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jueves, 6 de marzo de 2014
Muerte del Inquisidor
Llegué a cuarto de la Licenciatura en Historia, último año de facultad, sin escuchar a ningún profesor mencionar el nombre de Aldo Moro. De "democracia cristiana italiana", nada de nada. Fue leer Todo modo, y cambiar la percepción de todo la historia política italiana. Todo modo es un de los pocos libros que he releído, y algunas de sus frases, repetidas por mí hasta la extenuación. ¿Qué tiene Leonardo Sciascia para ser idolatrado? Pues tenía muchos argumentos para explicar los asuntos, y, afortunadamente, lo hacía en pocas palabras y se podía entender. Algo similar ocurre con Muerte del inquisidor. En esta obra, Sciascia nos recrea su Sicilia natal, en época de ocupación española del virreinato. Y en mitad del imperio español que iba a la deriva en la mitad del siglo XVII, aparece la figura de Diego La Matina, un individuo que decide acabar con la vida del Inquisidor del reino sicilia, el hasta ese momento indomable Juan López de Cisneros. Inquisición. Santo Oficio. Bellaquería. Oscurantismo. Lo peor. Llamadlo imperativamente de la forma que se os ocurra, pero tenebrosa en cualquier caso. Sciascia hace labor de investigación, de archivo en la península itálica y en la ibérica, visitando archivísticamente Madrid y Simancas. Y en el prólogo de la obra, que hizo para una reedición en 1967 conjunta de Muerte del Inquisidor y de Las parroquias de Regalpetra, se sorprendía que en las librerías de lance no le pusieran pegas a la hora de buscar libros sobre Manuel Azaña pero que si se cruzaran las miradas sospechosamente cuando pedía información sobre libros que trataban la Inquisición. España y sus contradicciones y todo lo demás. Sobre el personaje de Diego La Matina, en esa labor detectivesca que hace Sciascia, hay luces y sombras, pero no tantas como las que tiene la Inquisición. La Matina asesina de dos golpes mortales al señor Inquisidor. Lástima, o como escribe Sciascia en palabras de Matranga, "voló hacia la eterna patria para rejuvenecerse". Grande Sciascia siempre buscando eufemismos, sean propios o ajenos. Antes me faltó equiparar Inquisición con mafia. Y si en una misma frase ponemos Sicilia, mafia e Inquisición, todo empieza a aclararse pese a lo brumoso que resulta todo lo relacionado con el Santo Oficio. Sciascia recuerda en numerosas ocasiones que en torno a La Matina, a través de obras posteriores a su encarcelamiento último en 1567 y a su hoguerístico final en 1568, se entrelazaron escritos, leyendas y misticismos varios. Desde su nacimiento en 1622 hasta su crematístico paso de la carne a la ceniza, los condes del Carretto, zona originaria de La Matina, acercaron su brazos a la "bondad" del Santo Oficio, ese tribunal que en palabras de Sciascia tenían mucha más fuerza que a mitad del siglo XX los carabinieri. Y en la Inquisición jugaban un papel determinante los chivatos, esbirros, secuaces y gentuza de distinta de distinta naturaleza. Ante esta amenaza, ni los hombres permitían a sus mujeres e hijas que fuesen al confesionario, por medio a que los intermediarios de Dios fuesen con las andanzas de cualquier tipo a nuestro querido tribunal cuyo uno de sus últimos líderes espirituales fuese Benedicto XVI antes de alcanzar grado de Sumo Pontífice. Y cuando la multiplicación de panes y peces llenaba las calles sicilianas de benedictinos, de carmelitas, de franciscanos, de clarisas y de agustinos, cualquier amenaza estaba presente en el ambiente. Y el espectáculo de los Autos de Fe era algo necesario, una obligatoriedad en medio del caos organizado por el tribunal defensor del Catolicismo. En definitiva, estamos, otra vez, ante otra genialidad de Sciascia. Y punto.
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2 comentarios:
Dónde termina la historia y empieza la ficción? Hasta que punto podemos confiar en la Historia?
La Historia es la mayor de las perras pero una de las que entre sus ladridos más enseña.
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