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miércoles, 16 de agosto de 2023
La utilidad de lo inútil
La utilidad de lo inútil. Un título equívoco (la segunda palabra del mismo es oxímoron, y no me parece bien, pero es que últimamente casi nada me parece bien [será la crianza]), porque todo es mentira y contradicción en esta vida. O juntar esta vida y mentira sea todo lo que conviene en agosto, con la humedad y las vacaciones y los pañales. Escribe NO: “Considero útil todo aquello que nos ayuda a hacernos mejores”. Mentira. A cierta edad, lo único que quiero es consuelo, no ser mejor. Ser mejor es imposible. Podemos escuchar el Oh! Sweet Nuthin’, e intentar recuperarnos, pero no lo hacemos. Imposible. Pero sueña el Money de PF y recuerda el italiano que “no es cierto que en tiempos de crisis económica todo esté permitido”. Faltaría más (y un pijo). Luego mete (con calzador de zapatería cursi lo de la “prima de riesgo”, pero se lo perdonamos, tanto o más que un premio en Oviedo). Añade el autor: “Hoy en día Europa se asemeja a un teatro en cuyo escenario se exhiben cotidianamente sobre todo acreedores y deudores”). Vuelvo a repetir: YUP. Si yo fuera Soros, Europa tendría ya mi nombre, mis apellidos, mi DNI y hasta mi talla de zapatos (y no solo Italia y Malta [o Malta e Italia, con Melli y Datome siempre en mi equipo]). Apostilla el difunto en plan boticario: “El fármaco de la dura austeridad, como han observado varios economistas, en vez de sanar al enfermo lo están debilitando aún más de manera inexorable”. El enfermo, desde hace mucho tiempo, está en la UCI y con la extremaunción recetada vía Meet (no vaya a ser que el capellán pille algo entre ascensor hospitalario). Otro ladrillo, que seguimos con PF de fondo, aunque Berlín se convirtió hace tiempo en un Benidorm de los ladrillos: “Transformando a los hombres en mercancías y dinero, este perverso mecanismo económico ha dado vida a un monstruo, sin patria y sin piedad, que acabará negando también a las futuras generaciones toda forma de esperanza”. Y en la página 12 sale a relucir, o reluce saliendo (parece algo de Brandon Flowers con The Killers), lo de la utilidad dominante. Palabras que soltamos, con una pierna encogida y con herpes en la otra (en la piscina hay de todo), y con las que nos quedamos a gusto (o muy a gustito, Ortega, acelera): “La utilidad dominante que, en nombre de un exclusivo interés económico, mata de forma progresiva la memoria del pasado, las disciplinas humanísticas, las lenguas clásicas, la enseñanza, la libre investigación, la fantasía, el arte, el pensamiento crítico y el horizonte civil que debería inspirar toda actividad humana”. Me gusta que el autor reconozca que es un “retrato incompleto y parcial”, porque todo es parcialmente incompleto (faltaría más, como en toda autopsia, porque LUDLI es una autopsia en toda regla). “Cuando prevalece la barbarie, el fanatismo se ensaña no sólo con los seres humanos sino también las bibliotecas y las obras de arte, con los monumentos y las grandes obras maestras” (suena de fondo el TV Preachers de los Automatics en aquel concierto de Radio3 del 99) y la conjunción es inequívocamente placentera. Y en la 22 (como aquella pareja del 123), aparece Keynes (también en la 23), pero sin montera y sin pescozones, pero si con pellizcos. ¿Qué banda sonora hubiese puesto Cristobal Tapia de Veer a LUDLI? Mejor no hacer, o hacerse, esas preguntas, porque nos llevarían a la inutilidad de lo inútil. Pero, llamando al 112, o al 062 (viva el Duque y la GC), y los párrafos salvables, algo queda: “Es mejor proseguir la lucha pensando que los clásicos y la enseñanza, el cultivo de lo superfluo y de lo que no supone beneficio, pueden de todos modos ayudarnos a resistir, a mantener la esperanza, a entrever el rayo de luz que nos permitirá recorrer un camino decoroso”. Un camino decoroso, con música de sitar de fondo (JJF), nos lleva al apartado 1 en el que leemos: “El aparentar cuenta más que el ser: lo que se muestra –un automóvil de lujo o un reloj de marca, un cargo prestigioso o una posición de poder—es mucho más valioso que la cultura o el grado de instrucción”. Apartado 2, descripciones sobre conceptos de gratuidad y desinterés. En el 3, David Foster Wallace, y nos seguimos recreando con aquello que es supuestamente divertido (muchas cosas) y no queremos volver a hacer (muchas más cosas todavía, y el hombre de la camisa verde también me preguntó un día sobre aquello que le habían dicho que era el agua, pero sin hablar de peces). Escribe Ordine: “No tenemos, pues, conciencia de que la literatura y los saberes humanísticos, la cultura y la enseñanza constituyen el líquido amniótico ideal en el que las ideas de democracia, libertad, justicia, laicidad, igualdad, derecho a la crítica, tolerancia, solidaridad, bien común, pueden experimentar un vigoroso desarrollo”. Y luego, nos seguimos preguntando: “¿Dónde está Jessica Hyde?”