domingo, 27 de abril de 2025

The Office (USA). Primera temporada.

“Y hasta donde os alcanza la vista es mi reino”. Con esas palabras, tras hablar por teléfono con una mujer y siguiéndole el rollo como si fuera un hombre, se presenta Steve Carrell en The Office. Mientras los demás van dando la cara, gritando, mofándose de sí mismos y haciendo el cafre, empiezan a sumar los palabros sobre cosas y personas: “Yo la llamo Hillary Rara Clinton”. Llamadas intempestivas, palabras desafortunadas, conversaciones en voz baja sobre despidos, disfraces de gatos y el clásico “yo iba para cómico” y “soy Hitler, Adolf Hitler”. Y preguntas en voz alta: “¿Es el sueño de las niñas ser recepcionistas?”. Y el aumento nos lo merecemos todo. La profesionalidad ante todo. ¿A quién admirar? Si ponemos a Dios en el cuarto lugar de admiración sólo hay que pensar en los que van antes. Quizás no daríamos con la respuesta. ¿Cuál es la cara de preguntar algo? Gelatina para todos. O para casi todos. Colores y raza en la misma frase. Hoy sería imposible grabar muchas de estas escenas. Razas, atracción y sexo en una misma frase. Y la sorna no le gusta a más de uno, sea marroncito o no. Galletas para todos, definan o no al héroe. Hágase querer por una firma, aunque sea del Pato Lucas: “Quiero ver las olimpiadas del sufrimiento: la esclavitud frente al holocausto”. Y haciendo el palomo con tarjetitas en el pelo, el director regional reencarnado en ST, nos dice: “Habréis visto que a nadie le tocó ser árabe. Me pareció demasiado explosivo, y no va con segundas”. Judías verdes: “Eso no procede ahora. No me parece correcto llamarlas judías. Me parece ofensivo”. O no. Todo filfa en TO, todo chascarrillo con acento distinto, con y sin flequillo: “Para mí esto es un trabajito. Si yo ascendiera en la empresa, entonces sería mi profesión. Y, bueno, si esta fuera mi profesión, preferiría tirarme a la vía del tren”. El tren y sus metáforas. Más: “No es bueno mimar a la gente. En la selva no hay seguro médico”. Bajo esa apariencia de pánfilos, la crítica va a la sociedad, directa a la yugular, sobre esos momentos en los que estás rodeado en el trabajo de individuos a los que odias (“me paso horas ideando formas de devolvérsela, pero todas son delitos graves con pena de cárcel”), sobre las apariencias y lo que hacemos, y, sobre todo, sobre lo que pensamos hacer y, al final, no hacemos. O no nos atrevemos a hacer. Tomar nota. Confidencialidad y preocupaciones de mierda: “Meredith es una meretriz”. O no: “¿Qué gracia puede tener un útero extirpado?”. Hasta te da hambre viendo como se lo pasan y te sueltan de golpe: “¿Sabes una cosa? Si yo fuera alérgico a los lácteos, me pegaba un tiro”. Gallos, simpáticas muchachas y nada como que no tengamos odio en TO. ¿Quién pijo lee revistas de aerolíneas? ¿Existen realmente las revistas de aerolíneas? Y puestos a acelerar al personal, que no falten las drogas. Un intento de renovación que no siempre fue entendido por los amantes del vinagre. Por algo será.

viernes, 25 de abril de 2025

Bosch: Legacy. Tercera temporada.

El Lobo Plateado está de vuelta. Bosch, con esa cara que te deja pensando en lo que estará pensando, sacando su lado borde, si es que acaso tiene otra. La que se hace más preguntas es su retoño. Idealizamos a individuos que no son perfectos. Muchas grietas, que al principio no vemos, empiezan a aumentar hasta que el tabique no aguanta. Todos tenemos trapos sucios, montañas de basura planetaria que no hay cementerio nuclear que la acoja. Y “si hay que ayudar para enterrar a la escoria por segunda vez, se ayuda”. O lo que sea. Lo que pasa en Afganistán, se queda en Afganistán, aunque nunca se sabe cómo se reinterpretan los hechos del pasado en nuestro presente incierto. “Una familia no desaparece sin más”, pero siempre hay personas que hacen lo que sea porque desaparezcan los demás. Persecuciones, rumores no demostrados, encuestas que van mal, hacer negocios con las personas equivocadas, lazos rotos y familias que no ejercen de familias. Y de esa oscuridad que esconde Bosch (y su retoño), no hay escapatoria. Ninguna. Recuerdos de venganzas que se cumplen, recuerdos de dientes que se fueron por el camino, de globos que explotan antes de inflarse. Aunque tiene altibajos, ha estado a la altura de ejercicios anteriores. Y siempre hay algo que queda por resolver. Un cierre (de momento) con el bajar una persiana desde la que seguir viendo angelinas calles desde las alturas.

jueves, 24 de abril de 2025

Las pirañas. Tercera lectura.

