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lunes, 29 de diciembre de 2025
Pluribus. Primera temporada.
En esa división cuatripartita de la existencia vincegilliniana, todo es mentira: Albuquerque (otra vez), la repetición de nuestras pesadillas, los enanos vecinos que saben el lugar donde se encuentra nuestra llave, el bucle que nos da de comer pero que aborrecemos y, siempre, nuestra supervivencia. Si analizamos nuestra existencia desde el principio, es milagrosa. Y tenemos que preguntarnos, una y otra vez, el motivo. O los motivos. Siempre en primera persona del singular. Otros cantaban preguntándose por los motivos de los peinados. VG nos lleva, desde el primer capítulo (un capítulo de terror, del más asqueroso y atrayente terror, desde el que nos hace repetir nuestra firma una y otra vez [¿acaso hay pesadilla peor?]) a una atmósfera en la que hay colores repetidos, ratas que hacen el papel de ratas, tipos con traje que justifican la existencia de su traje y una paranoia televisada, única y exclusivamente, para el espectador. VG nos hace creernos a la protagonista, nos hace creer que puede que esta locura nos pase a nosotros. O a los barcos en Tánger, o al número 11. Todo mentira. Y después de la visita a la vizcaína, vuelta al terror en otro capítulo (el cuarto) que hace pensar y vuelve a dar miedo. Por todo. Pluribus nos lleva a reactualizar nuestro miedo, nuestros miedos, y nos lleva a defender, a ultranza, lo nuestro, aunque lo nuestro ya no tenga ningún valor y lo tengamos que enterrar y vengan unos lobos por los huesos de lo que fue carne viva: llevamos esposas hasta que dejamos querer de llevarlas. Cuando ya no queda nada, sólo nos resta honrar a los nuestros, lapidar esqueletos, tapar huecos, escribir necrológicas aunque nadie las lea (o nadie las lea de momento, que nunca sabes). Viva el helado de mango y vivan los aviones (o la vista de los aviones) desde el suelo, aunque esta vez no tengamos muñeca en la piscina. Y nada como perderse en la traducción (otra vez). Pluribus nos lleva al barranco de la elección, de lo que queremos como nuestro y de lo que queremos salvar, aunque eso nos condene. Y puestos a completar la condena, que la perpetua se resquebraje, aunque nos cueste la vida.
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