. Utopía, pero de la de Tomás Moro, la del apartado 6. Hágase querer por una ínsula, por mercaderes venecianos, por pretendientes que esconden objetivos, por versos que no lo son y por valores que tampoco lo son. En esas páginas, quizás un poco difusas, se pierde el autor (un poco, la falta de brújula) hablando de usura y crédito, de amores y tensiones de religión (¿puede existir religión sin tensión?) y de otras cuestiones que unos podrían considerar más o menos importantes. Aristóteles nos queda lejos, Platón casi en Nueva Zelanda (mejor hablamos otro día de leyes educativas en España). Kant nos queda lejos (“I can’ understand Kant”, dijo Ginés Caballero una vez en su lucidez taciturna, aunque de Ovidio no recuerdo que comentara nada). De los que siguen, letrinas incluidas, ni idea antes de esta lectura. Andantes todos, como en la sucesión narrada en imágenes. Baudelaire, Locke, utilitarismos varios, caballeros descaballerizados y esa página 65 repetida en contraportadas y reseñas varias: “Mi experiencia como docente en una facultad humanística –en la cual desde hace décadas resuena la misma pregunta planteada por padres víctimas de la nefasta ideología dominante de lo útil: Pero ¿qué hará mi hijo con una licenciatura de letras?—me hace suponer que, con toda probabilidad, los ásperos argumentos de Locke no suscitarían ningún enojo”. Y las musas boccacianas, las de hueso, más hueso (y en la postmodernidad, con suerte, alguna carne, o pellejo caído, o injerto para salir en el Sonorama). Y pensar (en infinitivo) en una universidad española en 1934, con palabras sobre palabras (Lorca sobre Neruda). Y, ya puestos, cervantinos todos: “El mítico don Quijote podría ser considerado el héroe por excelencia de la inutilidad”. Entonces, quijotescos todos. Todos simulacros, todos mentirosos, todos Vedder. Quijotescas impresiones: “Todas sus empresas están inspiradas por la gratuidad, por la única necesidad de servir con entusiasmo a sus ideales”. Ideales, recuerdos (ya no hay bares así, o no creemos recordar bares así, o no nos reconocemos en bares así). Nirvana, Smells Like Teen Spirit y los últimos gritos de rebeldía antes de un disparo, antes de un molino, antes de una ruleta rusa en mitad de Albacete, o de Cuenca, o del desierto de Atacama en mitad de Roma: “Cervantes, en definitiva, hace de la contradicción uno de los grandes temas de su novela: si la invectiva contra los libros de caballerías suena como una incitación al desengaño, en el Quijote encontramos también la exaltación de la ilusión que, a través de la pasión por los ideales, alcanza a dar sentido a la vida”. Y la pregunta del millón para tipos con camisa verde: “¿Era Sancho Panza albino?”. Quizás. Y luego, Ordine, tras comprar por internet, nos lleva a Tiananmen, nos lleva a 1989, nos lleva a “empresas” que acaban en nada, a gestos sobreutilizados que al final solo son estampas de camisetas, infografías de una canal de noticias sin sonido (o con el volumen muy bajo, viva Euronews). Y luego, Dickens: “Nadie ha pintado mejor que Charles Dickens la guerra declarada contra la fantasía en nombre de los hechos y el utilitarismo”. No sé. Tampoco visualizo a Cioran, ni a Ionesco, ni a Calvino. La segunda parte de La utilidad de lo inútil la inicia Nuccio Ordine con el título de La Universidad-Empresa y los Estudiantes-Clientes, subrayando, nada más empezar, “los efectos catastróficos que la lógica del beneficio ha producido en el mundo de la enseñanza”. Recortes y, lo que es más grave, “secundarización de las universidades”. Apostilla, como el Demócrito velazqueño de la portada, asegurando que “casi todos los países europeos parecen