lunes, 7 de marzo de 2022

The Sinner. Cuarta temporada.

Me ha desconcertado la cuarta temporada de The Sinner. La he dejado, he vuelto después de tres meses. Esas islas que, en su aislamiento, aunque sea de estancia corta, te cambian y te transforman por completo. Dramas heredados que pasan por estirpes enteras, hijos que dan disgustos y nietos que sacan los peor y lo menos bueno. Desencuentros y jodiendas con vistas a un pescado que se pudre y se vuelve a pudrir. Acantilados y cruces en el pecho, huidas y reflexiones, fotografías y retiros que no son retiros sino castigos. Hay veces que no vale la pena entender: solo queda mirar, aunque el reflejo que nos da el agua no nos guste, no nos valga la paranoia, no nos valga el resultado porque el partido nunca se tuvo que disputar. Clavos para todos, secretos para todos, mierda para todos. La barca se hunde y no hay remedio. Y el pecador lo quiere saber todo. Siempre. Pero al final, todo no es tan complejo como pensamos, todo tiene explicación, todo es leña para llenar la chimenea y arda el infierno, aunque sea en esa maldita isla aislada, esa isla que te cambia y te vuelve a cambiar y te hace sacar tus más bajos instintos. Al final, todo es personal, todo es traficar, todo es disparar al que se lo merece. Y se mezcla la envidia y la familia, y se jode todo. Siempre se jode todo. Una pequeña decepción, como tantas otras que te llevas en la vida. Una más.

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