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miércoles, 12 de febrero de 2025
La península de las casas vacías
Termino, después de un mes de lectura entre recreos y huecos entre clases, La península de las casas vacías, de David Uclés, mientras en Murcia tiran los muros de la Cárcel Vieja para convertirla en bar, o restaurante, o lo que quieran. Ese es el nivel de nuestros políticos, y no es raro que la gente pase del asunto, o, directamente, no le importe. Es un libro complicado LPDLCV, porque el asunto de la guerra civil española no es fácilmente digerible a estas alturas. En la página 22, se lee: “En Iberia, país al que pertenecía Jándula, con voluntad, paciencia y algo de fe, en ocasiones la lógica se invertía al capricho de sus habitantes”. España es diferente y siempre caótica. Es raro que no hubiese más guerras civiles a lo largo de los años porque como dice DU “los gañanes no leemos, solo cavamos la mayoría nuestra propia tumba”. Esta es una novela de muertos pero sin tumbas apenas, de misas dichas y pospuestas, de gente que no era de política hasta que un empujón los metió en un torbellino de ideas equivocadas y ajenas. LPDLCV es una novela de mucho luto, de dolor, de liturgias que se respetaban, aunque no se comulgaba con ellas (Corpus Christi), de recuerdos de Imperio Argentina al principio y al final del libro, de cabañuelas y de idas y venidas, de grapas e istmos, de asesinatos que son previas y jaleos provocados por “niños grandes que se creen que van a cambiar el país”. LPDLCV habla de tierras pobres y pobres sin tierra, de santos y hábitos, de carnets que se utilizan y de bandos incontrolables, pero es que en la guerra (casi) todo vale. Deja buenas frases (en el realismo mágico o sin magia no me meto, que empecé siete veces CADS y ninguna vez pasé de la página 20), porque para entender aquel enfrentamiento muchas veces hay que ir a lo básico, a las oraciones sin rezo y al rosario a medio recitar: “Los políticos no tienen campo. Si no, no tendrían tiempo de inventar tantas cosas”. Y entre ajusticiamientos y comuniones van pasando páginas, entre cristales hervidos y ligas en el bar, recuerdos de Casas Viejas y de Castilblanco, de personajes que llegaron a mandar sin motivos más que su enriquecimiento o su tortura interior, como esa Carmen Polo que describe con palabras DU: “Intuyó que aquel hombrecillo podría mantener su mayor afición aparte de ir a misa: las joyas. Misa y joyas, una relación que de por sí dice más de ella que cualquier biografía”. En LPDLCV se habla de radio y se escucha la radio, caen del cielo panfletos y pan, crecen acelgas como sacramento de confirmación, se enumeran palacios por los que pasó Franco y campos de concentración donde pasaron otros españoles, se recuerdan matanzas, bombardeos, checas, sacas, paseos y nos ilustra el autor con palabras aquella situación a la que llegamos por (de)méritos propios: “Somo un país de necios, aquí y allí, por muchas camionetas de maestros y muchos ateneístas espabilaos que haya. La inepcia nos carcome”. También nos muestra LPDLCV la incompetencia y la maldad de unos mandos militares más preocupados por el desgaste y el alargamiento de una guerra que ya está en los libros, aunque “los libros y tanto pensar no traen nada bueno”. Reflexiona DU sobre la forma en que los libros de texto pasan muchas veces de puntillas sobre esta guerra entre hermanos, este fratricidio universal convertido en hechizo maldito que sigue aquí porque no hay manera de entender los augurios ni los viajes áureos a Moscú ni los ganchos con los que troceaban los cuellos. La llegada de la guerra a los pueblos fue distinta a la urbanita, aunque se transformó en venganza y rencilla, en cambio de vocabulario y de festividades, en modificación de hábitos y prohibición de costumbres. Nada como esas palabras de Odisto a su hijo José: “¡Te vas a una guerra, a una guerra entre hermanos donde todos seréis cainitas! ¡No sois derechistas ni izquierdistas! ¡Sois hermanos!”. Pero como todo es mentira en esta vida, ese todo se resume en una buena frase que se encuentra en la 281: “¿Qué coño vas a hacer con las ideas cuando te pongan el cañón en la boca?”. Hace DU mención musical para acompañar malos tragos o amargos, que a veces confundimos los sabores y olores (“supieron que habían llegado al campo de batalla por el olor podrido de la guerra”), las desbandadas y los zulos, los carniceros, los límites que no existen en la guerra y esos ruidos que se te meten en el alma y ya no salen en ningún momento (“conforme se acercaba al enemigo, oía el ruido de la guerra con mayor contundencia”). LPDLCV es un retrato de personajes citados (no sé si en el contexto adecuado), de intelectuales y fotógrafos, de compañías de teatro y tiros de gracia, de países que viven juntos pero no conviven, porque la convivencia es imposible si no cedemos en muchos puntos. Además, se refiere DU a esos momentos de ausencia sonora, “de ese silencio general, el que siempre presagiaba la batalla”. En esos silencios siempre hay un recuerdo para mártires y esquelas, para hojas de biblia reconvertidas, para esos suicidios que se convirtieron en repetición (fuera y dentro de los triángulos), para los que solo podían obedecer en su condición rasa, para asedios y treguas, y de cómo todo se transforma y la enseñanza más común se simplificaba con la ausencia de planes. Y en esa ilustración de lucha y muerte incluso hay hueco para fotografías presentes y escondidas, para quintacolumnistas y milicianos hoy totalmente olvidados porque, como escribe DU, tras aquella locura de guerra, postguerra y dictadura todo se tapó con un “pacto de silencio”. Y la entrada en las ciudades y las salidas de los puertos y unas fronteras que no eran más que espino con el que caer y no poder levantarse. De la infinidad de citas me quedo con la del olvidado Julián Besteiro, hoy borrado hasta en las filas del que fue su partido: “Me quedaré con los que no pueden salvarse. Es indudable que facilitaremos la salida de España a muchos compañeros que deben irse, y que se irán por mar, por tierra o por aire; pero la gran mayoría, las masas numerosas, esas no podrán salir de aquí, y yo, que he vivido siempre con los obreros, con ellos seguiré y con ellos me quedo. Lo que sea de ellos será de mí”. Con ese tiempo mecánico, de reloj, nos recuerda DU que “en una guerra siempre gana el que tiene más tiempo”. Un libro que nos recuerda que no está de más recordar, en más de una página, nuestro pasado, por muy oscuro que fuese y si se nos escapan las lágrimas, será, como decía el hombre de la camisa verde, por algo: “Todos lloraban, pues en la guerra, raro es el hombre que no se siente solo y llora, que no se siente herido y llora, que no ve la muerte venir y, acongojado, llora; por mucho que el cine y la literatura nos muestren hombría y poca lágrima”.
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