viernes, 18 de noviembre de 2011

The Shield. Primera temporada


No soy individuo de palabras. Ni de argumentos. Soy de imágenes repetidas que se puedan ver una y otra vez, que se puedan leer una y otra vez, quizás por eso no al teatro. Quizás por eso tengo en los altares a The Wire y a los Soprano. Quizás por eso deba poner a The Shield en una primera categoría de series. O tal vez no. Sólo he visto la primera temporada, y las otras dos suman once entre ambas. Quizás sea el tiempo, quizás la edad, quizás otro truco de marketing.
Jodido está empezar a hablar de The Shield sin joderla con espoiler del bueno. Y, precisamente, The Shield es una profunda reflexión sobre lo bueno y lo malo, o, mejor dicho, de lo que parece bueno en un momento malo y de lo que parece una cagada en cualquier circunstancia. La dificultad de juzgar. Los hijoputas que andan sueltos. En cualquier trabajo, hace falta un poli bueno y un poli malo. Un cabrón es imprescindible en cualquier trabajo, siempre y cuando no se cumpla el Principio de Peter, que, visto lo visto, vista la Moncloa, visto San Esteban, vista la Glorieta, todos son unos mantas. Pero a lo que iba, se necesita un poli malo. Un cabronazo. Y, en la policía, más que un poli bueno y uno malo, se necesitan muchos polis malos. Mucho cabrón y mucho tipo con inteligencia, pero, sobre todo, personal al que le guste su trabajo, que se apasione con él. Y eso es lo que falta en la mayoría de los trabajos: placer por el trabajo aunque sea desagradable. No hablo de las hermanitas de la caridad que le limpian el culo a impedidos en Etiopía, pero podía hablar. No. Me refiero a la realidad del jodido día a día, porque levantarse de la cama es muy jodido cuando uno tiene sus responsabilidades. Y eso siempre nos lleva a McNulty después de ver The Wire; The Shield también tiene el suyo, Vic Mackey, un cabrón de lomo y lomo, de los que hacen afición, se deja querer pero también tiene su corazoncito, aunque de vez en cuando se llena los bolsillos con dinero ajeno, que la vida es muy cara. Y, desde ese concepto fallido de la interculturalidad (una jodienda de grande como de aquí a Lima), nos encontramos a un latino en la capitanía con sueños de grandeza pero con un pasado demasiado brumoso, nos encontramos a un equipo de asalto con demasiados pájaros en la cabeza, con detectives que hacen su trabajo aunque no se les reconozca, nos encontramos a la intendencia que se patea las calles de Los Ángeles comiéndose toda la mierda posible y nos encontramos con una cantidad de porquería que lo inunda todo. Y dentro de esa porquería, la mayor, la corrupción. No sé que fue antes, si el ladrón o el delito, Judas o Poncio Pilatos. Qué más da, que todo es mentira. Y punto.

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