Con Las pirañas no hay medias tintas, ni siquiera con la tercera lectura. Tengo que rebuscar en el pasado, en los archivos de viejos ordenadores, en un blog que ya no es lo que era para recordar la fecha de las dos primeras lecturas. Pero una vez que empiezas, el ritmo va a más, y ese “titiritero, saltimbanqui, de feria en feria, de nacionalidad imprecisa”, nos lleva a su terreno. Ese personaje, y otros, de este cuadro, “sin otra profesión conocida que la de enredabailes”, nos muestra un “coral de voces cencerrosas en suma”. Coral complejo, con este “apañamortajas”, de “conventos con tufo a sopa helada”, y con “euskalbarbas borrachos” en el horizonte. Menudo horizonte. Pero siempre hay un momento de resurrección, porque “solo en el dormir hay misericordia”. Las pirañas nos muestra desde el principio, sea primera o tercera lectura, a un “material de arrastre para gloriosos juegos florales” en el que encontramos “un discurso florido para el parlamento de la andada”. ¿Qué sería de nosotros sin la andada? Miguel Sánchez-Ostiz nos ilustra con ese “último y radical desamparo”, en el que no hay esperanza pero si al tercer día vemos algo de luz, nos aferramos “al rosario en familia”, y, si llega el caso, al “plato de guindillas para merendar” (aunque algunos lo preferimos para el desayuno). En esta imagen sin distorsión de “aldeanos críticos a lampar riñones”, siempre repetimos, aullido común en soledad taciturna, ese lema que debemos enseñar a las criaturas de la Formación Profesional Básica o a quien toque: “Antes que ser joven me capaba”. Y en la fauna, dándole a la tecla ahora, encontramos una señal de tráfico para “la busca de los proscritos, de los pródigos, de los toxicómanos, que llevan varios días sin tocar pared”. Repite mucho MS-O (y bien que hace) lo que nos encontramos y definimos en extramuros, en fuerapuertas, en ensanches. Y en Las pirañas leemos a aquel que “cuenta chascarrillos propios y ajenos, o más bien propios, y ridículos en el fondo, disfrazados de ajenos, e imparte, también como si estuviera en alguna colonia del Pacífico, allá por el mar de Joló, justicia, sí claro, justicia peregrina”. Y en esas peregrinaciones interminables siempre hay enredo y hay que “arrebujarase en esa tela de araña cómplices, encubridores, aliados, compinches, enemigos, afectos resobados, relatores, soploncillos, difamadores, celestinos, bufones”. Y sin solución de cambio tenemos carnet, en primera persona masculino singular, y ya es un “miembro cualificado de la pecera, a su modo, también una sardina brava”. Pero en este Belén sin inocentes todo atufa a “un tibio olor a establo, a invierno, a pasado”. Y en la huida, “nunca se vieron despojos como estos”. Y en mitad de ese “bárbaro apetito”, toca vivir el momento, y buscar “a cada especialidad su taberna, su trago y su posguerra, y con el tiempo su erudito”. Nada como encontrar ese cuadro, con esos grillos que no parar de gritar, “todo a punta de pistola o a punta de sus leyes infames”. Y toca comer, “caracoles de tapia de cementerio” sobre el “taburete de cuerpo de guardia” y acabar con el “carajillo quemado con el mimo de un ebanista de la corte del rey Sol”. Y cuando uno va a uvas sordas, llega tarde, tira el ancla, le tiembla la mano, coge el pastillero y acaba a “muecas naiperas” en mitad de la “sinfonía de casa encantada”. Todo es mentira, incluso si, en mitad de la noche, “alguno piensa si nuestra vida no será un puro tropiezo”. Puestos a tropezar, caigamos en los “andurriales de vivir del cuento”, caigamos en la andada interminable, caigamos en ese esfuerzo cotidiano de ir taberna tras taberna hasta encontrar nuestra casilla en el tablero: “Y al final apalancarse en el de la tribu, el genuino, y no moverse, ahí ni de coña, es decir, no moverse ni cuando cierran, conseguir que entonces te dejen estar a puerta cerrada y que te abran incluso para poder entrar si está cerrado”. Y apostilla MS-O: “Que las putas te conozcan por tu nombre de pila y hasta por tu apodo, que aquí apodos o mejor motes tienen todos”. Y en la recreación de esta corrupta historia, escuchamos “esta ópera de cuatro copas y los mismos bastos”. Pero no hay báscula que aguante este ritmo, esta andada, porque “casi todos lucen panzas soberbias”. Poniendo chinchetas en la pared, se conocen todos “en este kilómetro cuadrado que viene a ser un cuadrilátero de todos contra todos”. Y para rematar, testa sobre testa, compramos este fuego en invierno “puro Dickens”. Y en ese suelo sucio dickensiano, en ese dolor insano, ene ese “kilómetro cero que un tauromático bautizó nada menos que con el nombre de Selvática”, está este “pensamiento radical andante” nada como un recuerdo al PSP y a ese “PSOE del botín desvergonzado”, y a aquella frase (que también decía el hombre de la camisa verde) atemporal: “Yo de la guerra solo sé que no voy a ir”. Y en ese viaje de borregos, quedas oculto, incluso, en las ruedas, aunque “eran otros tiempos y que él se quedó atrapado en ellos (...) como en cepo de oso”. Y siguiendo la estela, vamos detrás de los “amigos del berrido intempestivo y del rebuzno”. Y las sayas de bruja, y los aristócratas, y los asuntos de sucesiones, y truenos de noches sanjuaneras, y decir las cosas de manera mendicante y asumir que “en este valle todos tenemos alma de granujas”. En definitiva, nos queda siempre “un viaje a una selva de lobos, a una ciénaga de sardinas bravas”. Y en el ombliguismo, siempre recaemos en esa mata de restos de camiseta almidonada, todo es euskaldún: “La trucha es vasca, todo es vasco, el universo es vasco, todo es preindoeuropeo, de antes de que el mundo fuera mundo”. Mundo con almax, con mucho almax, porque “estos no tienen empacho, puro Nuremberg, puro 1934”. Y puestos a buscar, busquemos: “En el seminario, sí señora, buen sitio, inmejorable, tan bueno como el manicomio o el cuartel o la cárcel”. Y aparte de la trucha, la raza: “Dicen que es cosa de la raza. Les gusta la raza a estos y lo que entienden de estas cosas”. Y aparte de la raza, el jabalí, el tiro en la nuca, emboscadas para todos. Habla mucho MS-O de la (re)conversión de los individuos, ya sean “rentistas de provincias” o “falangistas reciclados en gurús”. Quema de cartuchos (los últimos, los que peor suenan y más llaman la atención” para un personaje que es “un milhombres que ríe en la noche, a carcajada limpia”. Y en esos espejos, mil sombras de todo, se refleja siempre la miseria del prójimo, no la de uno mismo, porque esa nunca existe en primera persona del singular: “Por su despacho, que es tanto como decir por su bodega o por su despensa, pasan todos, y el que no pasa puede darse por jodido. En la trastienda de esta juerga fantástica se puede oír un vago fragor de seminarios y de conventos, de militancias varias y difusas, de militancia radical con los feroces etarroides o con los de la razón de la historia o de la lucha obrera, de panfletadas, multicopistas, saltos callejeros, pedradas, cócteles molotov”. Y, puestos a comparar, puestos a llevar al extremo, podemos encontrarnos con el “Kropotkin de la barraca” o con “el gran tenista hecho hamponcillo, un héroe sabio de la vida dura, de los que saben estar, la sentencia definitiva”. Ahora que estamos de aniversario planetario, podemos recordar (o intentar recordar), las nuevas sensaciones, que en el mundo pirañesco se traducen, por citar algún ejemplo, entre “enemas y humillación”. Y como no clarea, todo es tormenta perenne: “Se ha terminado, nos han quitado nuestras señas de identidad, ya no podemos beber, nos van a encerrar en casa, eso es un atropello, esto es la consecuencia de vivir en horizontal, del cortacésped y de la barbacoa”. A veces hay que soltar la carcajada, o no soltarla y creer en que podemos soltarla sin consecuencias ante la “pasajera y general irrisión de la parroquia”. Pero no. “No hay paraíso posible para esta humanidad”. Y como si fuera 1992, o 2025, “tanto seminario, tanto socialismo, para acabar viviendo de mangarla”. Y el personaje, nuestro personaje, sigue, existe, respira, aunque esté “intoxicado de la propia vida”. Y esas comparaciones continuas (“como Gordon en Jartum”) que no acaban nunca, como el personaje sabe a lo que pertenece: “A una raza de perdedores, de vencidos, a una raza de mercheros, de usureros de coacción, a esa tribu ubicua que entre sí se odian con furia ciega, que no con pasión, y se sonríen a piñata de teclado y se palmean las espaldas, de torpes que odian la inteligencia, la tolerancia, agredidos siempre por el refinamiento ajeno, torpes, sucios, llenos de ascos y remilgos, de un puritanismo que es insania de tratado de a mil páginas”. Con ese boli rojo, manchado a partes iguales de salsa y pacharán, el personaje se sabe “intoxicado de la propia vida, la que él se ha ido pacientemente construyendo”. Pero en ese ambiente, descrito pero no lo suficiente, aparece un “cotarrillo de matones, de profesionales del braguetazo, de la alianza ventajosa, estudiosos de fueros y privilegios”. Y subraya MS-0, en ese contexto, “el degradante sentimiento del siervo”. Y