miércoles, 22 de febrero de 2023

La chica invisible. Primera temporada.

Patios con cal y macetas, rosales y geranios, escaleras viejas y muebles añejos (que no solo van a ser añejos los vinagres), niñas con pelo audritotuzidados (que decía el hombre de la camisa verde), y adelgazamiento de la base humana de un instituto de un pueblo sevillano en el que hace mucho calor y el personal pide botellines una vez y quintos, otra vez, indistintamente. Pese a su insultante lentitud, pese a sus imágenes desenfocadas, pese a la ausencia puntual de música, La chica invisible es una buena serie, atrayente y fácil de asumir en sus principios fundamentales (tampoco sé si esas eran sus pretensiones, o eran pretensiones mayores, o son difícilmente evaluables). Pero, en resumen, La chica invisible traza una serie de premisas reconocibles y atrayentes, con un paisaje que conocemos todos (o por lo menos, todos los que lo conocemos): feria de pueblo, asesinatos, investigación guardiacivilista, personal que se conoce desde chico, atmósfera de sudor y manzanilla, estancia perpetua en el bar, abusos y trapicheos varios, individuos, individuas e individues que en su proceso de crecimiento adolescente comparte imágenes en redes sociales y salivas y fluidos varios. En definitiva, el mapa existencial de personas en las que desconfiar, con dolores interiores y traumas que se sobrellevan entre ayudas legales e ilegales, entre casas ajenas y colchón en el suelo. Y los puntos suspensivos ahí siguen, esperando más partes en su huida hacia adelante (como si tuviéramos otra huida que no fuera esa). Un buen producto.

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