sábado, 20 de marzo de 2021

Homeland. Séptima temporada.

A veces, con Homeland, parece que estás en bucle. Siempre lo mismo. Carrie reinventándose, empezando de nuevo, pasando de la tortura a la felicidad y vuelta atrás, peleándose con su hermana, buscando nuevo trabajo… Nada nuevo. En esta séptima temporada, seguimos, como diría Conesa el alhameño, estirando el chicle. Pero de otro tipo de corrupción, de otro tipo de conspiraciones, de otro tipo de sedición… Parece Yankilandia una nueva Cataluña, un nuevo FCB dónde se contrata a tipos para que manipulen las redes sociales para perjudicar al personal. Nada nuevo bajo el sol. Vuelve a retomar la séptima de Homeland el hilo argumental (otro hilo, otro Twitter particular) del vendedor de conspiraciones que está buscado por los federales, diciendo que hay que acabar con la presidenta. Pero el asunto se le va de las manos, mete a civiles, montan un nuevo Waco y luego hay que ponerse de luto y rezar al lado de alguien que no conoces en una iglesia. Jurados que acaban con generales de alto rango vía conspiración de pacotilla. Lo de siempre. Habla el predicador de las redes hasta de la menopausia presidencial y se pregunta que si el atentado de la presidenta no fue un montaje para acabar con sus rivales políticos y militares. Robos presidenciales. Persecuciones, huidas, deudas, infiltraciones extranjeras, espías, cámaras. Conspiraciones al poder, tipos con poderes que entran y salen de la cárcel y la custodia de la niña por en medio. Un jaleo. Virus informáticos y más chantajes, Seroquel y paciencia, tratamientos que no funcionan. ¿Qué no orquesta un presidente desde su situación de poder? Y todo eso bajo la dictadura de Twitter: retuits reales y utilizados, gente de verdad e identidades suplantadas, nodos verdes y nodos rojos. Y siempre, los rusos, agentes rusos que vuelven para joder a las barras, a las estrellas y a lo que va desde Oregón a Florida. Mentiras, amplificadores, el puto Twitter (así se llama un capítulo que lo resume a la perfección). Y más títulos que también ilustran con palabras lo que somos: “Idiota útil”. También hay algunos que son más inútiles, pero siempre bajo el prisma de las interfencias rusas en el sistema democrático yanki para acabar con la presidenta de USA. Hasta citan los hospitales de tito Boris, al gran Yeltsin (vaya pájaro). Pesadillas nacionales convertidas en pesadillas mundiales. Gobiernos en crisis, familias en crisis. Nada como el drama del ruso contra el yanki, de la hermana contra la hermana, de la purga gubernamental: “el poder sin límite es tiranía”. O sí. Más frases de mentira que resumen la temporada: “El mundo no tiene que ser un nido de víboras”. Pues lo es. No queda otra. Enmiendas para la mierda. Relevos, vueltas atrás, operaciones encubiertas y hacer todo lo posible para soliviantar los cimientos de un estado que no es tan fuerte como parece. “Algo radical habrá que hacer”. Pues hagámoslo. O no. Buena temporada la séptima de Homeland, en la que, además, hemos aprendido el lugar donde se encuentra el río Narva. Vivan las fronteras, vivan los intercambios, vivan las mentiras edulcoradas, viva la locura.

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