en ese cuadro, “viejo demonio el de ser aquel que no se ha deseado ser”. O no ser. Y hablando de diablos, “viejo demonio el del miedo a la vida, heredado como tantas otras cosas”. En esa “fúnebre galopada”, nos perdemos, o dejamos de perdernos. O lo que sea. Y ahí, MS-0, habla de manada, habla de cobardía, de claudicaciones, de rebaño y de poquedad: “Y si otro demonio es el pasado, cómo abolirlo, como abolir esos recuerdos fragmentarios de la infancia, de la adolescencia sombría, la culpa de todo, el no acertar, el no saber, cómo acallar las voces que desde allí llegan con el tono justo…”. Nunca acaban las preocupaciones, nunca escapamos de la soledad. Zarabanda. Antabus para todos. O para casi todos porque siempre hay “noches en las que anda acosado por el personaje que se ha visto obligado a representar de continuo”. Habla de la familia el autor, como “ese enfrentamiento sin origen ni término, inexplicable a la postre, peor que un fuego de esos que se consideran apagados y a la menor brisa prenden y lo abrasan todo. No hay rebabas suficientes, o no tenemos (tengo, 1ªPMS que decía EHDLCV) los arrojos suficientes para acabar con todo, porque la cara de pecado no nos la quita nadie. El personaje, en “un kilómetro cuadrado donde nada era lo que parecía y todo era mentira” solo puede salir perdiendo. Absolutamente mentira, como todo en la vida. Y con esa cara de tinieblas (¿se puede definir mejor?), siempre andamos “bailoteando como badajo en campana boba”. El fluorescente hace hincapié en “la condición de parias, de comparsas, de menestrales y de mirones…”. ¿Somos algo más en la vida aparte de eso? Y añade MS-O: “La calumnia, la peor de las mordazas, el buen nombre, todo mentira, filfa de primera calidad, instrumentos del sometimiento…”. Murga, nada como la murga. Y el momento de la zurda y “licenciado en bobería”. Y en ese retrato, en este retrato de “segundo día de inconmensurable novena”, de “ronda de un rosario de demencias”, nada como volver a la falsedad, eso que nos contempla y nos marca, de la que no podemos salir del cuadro. Nada como recordar otra frase (que no era nada de EHDLCV) que siempre se repite, antes del vómito: “Todo se arregla con cenitas”. Barbisss (o como se escriba, que tengo mala memoria) en el horizonte, que no falten. Picoloco al poder: “Hay que ir, mandando y templando y obligando o como quiera que se diga”. Desplantes para todos, que ahora Is nos canta una nueva versión de La Caja del Diablo. Y los corralones de la resaca y todo lo demás. Y el precio del paraíso, gran precio. Y esas descripciones, las que no llegan al alma, “algo de ritmo lento que la hizo famosa, se deja caer, parece abandonada, casi nadie anda por la calle y esta tiene algo angustioso, de tren perdido, de cita a la que llegas tarde, sobre todo si no es la nuestra” (y aprendemos el significado de fiemo en la farra, que siempre está bien aprender). Y ya puestos, buscar distancia de esa “legión de los licenciados y los artistas”, que nunca se sabe. Nunca se sabe. Raptos y despistes, compañía y asamblea dispersa: “La arquitectura, la empresa, la jurisprudencia, la política, los negocios y hasta el arte, sí, señores, y hasta el arte, todos reunidos”. Menuda reunión. Andorga, andorga, andorga. Kiliki, kiliki, kiliki. Quídam, quídam, quídam. Órdiga, órdiga, órdiga (parrillada de mariscos). Y ahora que en la prensa no hay descripciones de los que mandan, bien valdría un ejemplo: “Empezó de cursillista de Cristiandad, se puso unos zuecos de clínica, clop, clop, dijo que era anarquista, luego etarrón, batasuno y acabó, arrepentido, renunciando a sus pecados, donde todos, en el Partido Socialista, mañana ya veremos”. Joder, parece 2025, parece hoy, parece mañana. Chalota, chalota, chalota. Y ese Fernet Branca y, si hace falta, “compramos billetes de loterías premiados, el negro no tiene secretos para nosotros”. Ninguno. Uvas sordas, uvas sordas, uvas sordas. Nada más que añadir: “Para tener segura la pitanza y los vicios, y si se tercia, hasta las putas”. Claque, claque, claque: “Os imagináis lo que sería una patria para estrenar… Todo nuevo, joder, qué sueño más bonito, y todos dentro, todos vascos, pero nosotros solos, con nuestras leyes y nuestra cultura”. Y en esa hipérbole, convertida en chiste pequeño, leemos en este himno hecho letra impresa de hace muchas décadas: “Aquí todo dios va a tener que aprender euskera e informática y el que no aprenda, a la puta calle, no tendrá sitio, el sabrá lo que hace, y se ha acabado, se ha acabado”. Y ya puestos, “cuando se ponen a bodega llena, son temibles, le sueltan su vida escrita por ellos mismos, es decir, bien amañada, al lucero del alba”. Y más murga. Que no falte la murga. Que nadie nos quite la murga: “Hay quien opina que ha llegado a una situación en la que no puede envidiar nada, en la que lo mejor es no envidiar nada, porque sencillamente no tiene sentido. Nada envidiable. O todo, desde que haya siempre un rollo de papel de váter al alcance de la mano”. Y en ese marco, no cabe más brillo que el que no reluce: “Lo de nuestro hombre es una inveterada manía de no dejar al prójimo en paz, aunque afirme lo contrario, siempre atrapado en sus propias tonterías, bufón a pesar suyo, de escudriñar copa a copa sus miserias, de hacerlas añicos, de reducirlas a migajas, bien troceadas, bien masticadas, bien ensalivadas, bien deglutidas, de no dejar que saque la cabeza de sus propias miserias, de sus demonios, de sus vergüenzas”. Tal que así. Vaya retrato, vaya espejo. Y en esas “sólidas insensateces”, hay reflexión. Mucha reflexión. Demasiada reflexión: “Mas por qué no admitir, aunque solo sea por un momento, que es justamente la envidia, el rencor, los complejos, las heridas sin cicatrizar, las afrentas en silencio, la ambición, ese haber probado alguna vez los dones de la existencia, haberlos olido como los perros a sus amos desde el otro lado de la puerta, aunque estén muertos, y no haber podido olvidar, la sensación de que su vida tiene poco sentido, todo eso y mucho más, la soledad, sobre todo la soledad, el temor a que de pronto se abra un abismo a sus pies”. Zaquizamí, zaquizamí, zaquizamí. ¿Y alguien se acuerda del cuento de las tres hachas? Lo mismo de siempre, pero no siempre es lo mismo (EHDLCV dixit): “Todo este viaje, todos estos años, para acabar –el sabor de una historia demasiada vieja– escuchando sus miserias, sus gusanos, sus demonios, todo lo que permanece oculto y es en el fondo el motivo rabioso, la razón leprosa de ese éxito, todo para acabar escuchando este discurso abracadabrante sobre el amor burlado, la vida robada, la vida, cobrada y otras sandeces semejantes”. En la vida de este castañuelas, como en tantas otras, como en las nuestras por momentos, vemos como alguien se entretiene, o busca un refugio porque “no hubo veranos ni inviernos felices ni vacaciones ni hostias en vinagre, solo dolor y miedo y esperanzas frustradas y ambiciones pequeñas, nulas, nada de este mundo, todas liquidadas”. Y cuando te mandan callar, callas, que no queda otra. Bueno, queda la andada, “perderse en andadas monstruosas que le iban minando, hasta que su vida no ha sido más que una andada”. Fuera de lugar, que diría el otro, porque “nuestro hombre proviene de un tiempo que parece haber sido abolido para siempre, y si parece, es que lo ha sido”. En ese dolor, cuando no se levanta cabeza, “no hacía otra cosa que echar madera a la caldera de su insania”. En este retrato, con su fatal cuarta jornada, “de nana en prosa”, no hay que suavizar nada porque el infierno es así. Subraya el autor la importancia de “no nombrar las cosas”, intentando que así no existan. Pero existen, “porque tener miedo es un toque de distinción”. Las pirañas da miedo por su realismo, por “los días de sueños malogrados, de proyectos en común que duran lo que dura una maldita noche de tregua, trampas, antojos, trampantojos, toda la faramalla, la pantomima, la comedieta del común de los mortales, el barullo, la intendencia, el menaje, la Biblia en verso, la vulgaridad una patria, el destetarse, el darse cuenta de que la vida que uno hubiese querido era otra y esta en otra parte, y de ese follón no salimos, mierda, que no salimos”. Y llegando al final, aunque no queramos, todo es fracaso, todo “enfermiza atracción hacia todo lo que es enfermo, imperfecto, hacia todos esos lugares furtivos donde crece el horror”. Quizás algunos lo resumen con el miedo a la soledad, quizás que las quijoteras no funcionan bien (no nos funciona bien nada en ciertos momentos de la vida, que decía EHDLCV), quizá “lo que pasa por la cabeza de la gente es peor que lo que pasa en un ataúd a tapa puesta”. En definitiva, nada como volver a esta lectura en la que siempre aprendes a pensar en lo realmente importante, en lo que hay que subrayar en nuestro esquema mental para poder seguir adelante. Pero no siempre lo conseguimos y, antes o después, acabamos en el callejón que nos acecha como perro que vagabundea cuando la lluvia arrecia. Y hay épocas en las que la tormenta no para. Perenne.

