Ayer terminé de leer Discothèque, de Félix Romeo. La recomendación vino de parte del regalador de consejos (cada día te pareces más a Bernabé Tierno “el Comprensivo”, te vamos a llamar el monarca de la concordia, y todo lo demás). A lo que iba. Discothèque la lleva a la pantalla un Paul Thomas Anderson o el mismo Tarantino, y es un pelotazo. A ratos paranoia, a ratos sueño lisérgico. Novela de miedo, de saber cómo acaban las cosas, de tiempo desperdiciado. Padres e hijos enfrentados. Padres que se apuestan a sus hijos en las timbas más surrealistas. El pasado del excombatiente, el problema de reincorporarse a la sociedad. La cutreindustria del porno. El tráfico de todo tipo de productos. Un día cualquiera es el día de tu muerte. Los hostales de mierda. Los golpes de la vida de un transexual. Cuchillas de afeitar sedientas de sangre. Ruralismo postmoderno. Pero es una novela a la que acudimos desde el desconocimiento. No se puede explicar lo que siente un antiguo militar destinado a Ifni, no se puede explicar lo que siente un piloto por muchos vuelos que lleves. Luces y sombras que no sirven de nada, dibujos inconclusos que siempre salen mal. Ahora todo está controlado. Puedes decir lo que quieras que nadie te escucha, pero cualquiera te apuñala. Todos te controlan. Y el gran Torosantos, ese hijo apostado en una partidita, personaje postmoderno por excelencia, refrito historicista y mezcla de muchas salsas. Y todo lo demás.
Hace 55 minutos
1 comentario:
Sí, yo lo terminé hace un par de días y la verdad es que mereció la pena. Lo de la parte en que Torosantos y Dalila ven ceros y unos es totalmente surrealista. Por no hablar de los omnipresentes recuerdos del Ifni. Y la partidita de cartas. La búsqueda incesante entre el padre y el hijo no precisamente para darse un abrazo, también. Luego, el espacio, a veces parece que estemos en un lugar indeterminado entre la América de las road movies y los campos de Zaragoza.
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