miércoles, 21 de agosto de 2024

Frontera, cautiverio y cultura material en la Orihuela bajomedieval

En ese mundo sin fin que es el medieval, casi todo es inabarcable. Casi todo. En Frontera, cautiverio y cultura material en la Orihuela bajomedieval, Manuel C. Culiáñez Celdrán y Andrés Serrano del Toro, estudian la captura de seres humanos y su venta en distintos mercados o en territorios fronterizos, conformando “una actividad mercantil de primer orden que practican miembros más o menos destacados de una sociedad fronteriza fuertemente caracterizada por usos y mentalidades bélicas”. En las conclusiones del libro se habla de la frontera y se dice que “posee una gran vitalidad y porosidad en tanto que las poblaciones establecen contactos con los extranjeros o el otro, personificado en el musulmán”. Y hablando de bestias, llegamos a la página 22: “Se somete al otro porque es infiel, siendo en ocasiones considerado como una bestia y es aceptable usar de él como un objeto de cuya posesión se puede extraer un beneficio en forma de trabajo o meramente económico”. Y en ese contexto fronterizo, se habla de razias y algaradas, de tinajas y cofres, de camas y diferencias: “La oposición al diferente, en el caso occidental al islam, es el argumento perfecto para mantener una actividad que genera ganancias a todas las partes implicadas en el proceso, sobre todo a partir del siglo XII en la península Ibérica cuando el mercado se expande a consecuencia del avance cristiano sobre al-Andalus”. Dinero llama dinero, como llama al rosario o al toque de campana, y, entre baño y baño, “la cautividad y la esclavitud son fenómenos evidentemente mediterráneos”. Pero no sólo entre baño y baño, también en zonas más septentrionales como indican los autores: “Aunque la demanda se surta no solo en los espacios de contacto entre cristianos y musulmanes, sino en las zonas fronterizas entre esta última civilización y los pueblos africanos, ampliándose después hasta el centro y norte de Europa”. La lectura de FCYCMELOB es explicativa (nos ayuda a saber lo que hacía el exea o el alfaqueque, a diferenciar cautivo y esclavo o como ese corriente de esclavos no es sentido único, sino que es de doble dirección entre cristiandad e islam. Pero siempre con el dinero por delante: “El beneficio económico es el eje motivador del proceso bélico, más allá de la lucha contra el islam como justificación esgrimida por la iglesia y la monarquía”. Además, FCYCMELOB nos recuerda treguas de las que no siempre se acuerda uno (Majano), nos recuerda la percepción del mudéjar (“como un peligro para los cristianos y la integridad del reino”), nos recuerda intercambios de miel y aceite pero dentro de esa frontera “de visión negativa del otro”. Y también nos ilustran los autores con esos personajes “dedicados a vivir exclusivamente de la lucha, ya fuera declarada o soterrada”. Y martillean: “Esta tipología de persona al límite de la ley era necesaria en la mentalidad de esta sociedad, sobre todo en momentos de crisis” ya que “la cautividad era uno de los negocios más lucrativos tanto en su vertiente terrestre como en lo que se refiere al corso y la piratería marítima”. El dibujo lo completan con información sobre “el séptimo habitual”, los cambios mentales (“esta sociedad ya ha comenzado a sustituir la desigualdad basada en el nacimiento por la que se sostiene en la fortuna”) o el papel de la