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sábado, 15 de marzo de 2025
M. El Hijo del Siglo. Primera temporada
En el minuto siete del primer capítulo de M. El hijo del siglo, Benito nos mira a cámara y dice: “El fascismo, una criatura bellísima, hecha de sueños, ideales, valentía y transformación, que conquistará millones de corazones. Seguro que los vuestros, también”. Y se entiende que lo consiguiera, porque te podría vender algo inutilizable, a tí, sin dinero: “Hemos construido una casa para el pueblo, si ha sobrado sitio, mejor, así vendrán más”. Mamporrazos al poder: “Feroz y fluida, necesaria, como debe ser siempre la violencia”. Aunque la pregunta, soltada al aire nocturno y con la catedral milanesa entre brumas, suena distinta: “¿Hemos creado el fascismo para hacer la revolución o para dar palizas a los socialistas?”. Benito dice: “La guerra no ha terminado. La guerra somos nosotros”. Y siempre hay una mujer que te puede recordar (a ti mismo, a Benito, al espejo, a la ropa del suelo) “que estás más a la izquierda que los socialistas”. Nada como el verbo querer para crear un periódico y para quemar otro. Guerra civil al poder, aunque la etiqueta puede cambiar. Gabriele D'Annunzio, Fiume y ese recuerdo de la IGM: “La victoria mutilada”. Palabras de D’Annunzio. Aunque no sabes si tomarte en serio M. El hijo del siglo o si todo es una farsa, un mal sueño, una equivocación: “Primera regla de un buen político: si no sabes el modo en que acabará una situación, no te muevas, tómate tu tiempo”. Antipolítica al poder: “Somos un antipartido. Despreciamos las elecciones, somos contrarios a ellas. Contrarios a este estado, contrarios a la monarquía, a la Iglesia, al capital, a las grandes potencias”. Aunque todo es una contradicción: “El fascismo lo es todo y es lo contrario de todo”. Y en esa contradicción, todo muta: “Sólo los necios y los burros no cambian de idea. Abandonamos la sombra de D’Annunzio, nos expandimos, jugamos en otro campo”. Pantalón campana si, pantalón campana no. Elecciones. Hágase querer por un mártir, porque “el pueblo ama a los mártires y a los perseguidos”. O, quizás, los utiliza. Y ahí está el límite, entre el mártir y el inútil. O no: “Yo ya tengo trabajo, soy fascista”. Viva la reacción: “Convirtamos el miedo en odio”. Y Marinetti haciendo el Marinetti, y las putas viejas liberales haciendo de putas viejas liberales. Marionetas todos. El séquito, la familia, el fin, la paz social: “Sin ideales, símbolos y valores, un hombre simplemente no existe”. M. El hijo del siglo nos muestra a los acompañantes de BM en ese viaje siniestro, a “un campesino educado al que nunca se le engaña”, nos enseña a esos tipos que “les gusta más apalear que follar”, nos describe a “un genio loco”. Con semejante jauría, aquellos perros locos se hicieron con Italia: “El país quiere la paz, y nosotros, tras haber alimentado el odio y desatado, la ira, se la daremos”. Con aquella farsa de la revolución desde dentro, BM, engatusó al personal adicto y al no adicto: “Quería ser un diputado, pero habría preferido estar al frente de las camisas negras, no en el Parlamento. Y si estuviera con los camisas negras, me avergonzaría, y preferiría el Parlamento”. Y en ese fenómeno, el del engaño, tocaba hacerse, o parecer, respetable. Incluso razonable. O razonablemente respetable. Habla esta primera temporada de la violencia calculada, de las renuncias, de las traiciones a viejos ídolos, porque cualquier prestidigitador que se precie debe ser un buen transformista para restablecer el orden. Estados moribundos en busca de un pastor de estaca fuerte. Ideas ajenas para cambiarlo todo: “¿Qué Italia queréis? ¿La de las huelgas y los bolcheviques o una que trabaja y que prospera? Solamente hay un camino: El fascismo debe hacerse con el poder. ¿Legalidad o ilegalidad? ¿Conquista electoral o insurrección? La respuesta no debemos darla nosotros. Nosotros estamos dispuestos a todo”. Añade BM: “Es típico de castrados cultivar la duda”. Marchas hacia una Roma, fingiendo, pensando si es ficción o suicidio: “Para ser creíble hace falta cierta dosis de realidad”. El miedo del rey. Las posibilidades perdidas. Reyes cobardes y cornudos. Plumas de decepción. Da la impresión en la serie de que todo era improvisado y sin planificación, saltomatesco. Déjese dominar por cuatro gatos: “La segunda parte decide la revolución”. Jabón de bergamota para todos. Cambios electorales. Leyes mayoritarias: “El país no puede esperar a que se lleven de acuerdo y el que no esté de acuerdo que dimita”. Y ya puestos, BM, atenta contra los ungidos: “Solo hay una cosa peor que los curas, los curas vestidos de payasos”. Y va a ser verdad eso de que “la libertad nunca ha existido”. Quizás se hace repetitivo este sermón sin caída, esta lujuria de sillas levantadas… Quizás hay que preguntarse, o volver a preguntarse, el nombre de los que manejaban a esa marioneta. La obediencia desobediente. Hágase querer por un alma vendida. Hágase rodear por asesinos de curas. Poder sin límite. Pavos reales y cajas de música: “Un buen fascista no pide, hace”. Pero siempre aparece, antes o después, la palabra corrupción. Y eso lo cambia todo. Hágase querer por la palabra inadmisible. Y el asunto Matteotti. Y los zapatos, siempre los zapatos. Y la censura hecha posible y la guillotina política para los fieles, que la falsa democracia lo merece todo. Hágase querer por una purga. Todo mentira: “El fascismo es violencia, el fascismo es el imperio de la fuerza, la voluntad de unos pocos que se imponen sobre la voluntad de muchos, es opresión pura, arbitrariedad, es la ley del más fuerte, es odio, es exaltación de las masas, es rabia, es desprecio por la debilidad, por las dudas, es la ley del garrote contra el caos de la mente, es decisión contra mediación, es el rechazo al compromiso, es lo nuevo contra lo viejo, es estar siempre en contra de algo o de alguien, y si alguien se interpone… Eso es el fascismo. O no”. Toda esta contradicción queda incompleta, con muchos huecos: “Cuando dos elementos entran en conflicto y son irreductibles, la única solución está en la fuerza. Nunca ha habido otra solución en la historia y nunca la habrá”. Al final, todo es perorata, todo es discurso eléctrico, todo es una sucesión de delirios que llevaron a otro delirio aún mayor. Y todavía, un siglo después, seguimos con las peroratas. Las inacabables peroratas.
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