viernes, 15 de diciembre de 2017

La Zona. Primera temporada.

No. No estamos hablando de eso que ya nunca se pita en baloncesto. Estamos hablando de la primera temporada de la serie de Movistar. La zona se refiere a un lugar, una extensión de terreno de exclusión después de un accidente en una central nuclear en el norte de España. Se mezcla en la serie la mafia, la corrupción, el pasado recurrente, policías que no pueden dormir, militares, robadores de pequeños tesoros, autopsias, hijos ausentes, café mal hecho y un montón de mierda más. Un trabajo bien hecho, con buenos diálogos, con buenos actores, contada sin prisa y con audacia. Con dos primeros capítulos que explican el asunto y un tercero y parte del cuarto que lo complican, llegamos a un quinto capítulo de apoteosis, de mirar hacia adelante, de cuadrar y pensar, como los estadistas europeos que nos llevaron a la locura de 1914, de 1939, de tantas y tantas locuras. La Zona es un lugar incómodo, de demasiadas preguntas a las que buscar respuesta. Pero en mitad de esas preguntas con puntos suspensivos, hay que pensar. Como en Crematorio, hay que buscar las alianzas de jueces, empresarios, policías, mierdas con traje y mierdas sin traje. Pero los que sufren, siempre los mismos. Los de siempre, los que llueve mierda radiactiva y se (des)hacen, los que vienen de Serbia o de Bosnia con una pistola, los que esperan una llamada en un bar de madrugada, los que no pueden dormir y (re)caen en pastillas y drogas, los que suman pelo en sus manos después de la ducha reglamentaria, los que esperan una penúltima quimérica quimio que les de la redención, los que salen a cazar porque es lo único que saben hacer, los que recogen tierra cada vez que llueve porque el ciclo de la radiación nunca se acaba en La Zona, los que buscan respuestas en cadáveres invisibles en cajas mortuorias. Los que somos los mismos de siempre, con el disfraz de la (son)risa macabra en la cara. Y hay muchos detectives con la cara de putero en el rostro. Siempre. Buenísimo ejercicio el de La Zona, con algún giro exagerado, con algún matiz sobrante, pero que con sus lluvias fincheriana nos mete en una atmósfera de poison rain en la que ninguna canción de U2 nos salva. Ninguna. No hay sinfonías salvadoras en la lluvia del horror. Ninguna. Quizás, algún hilo de esperanza, pero no en Twitter, que hasta en las redes sociales podemos buscar el infierno de la desaparición, los minutos de un TheLelftover con explicaciones políticas que nunca deben salir a la luz. Y en esas tinieblas, con historias cruzadas, con bombas y puntos suspensivos, con lágrimas y puertas giratorias, con dolor y llanto y fotos que explican muchas cosas. Siempre vence la mentira porque todo es mentira. Y punto.