orientarse hacia el descenso de los niveles de exigencia para permitir que los estudiantes superen los exámenes con más facilidad, en un intento (ilusorio) de resolver el problema de los que pierden el curso”. Añade NO: “Se busca atraerlos mediante la perversa reducción progresiva de los programas y la transformación de las clases en un juego interactivo superficial, basado también en la proyección de diapositivas y el suministro de cuestionarios de respuesta múltiple” (vamos, lo que yo hago en la ESO). En el caso del territorio berlusconiano, con plus: “En Italia, donde el problema de los que pierden el curso alcanza dimensiones preocupantes, las universidades que logran el objetivo de graduar un estudiante en los años previstos por la ley reciben el premio de una financiación ad hoc”. Pero que quede claro, que “las universidades, por desgracia, venden diplomas y grados”. ¿Motivo? Claro: “Y los venden insistiendo sobre todo en el aspecto profesionalizador, esto es, ofreciendo cursos y especializaciones a los jóvenes con la promesa de obtener trabajos inmediatos y atractivos ingresos”. Y en esa rueda de la fortuna, con o sin profesor engominado, “institutos de secundaria y universidades, en definitiva, se han transformado en empresas”. ¿Objetivo? Claro: “El cometido ideal de los directores de instituto y rectores parece ser sobre todo el de producir diplomados y graduados que puedan insertarse en el mundo mercantil”. ¿Resultado? Claro: “El año académico transcurre velozmente al ritmo de un incansable metrónomo burocrático que regula el desarrollo de consejos de todo tipo (de administración, de doctorado, de departamento, de curso de graduación) y de interminables reuniones asamblearias”. Más que recortes, tijeretazos mayores, ya sean contemporáneos o en época de Víctor Hugo, ya sea pensando con Alexis de Tocqueville o con Herzen, o con Georges Bataille y “valor universal de la educación” que defiende John Henry Newman. Más preguntas, aunque no salga Cabra ni la palabra egarense ni una corte franquista: “¿Para qué enseñar las lenguas clásicas en un mundo en le que ya no se hablan y, sobre todo, no ayudan a encontrar trabajo?”. Suma NO: “A los estudiantes se les disuade de emprender carreras que no reproducen recompensas tangibles y ganancias inmediatas. Poco a poco, el creciente desapego al latín y el griego llevará a cancelar definitivamente una cultura que nos posee y que de manera indiscutible nutre nuestro saber”. Hache dos o: “Y si, naturalmente, gracias a estas tendencias solo unos pocos estudiantes se inscriben en los cursos de latín y griego, la solución para resolver el problema del coste de los profesores parece ser simple: clausurar su enseñanza”. Y al final, el final: “Por este camino, se acabará liquidando la memoria a fuerza de progresivos barridos que conducirán a la amnesia total”. Punto y seguido: “Tendremos una humanidad desmemoriada que perderá por entero el sentido de la propia identidad y la propia historia”. Más motivos para la desesperanza (aunque aquí haré matizaciones, que me obligaron a hacer exámenes del Quijote cada cuatro capítulos): “Los estudiantes pasan largos años en las aulas de un instituto o de un centro universitario sin leer nunca íntegros los grandes textos fundacionales de la cultura occidental” [bueno, mejor me voy a callar mi opinión sobre aquella profesora que iba en bici al instituto, quijotesca ella]. Acaba NO el subapartado de la desaparición programada de los clásicos de la siguiente manera: “Difícilmente la pasión por la filosofía o por la poesía, por la historia del arte o por la música, podrán brotar de la lectura de materiales didácticos que, siendo en principio simples apoyos, acaban por sustituir definitivamente a las obras de las que hablan: los textos, en definitiva, se convierten en puros pre-textos” (y leo esto mientras el Rape me de Nirvana antecede un universo sin Kurt, que los suicidas están mal vistos). Y en la misma página, la 98, sentencia NO: “No es posible concebir ninguna forma de enseñanza sin los clásicos”. Y antiquijotescos profesores, también hemos tenido, reyes del orden y el compás, y es necesario reconocer que “todos nosotros hemos podido experimentar hasta qué punto la inclinación hacia una materia específica ha sido suscitada, con mucha