martes, 22 de abril de 2025

Las tempestálidas

Da miedo. Las tempestálidas de Gospodínov da miedo. Por su realidad, por su actualidad, por su miedo al miedo. Eclesiastés, John Lennon, ABBA, Apocalipsis, Haider, redes sociales, elocuencia, epifanía. Al principio del libro, con un capazo de citas a cuestas, leemos en Las tempestálidas una cita del Eclesiastés (3:15): “Dios hace que el pasado se repita”. Da miedo en el sentido del terror, de volver atrás, del añojo ternero de vuelta por vuelta, no por motivos, o por motivos sacados de contextos. Nos lleva a pensar Las tempestálidas en esos momentos (fugaces, siempre fugaces) en los que todo parecía bien aunque llevásemos los pies llenos de barro y mierda. Habla de periódicos y de enciclopedias. Utiliza, al principio de la novela, una palabra como “imperteneciente” que da mucho juego, pero luego nos retrata: “He aquí todo lo necesario para un inicio en toda regla: pesadillas, guerra y dolor de cabeza”. Siempre nos preguntamos demasiado las cosas, los asuntos o trasuntos con los que nos grillamos la quijotera. Este libro subraya esa obsesión (la de buscar en bibliotecas, la de buscar en los bajos fondos, en el corazón de las personas), pero es una obsesión que se vuelve insana. Y añade GG: “¿En qué momento lo cotidiano se vuelve historia”. Nunca, pero eso podríamos matizarlo. O no. Leemos en la 38: “El mundo se encuentra en el mismo grado de angustia, el sheriff local y el sheriff de un país lejano se lanzan mutuas amenazas. Lo hacen vía Twitter, en unos pocos caracteres. Ni rastro de la vieja retórica, ni rastro de elocuencia. Maletín, botón… Y se acabó el día laboral para el mundo. Un apocalípsis burocrático”. Todo es mentira, pero las mentiras también cambian: “Solo antes de las guerras, incluso en vísperas de ellas, uno es propenso a conservar la esperanza”: Quizás no quede. También, con ese boli rojo que da miedo, pone atención atención el autor al “lujo del aburrimiento”. Sigue dando miedo. Habla del papel pintado de las paredes, del Ajax del 67/68, del precio del pasado (caro, muy caro). Y creyéndose autor de evangelios pasados (y hace bien), apostilla GG: “Se avecinan tiempos en los que cada vez más personas desearán cobijarse en la cueva del pasado, volver atrás. Y no por buenas razones, precisamente”. Y en ese “cobijarse” el autor habla del refugio. Ya puestos a darle barniz, dice GG que “el pasado es algo más que un decorado”. Es un decorado con matices, sobre el que hay mucho que reflexionar y, aunque deberíamos aprender, no tanto sobre lo que aprender (EHDLCV dixit). Siempre que nos tocan el hombro, o la espalda, o nos dan la mano, hay un recuerdo del pasado, del ayer, de esa letanía (“no te haces viejo”, que decía JFM). En la 78 leemos: “¿Cuánto pasado puede soportar un hombre?”. No debe soportar. Y si hay sangre, o lentejas, peor: “El primer encontronazo con la muerte es para toda la vida”. O para nunca. Habla mucho LT de 1939, de 1914, de Francisco Fernando y de otras muertes, que simuladas, nos llevan al terror actual, al del miedo a salir a la calle, al de escuchar la radio pendientes de una guerra que no sabes si es tuya o nuestra. LT es un buen libro, pero es un libro peligroso si te pones a pensar sobre tu pasado en primera persona del singular. El pasado está ahí, pero “algunas cosas no cambian con los siglos”. Borges, el tiempo, las malas hierbas, el fracaso de la medicina: “El mundo envejece y cada tres segundos alguien pierde la memoria”. El miedo, la demencia global, el cronorrefugio y todo eso que es mentira, aunque “la vida es más que una derrota”. Puestos a perder (y siempre sale caro perder, hasta la muerte), LT habla de robos, de escoria, de lo que creamos y nos hace pensar en lo que nos pretende cambiar y no lo consigue (vulgo, revoluciones, que decia EHDLCV). Argentina, Tempo 2 y como “cada obsesión nos convierte en monstruos”. O no. Nos lleva al barranco este libro de pensar sobre las tiránicas mayorías (haz esto, lo otro, aquello) y sobre la elección de “La Europa del pasado”. Sobre eso, escribe la doble G: “Una nación no es sino un infante histórico y berreante disfrazado de patriarca bíblico”. Bíblico. Cuando volvemos atrás, volvemos al conservadurismo, o, directamente, a la traición. Pienso mucho en mis múltiples traiciones. Siempre. Siempre están ahí, no se van. Escribe en LT el autor sobre referéndums (fallidos, siempre fallidos), sobre el olvido de las cosas, sobre la Europa de los distintos tiempos, sobre la fabricación de uniformes, sobre el olvido: “Cuanto más olvida una sociedad, tanto más alguien fabrica, vende y rellena con sucedáneos de memoria los nichos desocupados. La industria ligera de la memoria. Un pasado fabricado de materiales livianos, una memoria de plástico, como recién sacada de una impresora 3D. Una memoria según las necesidades y la demanda. El nuevo lego: se ofrecen distintos módulos de pasado que se acoplan con precisión en el hueco”. Y, como siempre, estamos perdidos. Videollamadas, la falta de capacidad para olvidar, y como “tarde o temprano, toda utopía se convierte en una novela histórica”. Y en esa infelicidad, buscamos refugio en el ayer: “Un vino bien envejecido en las bodegas del pasado que siempre está a mano cuando se lo necesita. La reserva intangible de la infelicidad”. No nos conformamos con el aburrimiento. O no queremos el aburrimiento. O no queremos. O no. Pero los asuntos vienen sin esperarlos y “como siempre sucede cuando la vida se quiebra, todo cambió de sitio”. O no. Ya puestos, nos queda ese retrovisor al que mirar, mirada equivocada en la carretera equivocada, al que aferrarnos. Pero ya no podemos aferrarnos a nada. O, quizás, solo al Eclesiastés, ya que “el final de una novela es como el fin del mundo, conviene retrasarlo”.