burguesía en el asunto de la cautividad. En la segunda parte del libro, Serrano del Toro se centra en la vivienda y cultura material en Orihuela durante la Baja Edad Media, insistiendo en que “en los últimos años, la vivienda medieval viene siendo objeto de la atención de los especialistas”. Y en este particular, el autor subraya “la importancia del análisis de un inventario de bienes que va a reconstruir la realidad material a nivel macro en el cuadrante sur del área valenciana”. Y en ese caso concreto de inventario, se diferencia los bienes inmuebles (viviendas, propiedad agrícola), de los muebles (muebles y utensilios, textiles, en tres ámbitos bien definidos como cocina, dormitorio y comedor). En cuanto a las viviendas, muestran claramente el estatus del dueño; respecto a las explotaciones agrarias, leemos lo siguiente: “En la Orihuela del momento el predominio de la actividad agrícola era absoluta y la casi totalidad de miembros de la oligarquía tenían intereses económicos en ella, llegando a gestionar lo que Barrio Barrio consideró como auténticas empresas agrícolas”. Y también se da la aclaración pertinente sobre lo que llamamos cocina, antes y después del XV. Aparecen diferenciados los tipos de cocina (donde solo se cocinaba, se amasaba pan y colada, en comparación con otras más amplias de reunión y distintos trabajos), y como “se supone que una cocina debía contar al menos con un pozo cercano”, y que “también habría una pila y una chimenea”. Y en ese hábitat, respecto a la sartén, se lee que “no es difícil ver un par por cocina, evidenciando el consumo de alimentos fritos en ese hogar, y por tanto, la hipotética tenencia de aceite”. Llegando al detalle, se hace referencia hasta los materiales de realización de las sartenes o el uso de la artesa para amasar pan. Respecto al almacenamiento y transporte, también se describe el uso de tinajas (“de barro cocido, vidriado o no”), realizadas por mudéjares que hasta las exportaban. En estas tinajas, se almacenaban “sobre todo líquidos como el vino, mosto, aceita agua y semisólido como la miel, o incluso sólidos como las semillas, las olivas, el salvado, las pasas, las harinas y la sal”. Completa el cuadro la cetra, los barriles y los contenedores de fibra de formas cóncavas de cáñamo, palma, mimbre y esparto realizados exclusivamente por mudéjares. Respecto al comedor, indica el texto que “no todas las viviendas medievales disponían de una estancia destinada específicamente a este fin”. Respecto a las mesas, deja clara la lectura que “no estaba al alcance de grupos humildes”, diferenciando entre plegables, desmontables y de pie. En los asientos se citan bancos y arquibancos y también aparece reflejado hasta el “telarcito de tejer velos”, con la aclaración correspondiente sobre la obligatoriedad de llevar la cabeza cubierta por parte de las mujeres, salvo las doncellas. En la descripción del dormitorio, aparece reflejado colchón, almadraque, cortina de cama y sábanas, junto al cabezal (almohada grande) y el traveser (jergón). Respecto a las mantas, queda indicado que en Murcia las más habituales eran blancas, por delante de las listadas y completa la estampa el delantal o delantera de lino, con función ornamental. En definitiva, una lectura que nos ayuda a entender mejor esos espacios en ese tiempo determinado, que, vistos desde fuera, nos parecen totalmente inalcanzables en su globalidad.