frecuencia, por el carisma y la habilidad de un profesor”. Subraya el autor la seducción de la enseñanza, y como “verdadero profesor toma los votos”. Reflexiona, como George Harrison con lo que lo que rodeaba, sobre la desaparición de las librerías históricas (esto no es nuevo, antes y después del fenicio, y de los fenicios, y de la Fenicia contemporánea): “Pero por desgracia la avalancha de catástrofes no se detiene aquí”. Avalancha, HDS, camisetas y pelo largo. Apostilla: “También la identidad de las librerías se ha visto desfigurada por las exigencias mercantiles”. Como todo, cuando el plato me gusta: “Lugares históricos de encuentro, donde era posible hallar en cualquier momento textos y ensayos de fundamental importancia, hoy se han convertido en cajas de resonancia de obras a la moda, cuyo éxito puede parangonarse a efímeras llamaradas”. ¿En qué lo estamos convirtiendo todo? “Sin responsabilidad, los libreros se transforman en simples empleados cuya tarea principal es vender productos con el mismo espíritu de quien trabaja en un anónimo supermercado”. Creo que es un jardín equivocado (lo que se lee en la 103,104 y 105) meterse en hierbas sin querer quitar la alfalfa del bancal (por mucho que cite artículos del siglo pasado). O no. ¿Plutarco? ¿Poincaré? ¿Juvenal? ¿En qué equipo jugaba Juvenal? Yo no veo armonía entre matemáticos y escritores (ni analogías, tampoco). Veo Pearl Jam por todos lados, veo Vitalogy, veo MB con un 10 en la espalda, pero nadie se acuerda de él, ni de esos equipos que no ganaron nada. Escribe NO: “Sólo el saber –poniendo en cuestión los paradigmas dominantes del beneficio—puede ser compartido sin empobrecer. Al contario, enriqueciendo a quien lo transmite ya quien lo recibe”. 111, antes de la lesión de Militao, y después, y la de Kevin. Come back, Eddie. Come back. Y la tercera parte, que empieza con voces de clásicos (¿no vale la mía, Vedder?). Tampoco me gusta eso de la prostitución de la sabiduría, pero es una conjetura que da la quijotera para ejercitar el quijoterismo (aunque no nos gusten las profesoras quijotescas). Pero pasa como con Wilco (los ves en un concierto con lluvia, y luego los escuchas en tu casa, y son distintos). Falsas ilusiones, dice NO. Falsas ilusiones, y veo leer a mi mujer Lo mejor de nuestras vidas, de una pediatra que hace colas en las librerías en su espera. Hasta el amor aparece al final de LUDLI. Pero vuelve PJ, y seguimos leyendo, y se nos pasa (o no se nos pasa, pero seguimos leyendo). Y luego, entre anécdotas, penar que “el amor implica despojarse de toda pretensión de poseer certezas” (y no puedo mejorar el Just Like Honey, desde los dos minutos y medio hasta el final). Tremor Christ. Celos. Lotario y aquellas pruebas a las que impone el hidalgo: “La posesión, a fin de cuentas, se revela uno de los peores enemigos del amor”. Perfección moral, que siempre es bueno recordar a Ornamento y delito (antes y después de Montejurra) [otro día nos quitamos la corbata]. Escribe NO que “poseer la verdad mata la verdad”. Quizás Theodore Saphiro escriba otra partitura mejor, pero seguimos siendo de Severance. O no. Paz, Erasmo, brutalidad. De todo hay en la viña ordiniana. Verdaderas religiones ante las que escribir, o pensar, o recrearse: “Quien está seguro de poseer la verdad no necesita ya buscarla, no siente ya la necesidad de dialogar, de escuchar al otro, de confrontarse de manera auténtica con la variedad de lo múltiple”. Viva Bryan Ferry (LST). Viva. O no: “La pluralidad de las opiniones, de las lenguas, de las religiones, de las culturas, de los pueblos, debe ser considerada como una inmensa riqueza de la humanidad y como un peligroso obstáculo” [y no lo ha escrito Armingol, ni nadie saliendo de un bar en la pandemia, o cerrando iglesias, o confesionarios]. Todo es mentira y el tiempo nos dice que en el futuro todo estará parcialmente soleado. O parcialmente. O: “Convivir con el error no significa abrazar el irracionalismo y la arbitrariedad. Significa, por el contrario, en nombre del pluralismo, ejercitar el derecho a la crítica y sentir la necesidad de dialogar también con quien lucha por valores diferentes de los nuestros”. ¿Milton? ¿He leído Milton? No, pero seguimos escuchando Jeremy, una y otra vez.
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