domingo, 20 de abril de 2025

Los sorias

Los sorias sorprende desde el principio. A mi suegra la sorprendió cuando se me cayó el libro al suelo. Pensó en un terremoto, en un tsunami segureño. Pero no. Es mucho más, su lectura se traduce en “sollozos de gozo análogos a los de los sordomudos en los bares”. ¿Quién piensa en sordomudos en bares? ¿Alguien? Los sorias, mezcla de muchas cosas y de nada, nos lleva a estructuras políticas de ayer, de hoy, inventadas; a discursos sindicales que retratan a cualquier sociedad; habla también del verdugueo y como si Perona resucitara, o recuperáramos a la mejor Belmonte, nada de consejos: “Y tampoco quiero que me den consejos. Si me jodo es asunto mío. Pero no me den consejos; porque cuando alguien me da un consejo, me parece que me aprietan la cabeza con una moto grandota”. Apostilla Laiseca, autor apocalíptico en esta obra postapocalíptica: “No quiero que me aconsejen, ni me usen las cosas, ni me pregunten sobre mi vida, ni que ayuden ni nada”. Y siempre hay una comparación en la que Napoleón deja las Rusias, sobre la comparación musical o sobre unas palabras dichas desde un estrado (“es tan inestable como un elefante pronunciando un discurso carismático al lado de un Jarrón Ming”). Este libro, desde sus frases lapidarias (“indecente como la preñez de un monstruo”), sus alusiones continuas al sexo y a las tetas cortadas, desde el egocentrismo (“Tan solo me hacen gracia mis chistes. Estaría el día escuchándolos. Así que cuidadito con juzgarme”), no deja títere con cabeza ni hay ortodoxia posible en su lectura. Resalta AL la confusión total, nos hace sacar los más bajos instintos (“descubrir los resortes de nuestro extremismo, cuándo son válidos y cuándo se trata de manijas, es una aventura que nunca termina”) y, quizás, también Los sorias sea autorretrato: “Una novela puede ser escrita por razones de purificación, y quizá muchos personajes contengan partes de su autor”. Y no hay diosas porque “ninguna religión que se precie o seria tiene diosas hoy día”. Los sorias nos lleva a lo mejor y a lo peor de lo radical, porque “quien no es extremo, quien no es exagerado, no vive”. En esta descripción se subraya la invalidez de la democracia, las modas musicales y el langostinismo sindical: “La lucha que llevan a cabo por los asalariados es, en realidad, la excusa que les permite mandar”. Y puestos a criticar, también lo hace con el arte, porque hasta “los tornados tienen sus propios criterios estéticos”. Y en las dictaduras de este libro, ya sea con un Soriator o un Monitor al frente, nos lleva a darle vueltas a nuestro pasado, o nuestro falso pasado, porque “según parece habría existido un país que, sabemos, no existió nunca: España”. Y puestos a darles al bolígrafo rojo, siempre hay un recuerdo para Calatañazor y Almanzor, para una reencarnación almanzoresca, para un Medinaceli eterno,para una comparación con la época romana, aunque al final todos somos bestias aunque no siempre tenemos intuición (eso se lo deja AL a los campesinos rusos). Y como en los países que existieron, o nunca existieron, ponemos interrogaciones: “En mi delirio me pregunté si no estaría viviendo un golpe de Estado o algo así. Y yo dormido, sin enterarme”. Pum, pum. En este libro de recuerdos heroicos y cesarísticos se nos recuerda que “las armas representan la mejor parte del pueblo, porque son las últimas en corromperse”. Y añade Laiseca: “Los pueblos tienen las guerras y las paces que se merecen”. Nunca para AL en este lienzo, siempre pinta, ilustra con colores ese tapiz guerrero que nos rodea eternamente: “Si no tienes una guerra a tiempo tendrás otra guerra a destiempo y una paz horrible. Son razones de supervivencia biológica”. Hablaba mucho el hombre de la camisa verde de las ratas que había tenido en su trabajo y de las que, entre goteras, habitaban su casa antes de palmarla. Hablando de ratas y de muertos, Laiseca escribe: “No llores porque te hayamos matado. En tu próxima vida reencarnarás en una rata, por tus buenas acciones”. Pero a las ratas solo les queda el exterminio, porque “el hombre no debería acceder a otra santidad que la de la matanza”. Los sorias nos muestra una sucesión de audiencias, de tomaduras de pelo, de nombres que crean confusión, de palabras que nos llevan a un delirio en el que todos vivimos inmersos pero que no queremos asumir: “De la universidad había salido marcado por una de las taras más clásicas del humanismo: la ausencia total de humanidad”. Por eso, escribe Laiseca, para prevenir, para advertir de lo que tenemos y no queremos (o podemos) asumir. Añade AL: “Los dioses no perdonan al discípulo responsable por comodidad, estupidez o egoísmo, de la muerte de su maestro”. Los sorias, en su afán retratístico, dan el espejo de la mediocridad, de la enfermedad mental, de la traición, de la forma en que “los tipos demasiado poderosos se pasan de revoluciones”. Y como no paramos de equivocarnos, no asumimos que “lo malo de los errores es que tienden a propagarse”. Sobre la sobrepublicación editorial, nos dice AL: “Hay que dejar de escribir novelas: es un instrumento caduco. Es menester arribar al drama wagneriano, ya que solo él y únicamente él, puede abarcar la totalidad de la metafísica de una cosmovisión o punto de vista del mundo”. Y la doble vara, la policía secreta, y los palos a la antigua y la pesadilla inasumible: “Los hombres no soportan que les saquen sus juguetes y creencias de buenas a primeras. Todo ello debería ser paulatino”. Y como el delirio lleva pelo largo, Dies Irae. Nos lleva AL con esta lectura al “transitorio entusiasmo” y, con ese lectura, nos traslada a la realidad del dolor: “Todos los suplicios han sido ya creados. Uno únicamente puede redescubrirlos”. Y llegado a la página 414, en las notas al pie, leo: “Como mi conciencia no me deja en paz, siéntome forzado a reconocer que la novela puede suspenderse en este punto”. Pero sigo leyendo porque Los sorias es recreo: “A mis enemigos no solamente los mato, sino que además les cobro un impuesto”. Nos recuerda el autor que los jóvenes no escuchan, que hay gente que duerme en cementerios, que siempre podemos reutilizar frases medievales y que “los sindicatos, en los cuales no hay nada mágico, son los verdaderos y ocultos dueños del mundo”. Y en ese discurso infinito y sindical, nada como asumir que “si estamos dentro del marxismo somos marxistas hasta el final”. Y entre tragos de agua, el líder sindical nos retumba con su voz: “Represión a ultranza; porque a todo se llega y el ejercicio del poder no viene solo”. Y repetición, como las bestias en la ESO: “Cada represión prepara la que viene”. Todo es llama porque “El hombre de Monitoria juega con fuego. Los pueblos le quemarán las manos”. Se pregunta AL sobre si la Tecnocracia (o todo) no es una aventura medieval, o un estudio sobre el Amadís de Gaula. Todo es pregunta leyendo Los sorias. Preguntas sobre los locos disfrutables, preguntas sobre el deporte nacional de la Tecnocracia (la bufonería), preguntas sobre la existencia real de Hitler (otra leyenda), preguntas sobre los fabricantes de zombis. Pregunta de la página 549: “¿Qué usaría un rey absoluto en sus momentos de indignación y cólera, con la helada ira que desmaterializa, para dirigirse a sus ministros aterrorizados?”. Siempre hay un cyborg, un Frankestein que crear que nos pregunte: “Eva Braun, ¿Dónde estás? ¿Cómo fue que no funcionaron ni el veneno ni la pistola?”