domingo, 11 de agosto de 2024

El quinto en discordia

El quinto en discordia nos lleva a esas preguntas que nos hacemos continuamente (o que deberíamos hacernos continuamente) sobre nuestro pasado: ¿Nos respetamos? ¿Hemos olvidado al lugar de nuestra infancia? ¿Y las personas de nuestra infancia? El quinto en discordia, en ese escenario concreto (“nuestro pueblo era tan pequeño que se estaba en él de repente”), no deja lugar para piedras que saltan o que engloban nieve. Todo tiene una explicación. Y en ese mismo escenario, lleno de grupos religiosos distintos, se habla de escenas (“estaba contemplando una escena y mis padres siempre me habían advertido contras las escenas, porque las consideraban una grave transgresión del decoro”), de retratos, de publicaciones, de infiernos personales. Pero en ese ecosistema de 5 iglesias para 800 personas todo era “un reino donde no existían matices en lo relativo al bien y el mal”. Matices. Y desde esos inicios, el protagonista ve marcada su personalidad pese a que “quería demostrar a los esclavos del clero y de la superstición que la moralidad no estaba relacionada con la religión”. Sangre para todos. Sangre de Cristo para todos. Y son los bichos raros, los de los libros, los del encierro voluntario, los extraños. Reflexiona EQED sobre los enfrentamientos (“dudaba de la justicia de cualquier guerra”). Y cuando se sale de ese ecosistema de menos de mil personas, y se mete en una guerra, se te abren los párpados y las retinas y toda la vista que no se había utilizado en años, aunque las guerras no siempre se entienden (“para hablar sobre las guerras ya están los generales y los historiadores”). Y Robertson Davies, el autor, no distingue de jaurías ni perrerías, porque lo que te encuentras en la guerra “eran la típica chusma que se puede encontrar en cualquier grupo de personas”. En ese tema, en el de la guerra, se detiene con acierto: “Vi a muchos hombres que dieron rienda suelta a su miedo y se volvieron locos, intentaron suicidarse --con buen resultado o con heridas suficientes para ser dados de baja—o se convirtieron en tal molestia para los demás que nos librábamos de ellos de una u otra forma. Pero también creo que otros muchos se encontraban en mi caso: tenían miedo de la muerte, de las heridas, de ser capturados y, sobre todo, de confesar su miedo y perder el respeto de los demás”. Y apostilla RD: “El miedo de esa clase no es agudo; es una compañía constante y agotadora que hace que todo parezca, en su presencia, gris. A veces se puede olvidar el miedo, pero nunca durante mucho tiempo”. Y al final, a la caja, porque “sin la panoplia de la muerte, un hombre muerto es un objeto desesperadamente carente de importancia”. En esas reflexiones, las de la guerra, el autor destaca el mundo de las apariencias (como la lectura del Nuevo Testamento en el frente, el único libro a su alcance y que hace que al protagonista lo llamen el diácono) y como “la religión y Las mil y una noches eran ciertas del mismo modo”. Del puñetero mismo modo. Vale también, como magia que es EQED, para soportar (o ayudar o soportar), lo insoportable, porque “en las trincheras no hacía filosofía, simplemente aguantaba”. Habla el autor de las heridas que sufrimos en la vida (las que dejan cicatrices físicas y de las otras), del desamor, de lo prohibido y de la enfermedad que llega de golpe y limpia poblaciones enteras. Y el deseo de escapada, a un circo o a un transatlántico, o, simplemente, a un buen libro de Historia: “Me volqué de lleno en la historia. La elegí porque en mis días de combatiente desarrollé la conciencia de estar siendo utilizado por poderes sobre los que no tenía ningún control y cuyos propósitos estaban lejos de mi comprensión”. La inseguridad también aparece reflejada, aunque no nos guste recordarla siempre: “Yo también fui un chico y sé lo que eso significa; a saber, un imbécil o un hombre preso que lucha por liberarse”. Y el martillazo, con buenas púas (“una boda es un callejón sin salida”). Y los viajes, y los olores, y los santos, y los manicomios. De todo hay en EQED: “La humanidad no soporta la perfección. La reprime y exige hasta que los santos tengan sombra”. Y la vuelta de Cristo, y las modas, y la irracionalidad, y las bodas con payaso y “los delirios del político aficionado”. Y en esta gran ópera, a bocinazos como una perra en celo o como Damon con Gorillaz, nos vemos atrapados en la familia o el infierno, porque es enorme “la gran cantidad de extrañas categorías que la palabra familia puede contener”. Pero sobre todo, EQED nos lleva a mirarnos el ombligo, a destruir ese espejo que nos embellece dentro de nuestra deformidad: “Creaste un Dios a tu imagen y semejanza, y cuando descubriste que no dabas la talla, lo depusiste. Es una forma bastante habitual de suicidio psicológico”. Y la metralla, que salpica como pimienta en parrilla, nos llega a todo Peter Pan viviente: “Debes envejecer, Boy, descubrir lo que implica la edad y cómo ser viejo. Un querido amigo me dijo una vez que desearía tener un Dios que lo enseñara a envejecer. Espero que encontrara lo que buscaba. Y tú debes hacer lo mismo o perecer. Los dioses mantienen eternamente jóvenes a los que odian”. Y como decía el hombre de la camisa verde, el que nace psicópata, muere psicópata: “Nunca he creído que las tendencias más marcadas de la infancia puedan desaparecer; quizá permanezcan como sustrato o cambien y se conviertan en otra cosa, pero no se desvanecen, y a menudo aparecen con mayor vigor tras cruzar el ecuador de la vida. Eso, y no la demencia senil, es lo que constituye la segunda infancia”. Una novela excelente para descreídos y crédulos, para todos aquellos que no se ven desde fuera ni escuchando el Angel de Massive Attack, porque como escribe RD, “creaste un Dios a tu imagen y semejanza y que, como no daba la talla, te convertiste en ateo”.

jueves, 8 de agosto de 2024

El tatuador de Auschwitz. Primera temporada.

