cuentas sin historias en negro sobre blanco. Y el rearme alemán del ejército ligero es un buen tema de conversación. Siempre. Y el buen periodismo siempre con la lupa en la corrupción y en las malas intenciones. Ahora que todo lo ultra está de modo (el ultrafeminazismo desde las esferas de poder, la ultraderecha esperando su oportunidad, el ultrayunque diciéndonos lo que debemos hacer con y sin ropa, con el catecismo y con la Biblia [sin habérsela leído el 99%], los ultramamarrachos tomando el poder en los medios y los ultragilipollas haciendo el ultragilipollas), está bien recordar esa Alemania de entreguerras que empezó en Weimar y acabó en la más absoluta de las locuras en nombre del pleno empleo y la ultraestupidez. Viva lo ultra. Y la batidora de mierda, a salpicar. Desapariciones, ausencias, muertes, investigaciones perdidas. Y leer a Junger, y a Walter Benjamin, y frases recogidas en fragmentos de pergamino, o en hojas de libreta arrancadas de excedente de 1º de REM. Adiós, Gran Coalición, adiós. Extremos. ¿Revolución conservadora? ¿Pueden ir revolución y conservadurismo en una misma frase? ¿Lo aburrido es paternal y maternal? Y cartas de despedida, o despedidas por escrito porque no hay más remedio que hacerlas, que controlar el relato de un asunto que se nos va de las manos. Y todo es mentira.

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