. Más preguntas: ¿Cómo asesinar a un vicepresidente?. Los soria es una sorpresa, y se cumple esa frase que se repite, en la cabeza de cada uno de nosotros: “La ocasión de sorprender a la sociedad con un método nuevo no se repite”. El delirio, no solo el del vicemagnicidio, nos lleva a probar esas bebidas en las que Trotsky, Stalin y Lenin están en sus nombre”. Y hasta los gringos se hicieron bolcheviques: “Quién hubiera tenido los huevos de ser un Julio César. Escribir un libro, conducir un ejército, fundar un imperio. Y tener un Bruto, claro”. Muchas veces nos preguntamos si tenemos perdón (está claro que no), pero AL pone en bocas ajenas algo que pensamos en algún momento de nuestra vida: “En el futuro yo seré perdonado por razones de delirio”. O no. En momentos apocalípticos como los que aparecen en LS, hay que distanciarse de los Judas, de los que se inventan ríos en los que bautizar al personal, de los “falsos teólogos que juegan a la ruleta rusa con sus infiernos”. Y en la guerra total de esta novela, antes o después, ocurre que “los países desaparecieron en pasado: llegaron a no haber existido jamás”. Y añade AL: “Los países e incluso los continentes ofrecían el espectáculo de una destrucción sobrenatural y sucesiva de Atlántidas, una tras otra”. Deja momentos LS de carcajada de lectura nocturna al visualizar la “Gran Asociación de Lesbianas Desamparadas, Despavoridas…”. Y lo que haga falta. Guerrillas, sectas de icosaedros, creaciones hitlerianas y deudas que hay que pagar: “Ahora tiene usted la obligación de vivir. Por lo menos hasta que termine de pagarme el pájaro. Lo contrario sería defraudación y estafa. Ley de vagos y maleantes. Así eran las cosas antes”. Y esos títulos de capítulos que van de la congoja al despiporre (Capítulo 87: El gordo más gordo. Capítulo 91: El que creó un gólem sin amor). Nada está improvisado en esta obra, y siempre hay que reír: “Cómo lo iba a lograr sin humor en un mundo terriblemente duro. Segurísima la vida, porque los hombres la han querido así”. Y lo mejor es reírse de uno mismo: “Su engendro tenía mil quinientas páginas a máquina, tamaño oficio, doble espacio”. Y martillea el autor sobre su engendro: “Un trabajo infernal. Nada más riesgoso, pues, que pronosticar el número final de páginas”. Y como todo es mentira, “hoy es difícil de creer la existencia de un país llamado Inglaterra”, igual que “es demasiada casualidad que a la Armada Invencible la haya destruido una tormenta”. Y puestos a rizar los caracoles (EHDLCV dixit), “aquí, locos son los que sobran” y “los reaccionarios se felicitan”. Hay que preguntarse el orden en que Laiseca ideó esta obra, ya que estructuralmente caótica, no deja nada al azar: “Yo creo que la c.f. (o ciencia ficción, como se le llama) es un plan de los soviets para realizar en Estados Unidos un ablandamiento ideológico”. Y ahora que sopla viento de guerra, no viene mal volver a leer porque “toda la literatura de ficción científica, con escasas excepciones, está copada por un pacifismo suicida, extremo, llevado al grado de contradicción con la vida y al absurdo biológico”. Y nos queda el once contra once, solo el once contra once, porque “el fútbol es la única máquina capaz de burlar no solo a la matemática y a la estadística sino hasta al mismo destino…”. Y otra vez “el delirio por el delirio mismo, esa cosa”. Y en la mentira y la muerte, como en la página 677, lo encontramos todo, no hace falta buscar más: “Hay que ver la clase de mentiras que la muerte (cuando todavía está lejos) hace decir a los hombres o, mejor dicho, que ella misma les sugiere para que incurran en falsas protecciones”. Hasta hace reflexiones AL sobre la ese mecanismo que tanta pasión levanta en ciertas masas, con o sin neuronas: “Lo conmovedor de la guillotina es la atroz añoranza de cotidianidades que despierta”. Se describe hasta la alcoholemia (“más borracho que el viento de Escocia”) con palabras como merluza, con tener encima “un Stalingrado alcohólico”. Y en cuanto a las distintas reflexiones sobre las enseñanzas de Marx, escribe el autor: “El marxismo, que niega el valor de la metafísica, es también y sin embargo metafísica clásica. Es la etapa final y más demenciada simplemente. La decadencia merecida e inevitablemente de la metafísica”. Y ya puestos a delirar, todo tiene un precio: “Por solo trescientos cincuenta monitores, además del Monitor usted adquiría el derecho de cagar en los cines”. Y puestos a inventar nombres de territorios, ninguno como el de Musaraña. En el asunto bélico, destacan los nombres de las operaciones (La patada del ave zancuda de alas blancas y cuello violeta que tiene garras doradas y un anillo de oro en el culo, o, ya puestos a inventar, El picotazo del faisán verde). Por todo ello, nunca podremos olvidar, o tal vez lo hagamos, o todo lo contrario: “Los hombres pueden olvidar, pero a mí se me ocurre que el cielo no”. Y muchas veces (en la guerra, en la vida, en el amor, en el desamor, en las cuentas) hay que saber que “a tales aliados era mejor perderlos que encontrarlos”. Incluso nuevas armas biológicas se ponen en práctica en esta guerra mundial que tanto nos recuerda a otra (insectos gigantes), con generales de nombres tan singulares como Recóndito Patibulario Iseka y Tarascón von Dobermann. Y siempre hay una afirmación que subrayar con rojo: “Preferiría oírte la distinción de una mentira”. Ahora que nos hemos olvidado de todo lo que no nos interesa (algunos incluyen en este apartado los libros de Historia), toca preguntarse, otra vez: “¿Pero cómo puede alguien no estar orgulloso de la memoria?”. Y a continuación, remata santillanamente: “No me parece que el universo pueda ser creado nuevamente si los dioses son destruidos”. Puestos a buscar símbolos, o referentes, busquemos lo universal: “La continuidad se da a través de los arquetipos (divinos). Wagner es el punto más alto en la música”. Pero en esta Biblia, porque Los sorias es un gran Biblia, no hay límite ni control, todo es guerra en el delirio y delirio en la guerra: “Una espada de plomo también mata, si es lo suficientemente grande y pesada. Hay que tener fuerza para empuñarla, nada más”. En esta Biblia, encontramos hasta asignaturas que sustituyen a Religión como “Instrucción Cívica”, “Moral” y similares varias. Como si de un nuevo líder mundial sanchista se tratara, hay frases que repetir (“capitalizaremos a nuestro favor la desgracia”) y obras que representar, (con todo lujo de detalles). Y cuando hay fuegos artificiales (“son los riesgos de la exaltación del delirio como cosa en sí”), hasta “la mente humana tiende a olvidar sucesos por razones de autoestima”. Y ya, con más de mil páginas, Laiseca nos dice: “Hay un momento en el que la ideología se une a la técnica y surge la trascendencia. Eso se llama Tecnocracia, a menos que me haya equivocado mucho. El delirio puesto al servicio de la ciencia. La ciencia puesta al servicio del delirio creador”. Pero siempre nos desviamos, siempre cogemos el camino equivocado aunque sea el único camino: “Una ortodoxia incontrolada puede acercarnos sin querer al abismo de la herejía”. Y puestos a copiar y seguir siendo líderes y supervivientes, nada como cambiar el nombre del líder: “Al Manzur Billah Supersoria; mariscal de campo, emperador y Dios; Destructor de los Infieles Tecnócratas; Espada de Al-Andalus; Matador de Hombres y Demonios y Luz de Soria”. Pero todo es mentira, igual que “el todo no existe y sí la decisión última de los hombres”. La decisión última de un dictador, ajusticiar a una babilónica yegua en un búnker desmenuzado, con cuatro yonkis del poder que lo justificaron todo. Pero nos hacemos mayores y debemos asumir, como bien escribe AL que “hacia el final, no había persona que no tuviese amigos muertos”. Y en la vida y “en las guerras los peores crímenes son los que no se llevan a cabo por falta de oportunidad”. Aunque hay demasiado reconocible, el arabesco literario es de tal magnitud que no deja de sorprender ni con mil páginas a cuestas, ni hasta en la muerte de la propia novela: “Hoy casi no existen novelistas: o se cobijan bajo la protección de una idea política, o bien en las preferencias populares”. Y en ese espejo, de caja de diablo, de versión de Universal Circus (porque al final de todo es una versión de todo, que decía el hombre de la camisa verde) encontramos enanos bufónicos de diez metros y agonías previsibles, avalanchas de bombas y fines de carismas que no tenían carisma sino únicamente fuerza, porque “ya no me quedan mentiras por inventar”. Y añade el autor: “Las únicas máquinas del tiempo que conozco son unos vehículos con ruedas llamadas novelas”. Y después de ese último punto, solo queda intentar no escuchar nada (difícil, casi imposible, que no estamos como ayer en Martí-Cantareros) y volver a pensar, o no, en buscar una fecha para una relectura de esta novela en la que nos reflejamos en un suelo demasiado bajo. Y a esperar, que ese peso (el de libro, el físico, el tangible) es mucho: “Y, por fin, un silencio clásico: ese terrible que producen las estatuas griegas cuando deciden no hablar nunca más”.