El tatuador de Auschwitz Siempre que aparece el nombre de Auschwitz pueden pasar dos cosas: mostramos atención desmesurada o hastío. Atención porque siempre queremos saber más, siempre que una opinión sea respetable abrimos párpados y tragamos información; hastío porque se multiplican las publicaciones en cualquier estante de librería comercial los ejemplares con Auschwitz en la portada. Pero El tatuador de Auschwitz no deja indiferente. Es desasosiego puro y duro. Conocemos historias sobre A-B, pero parece que nunca son suficientes. Siempre está ese añadido de locura y dolor, de tatuaje envejecido con números que hacen del hombre simple ganado. Y en esta historia del tratamiento del hombre al hombre como ganado, que ya hemos visto antes pero que es duro de ver, solo queda reflexionar. La actual ola de antisemitismo es preocupante. No podemos olvidar el drama pasado por los errores de un pasado que estudiamos y en el que no encontramos esperanza. Ni atisbo de ella. Y la inquietud ante ese infierno no cesa. Nunca.

lunes, 5 de agosto de 2024

Mayor of Kingstown. Tercera temporada.

“Nada puede limpiar la sangre de estas manos”. Mayor of Kingstown vuelve en esta tercera temporada como se fue: saltando por los aires. Llena de pecado original, sigue buscando consuelo, aunque no lo consigue. Dice el faro de todas las oscuridades: “Yo me conformo con tener algo de paz, por retorcido que sea”. Pero no es posible. Todos los caminos no llegan a Roma, como no todos los autobuses tienen destino. Vivan los pastilleros. Vuelve Rusia, vuelve el odio racial, vuelve la familia y su defensa, vuelve lo borde y lo cafre al mismo tiempo que esa defensa, la de la familia, se vuelve insana. ¿Y qué hacer? Seguir: “No me permito sentir nada. No, tenemos negocios que atender”. La sangre sigue saltando y machando caras y corbatas, salpicando en coches, llenando puentes, subiendo el nivel del agua hasta el hundimiento. Y ese negocio, como es tan viejo como el amanecer, se cuida solo. MOK sigue con su colección de promesas rotas pero no te lleva al regalador de consejos contemporáneo porque no hace falta en ese contexto entre marrón, triste y justiciero (“¿Quieres que te de un consejo que no me pediste?"). Hágase querer por las jaulas y sus profanadores: “En la vida, los falsos profetas te prometen todo tipo de cosas. Y luego te quitan todo. Y cuando ya no les sirves, te dejan morir”. Pero a diferencia de paisajes sin bruma, en Kingstown, “el crimen sí paga”. ¿Para qué todo este sufrimiento si no sirve nada más que para padecer? Pues para lo de siempre, para colgarse medallas, para triunfar en un jungla despiadada, para sobrevivir en un zoológico que mengua y crece con bestias sin control: “Y es esa angustia encantadora, en esta vida de mentira, lo que te da poder”. Y ante este panorama lleno de fantasmas, en el que “el rey cae y le sigue la corte”, sólo nos queda la Biblia: “¡Cómo han caído los valientes en medio de la batalla!” (2 Samuel 1:25). Y mientras, ponemos la tele porque “nada mejor que espiar peleas ajenas”. Vivan las peleas ajenas bien hechas.

domingo, 4 de agosto de 2024

El ministerio de la guerra sucia

El ministerio de la guerra sucia se ha vendido como la última de Guy Ritchie (cuando en la penúltima de Guy Ritchie vimos que solo las primeras dos píldoras de la serie eran de Guy Ritchie, lo demás era chicle estirado). Ahora que todo es etiqueta plataformizable, hay que vender (y si es de APV, más venta). Con menos chascarrillos de los habituales (“siempre un ojo en la banda y otro en el pub”), a Ritchie se lo perdonamos casi todo, y si nos trae a Eiza, siempre se lo perdonaremos todo. Churchill, Fernando Poo, la isla de la Palma, Ian Fleming y gente que mata nazis. Y en esa tesitura (la de matar nazis), nos preguntan los chicos de Guy Ritchie: “¿Con qué frecuencia funcionan tus planes?”. Matar nazis, aunque vayan de etiqueta como los de la Gestapo (“cuánto más malos son, mejor visten”). Mucho nazi muerto, la verdad. En ese sentido, no tiene pega EMDLGS, pero el infierno sigue lleno de buenas intenciones.