lunes, 14 de abril de 2025

Black Mirror. Séptima temporada.

La vuelta de Black Mirror lo hace con una primera píldora llamada Common People que resume mucho de los males contemporáneos: la dependencia de las maquinitas, la dependencia de las actualizaciones de las maquinitas, la dependencia del dinero que necesitamos para las carísimas actualizaciones de las maquinitas. Da igual la enfermedad, el trabajo, la indigencia. Da igual. Por las maquinitas, por las actualizaciones de las maquinitas, por las carísimas actualizaciones de las maquinitas lo hacemos todo. Lo que haga falta. Sin escrúpulos, sin dientes, sin valores. La pregunta en Common People, puestos a exagerar, o que no siempre queremos hacer, es la del límite: ¿Hasta qué punto podemos llegar por algo? ¿Hasta qué punto de inmoralidad? Y es que no tenemos límite. No lo hay. La segunda entrega se titula Bête Noire y empieza mezclando recuerdos del pasado (falsos recuerdos del pasado) y el Efecto Mandela llevado al extremo. Nada como un pasado de odio, o de extrañeza, para conseguir un presente de ruinas. Pero cuando los fallos en Matrix se repiten compulsivamente, hay algo más (y a ese gato, o esos gatos, los hemos visto ya). Las conspiraciones tecnológicas, el estrés, la mierda de las maquinitas (siempre las maquinitas). Nada como un chivo expiatorio para recrear la soledad, o la falsa soledad, o la epidemia contemporánea de estar solos y, únicamente, rodeados de maquinitas: “¿Quién empezó el rumor? ¿Quién empezó la mentira?”. En tercer lugar aparece Hotel Reverie, ese mundo de ficción dentro de la ficción que se nos va de las manos (¿qué no se no vas de la mano en la ficción?) pero que deja paso a una improvisación con sorpresas (ahora que ya nada es improvisado, ahora que hasta que hay que preparar un guión con IA para la recepción de madres, padres, madros y taladros en la guardería de los niños, niñas y niñes de niñez variada). Pero todo es mentira. Al apretar con fuerza en el PET de la siguiente píldora, llamada Plaything, las maquinitas dominantes nos llevan a mitad de la década de los 80’s, con los videojuegos en todo su Teruel: “El mundo es brutal y la gente despiadada. El pavor perpetuo es una respuesta racional”. Y más sonido de fondo, o de angustia (como en Tierra, de Medem), o de repeticiones equivocadas: “No necesitas objetivo. Acabarás valorando la compañía de la multitud”. ¿Estamos locos creyendo lo que no podemos creer? Quizás todo sea un videojuego, un error de cálculo, una suma con un resultado erróneo: “Evolución y fluctuación. Las propiedades que definen la vida misma”. Pero lo de fabricar no siempre acaba bien: “El sistema operativo humano ha sido nuestra perdición. Somos los amos del universo. Creamos todas estas herramientas mágicas, pero aún somos salvajes aquí arriba. Nuestras mentes todavía tienen el mismo software defectuoso de hace un millón de años. Darwinianas 1.0. En la Prehistoria, tenías que ser violento para sobrevivir, pero ahora no es necesario. La única forma de sobrevivir como especie es colaborando y lo sabemos. Peor no podemos hacerlo. Aún somos temerosos, territoriales y egoístas, arrogantes y violentos”. Alegría. O no: “La mente es un ordenador; el juego, un código”. La quinta pastillita, Eulogy, nos mete en fotos ajenas, con música y familia, propia, ajena y con esa famosa diatriba de la posibilidad de elegir y que, por supuesto, no elegimos (Stone Roses hasta la muerte) aunque suene el mejor chelo de tu vida. Para acabar, USS Callister: Into Infinity, nos traslada, de nuevo, la idea de clonación en serie a ese universo creado por otra maquinita que solo trae más problemas. Va de más a menos el asunto, pero, como no podía ser de otra manera, lo hace maquinalmente. Y da miedo.

sábado, 12 de abril de 2025

The White Lotus. Tercera temporada.

Nunca he tenido una identidad. No tengo que dejar nada. Ya soy la nada”. Váyase a Tailandia a que le obliguen a ir a terapia, o a hacer el gilipollas, o a tragar sapos de todo tipo. Aunque han cambiado un tipo de Los Soprano por otro de The Wire, la esencia es la misma. Trío de amigas desesperadamente falsas, con alcohol incluido; familia de cinco con madre adicta a tranquilizantes, padre adicto al trabajo, niño mayor crecidito adicto a los esteroides y al móvil y al trabajo, hija mediana adicta al budismo, hijo menor pensando en nabos y agujeros al mismo tiempo; pareja de adulto desgastada y jovencita de dientes llamativos; nativos haciendo el nativo; el viejo ya conocido; los trabajadores que todo esconden. Todo mentira en esta vida: “Si nadie echa gasolina, el depósito estará vacío, eso no es ninguna ilusión y el coche no arranca. Nada surge de la nada”. Y la catarsis del observador del robo, de la actuación imperfecta, de lo que podría haber pasado y no pasó: “Me dedico a lo que surge. Aquí hay mucha gente que se dedica a lo que surge. Es un buen negocio”. Huevos de pascua con sorpresa tailandesa. Móviles que no paran de sonar: “La mayoría de la gente ya no tiene valores, va a saquear”. Y siempre nos viene bien una clase de Geografía, nunca está de más. Y nada como el valor de un recuerdo, de un mal recuerdo. Mejor escapar, huir, dejar el móvil,volver a huir, dejar la mierda para otro día, y, en mitad de la cretinidad, dejarlo todo. O casi todo. O casi nada. O bajar huyendo en busca del taxi. ¿Podemos entender a alguien en el siglo XXI? ¿A nadie? Nada mejor que hacer a las dos del mediodía que escapar, que no hay tarde que valga la pena en mediocridad. Y rascar(se) los ojos pensando en tsunamis, en faldas largas, en budistas convertidos en emoticonos. ¿Qué es el aturdimiento? Masajes para todos.. El fuego, el pasado, el tenedor, las lámparas: “Ni los seres más viles merecen ser tratados mal. Solo consigues hacerlos peores”. Toca volver a leer la Biblia, ir a la otra vida, descansar para volver a subir y creer que, en mitad de la locura, nos volveremos a encontrar. O huir. O colocarse a las dos de la tarde antes de un show de serpientes. Igual que antes se hablaba de Hitler en las cenas, ahora podemos meter el comodín de Trump, y entonces empezamos a retratar al personal. Emociones y juntas militares que te lo quitan todo. Hágase querer por el Lorazepam, por las nubes oscuras, Hágase querer, con gafas de sol, por disparos acuáticos. Y siempre, siempre, delgados o acurrucados, hay que llevar mucho cuidado con las medusas. Viva lo antisocial: “El que se muda a Tailandia está buscando algo o se esconde de algo”. Y hasta tenemos la pregunta del millón: “¿Y si esta vida es solo una prueba para ver si podemos ser mejores personas?”. Los pasados curiosos y la supervivencia. Nada como mirar para otro lado, hacerse el sordo. O el multimillonario. Extremos. Aislamiento: “En un año puedes acabar adoptando unos valores radicalmente distintos”. Bajo esa apariencia de frivolidad, The White Lotus nos hace preguntarnos sobre la posibilidad de vivir sin comodidades después de vivir con comodidades, de todo lo que va más allá del sexo, de todo lo que nos sobrepasa y, llegado el día, dejamos de controlar. Y el soborno del pasado, ese instrumento que utilizamos (y nos utiliza) para volver a equivocarnos. Aunque llevándolo al extremo (al único extremo que vale, el dinero), al final vemos que la mayoría del personal (que la tire Epi), se reduce a esa moneda (la de dos euros de 2020 de arte mudéjar, por ejemplo) que todo lo compra (o casi todo): “No tengo intereses, no tengo aficiones, así que sin éxito no soy nada. Y no soporto ser nada”. Nada como la avaricia (estiércol para todos, decía EHDLCV) para avivar el espíritu y regar los cementerios y las cárceles. O no: “Al hacerte mayor debes justificar tu vida entera, cada decisión”. Y, casi siempre, escogemos la decisión equivocada. Casi siempre.

viernes, 11 de abril de 2025

No Man's Land. Segunda temporada.

De Tejas (siempre con jota, pijo), a Siria. O da igual el sitio. O no. Cuando pasan tantos años entre temporada televisiva y temporada televisiva, casi que no te acuerdas de nada. O no te acuerdas de nada. No hace falta que sea de una serie. O de una vida. Mucho tiempo después. Por lo que se empieza de cero, como se empieza a mirar de nuevo a unos ojos que se conocen, o se creen reconocer. No Man’s Land vuelve al disparo y la trinchera, a la huida y la desesperación, al escombro y la puerta que, tras los ladrillos disparados, esconde algo parecido a la seguridad de una vieja casa. Hágase querer por una fachada, porque hasta en el peor de los escombros siempre hay restos de la mejor de las fachadas (¿o era al revés?). Viva la caridad. ¿De verdad los mártires no mueren? ¿Seguro? ¿Entonces el martirio? ¿Martirio? ¿Videollamadas? ¿Animales queridos? Viajes a Erbil o a ninguna parte: “Es todo un enigma”. ¿Y qué pijo no es un enigma? Siempre hay un perfil que se quiebra, un futuro roto, un gilipollas que se queda a medio camino de ser gilipollas completo: “Dicen que es un crío de Minnesota, inadaptado en la escuela, antecedentes de robos, prisión, decepción por quedarse a las puertas del sueño americano, entra en escena una mezquita…”. Suena a chiste. Pero no es un chiste. Sobre todo cuando disparan en el cráneo, uno a uno, de rodillas. Ríase usted de lo que nos viene, que es solo el principio. Y nada como vender a las personas como ganado para creer que eres ganado, nada como ver la realidad para sentir la realidad. Pero aquí estábamos subvencionando pasteles de carne y fiestas el 30 de marzo, porque es lo que toca, no podemos luchar contra el sistema, porque el sistema no existe. Y la traición siempre acaba mal, aunque traiciones al demonio. Sumisión, sumisión, sumisión. Y tiene que ser una blanquita de las mías (entre el blanco y más blanco) la que le dice a otra, que no es tan blanquita pero mentalmente es un cero a la izquierda (allá por el minuto 43 del quinto capítulo 9 )que no, que no: “No hay escapatoria”. De esos pájaros, no hay cielos de los que huir, con o sin máscaras, con o sin lista de nombres, con o sin indicación. Aunque se parece, por momentos, mucho a The State, vemos que no hay salida. Nunca. Por más que los ayuntamientos españoles financien lo infinanciable (que lo hace, con o sin entierros sardineros de por medio [lo otro, lo dejamos para el año que viene le decía este primero de abril, día de la victoria, el chico de los zapatos limpios DA al jefe sardina], estamos perdidos. Cada día me dan más miedo los personajes que pueden engañar. O los que pueden engañar a las de mi sangre, que de todo hay en la viña del desierto, de los camellos, de camino a Calatañazor o dónde sea que estén las vértebras almanzorianas (eso lo decía EHDLCV, las vértebras almanzorianas). Al final, todo se resume en lo mismo: ocultar, odiar, matar, tiros en la cabeza, porque la palabra cráneo ya no se entiende sin el martes de carnaval (del lunes, ese antiguo lunes, ya nadie se acuerda). Hágase querer por una foto, por una foto de un periodista, por la fotografía de un periodista fuera de lugar, por un lugar olvidado de la mano de esos dioses que nos vuelven a enseñar (nada como una catequesis para una manta encima de una persona que no llega ni a vasija ni a engendradora de personas ni a ser ni a nada). Nada de nada: “Será una lucha larga y dolorosa, pero no hay alternativa. Las bajas serán muchas, pero cada victoria nos lleva al día siguiente. El infierno existe a unas pocas horas de vuelo de casa. Hacer oídos sordos a la gente afectada por la guerra ya no es una opción. Aunque Occidente haya elegido ser neutral, para mí es imposible. Sé que el sufrimiento llega de muchas formas, pero también la redención”. Pero siempre habrá zanahorias que se pasen al lado oscuro, que una pena lo transforma todo en horror. En el peor de los horrores. Un buen ejercicio de reflexión esta segunda temporada de No Man’s Land.

sábado, 5 de abril de 2025

Conflicto. Primera temporada.

Ahora que vivimos en el eufemismo sobre la guerra y no utilizamos esa palabra (ni rearme), no está mal ilustrar con muertos lo que supone una invasión. Ya nos trataron como gilipollas (lo que somos, aguantando a estos políticos) con pandemias y crisis ladrillescas, con impuestos y peajes varios, y ahora redoblan el tambor de la ignorancia con motivos apocalípticos. Viendo Conflicto nos damos cuenta que un kit de supervivencia de 72 horas (vulgo, mierda) no vale para nada. Cuando se pone fea la cosa, solo hace falta gente preparada, armas de verdad y no un ejército de auxiliares de clínica que te limpian el pañal y te ponen un poco de talco para evitar las llagas (bueno, ahora nada de talco, que los de la agenda dosmiltreinta dicen que es malo). No. Las llagas están en este sistema corrupto. En Conflicto vemos que todavía hay soldados que se niegan a aceptar controles externos, invasiones injustas (o quizás es mejor de lado la palabra justicia, eso que ya no existe en algunos países supuestamente democráticos). Da igual que sea Finlandia o Torre Pacheco, pero una invasión militar hoy es posible en cualquier sitio. España lleva en bragas militares mucho tiempo, con mandos de unos militares más pendientes de su sueldo que de lo militar, no vaya a ser que el veraneo en Ibiza lo pierdan. Cuando dejan de funcionar las maquinitas, nos aterramos. No. Y los drones no son para controlar el tráfico, eso ya lo sabemos. Guerras híbridas. Caos entre políticos, que siempre joden la marrana. Y Finlandia no es Afganistán. ¿Se puede confiar en los rusos? ¿Se puede confundir a ucranianos y rusos? Noticias falsas para apaciguar al personal mientras la militarización se completa en la zona invadida: “Todo es una farsa. Se trata de confundir a la población por todos los medios posibles”. ¿Qué no es una farsa en esta vida? Virus bancarios. Servidores en Yankilandia. ¿Se puede confiar en los aliados de la OTAN? Viva Finlandia. Bicefalias políticas que solo traen líos. Hágase querer por un búnker. Videos. Redes sociales. Pero como sucede siempre, son las personas (a falta de los gobiernos, ineptos), las que responden a la invasión. Pero todo es relato, todo control de narrativa, todo mentira. Petroleros oligarcas. Los que mandan. Historias inventadas. Olor. Lo bueno de Conflicto es que no sabes lo que puedes creer, porque todo es mentira. Lo inventado que llega al poder, el viejo poder con olor rancio, el nuevo poder que nunca llegará por su fragilidad. Alto. Alto. Alto. Rendir(se) no vale. No vale. No. El recuerdo de Sbrenica. ¿De verdad hay que recordar Sbrenica? ¿La ONU? ¿Los niños? ¿Matanza? La memoria, esa gran olvidada en el día a día. Rendición para otros. Antes muertos que perder la vida. O perder lo poco que tenemos, sea el enemigo reconocible o no. O como decía el hombre de la camisa verde, nuestros enemigos no siempre son reconocibles. Sbrenica. Si no nos acordamos de anteayer… Mejor pasar, mejor olvidar, mejor creer que todo se soluciona con la carpa de E.T. (EHDLC dixit). Y cuando nada es reconocible, como presidenta o como marioneta, nos preguntamos: “Qué significa esto?”. Ojos abiertos antes que escuchar. Bloquear redes sociales antes de la respiración. O respirar. Cuñadas que lo joden todo. Inconvenientes que hacen llorar. Responsabilidades nada compartidas. El llanto en soledad de la lideresa, cagada en su disfraz, llorona en su debilidad. Ni esperanza ni sueños imposibles. Y luego siempre la palabra chantaje, esa palabra que nos roba la familia y lo que haga falta. Mercenarios vendidos a su precio, que siempre es alto aunque vayas en clase turista. Guiris en el sitio equivocado en el momento equivocado. Advertencias no admitidas. La fuerza siempre gana, aunque las pruebas están hechas con el motivo menos aparente. Militarícese, continuamente. Adiós a las palomas blancas (y a las otras). Conflicto, en su intento de reflejar un momento, se queda corto, y no se atreve a llevar el asunto hasta el final. O no quiere, como nosotros no queremos coger las armas ni largar al intruso, no vaya a ser que nos llamen la atención. Y tengamos que agachar la cabeza. Y siempre acabamos mirando al suelo, aunque no pasemos por Antonete Gálvez.