domingo, 20 de septiembre de 2015

Happy Valley. Primera temporada

Casi todo el mundo tiene una racha de tragar hiel. Durante bastantes ratos, durante algunos días, durante numerosas semanas, durante insoportables meses de dolor, durante años y, llegado el caso, como ocurre en la primera temporada de Happy Valley, la vida es una sucesión de tragos de hiel de los que nunca se acaban. La vida es una mierda pero es peor para algunas personas. Un puto infierno, un jodido valle en el que los palos se suceden, los de la vida familiar y los de la vida laboral, los palos que recibes en el suelo y en el cementerio, en la cocina con tu hijo borracho y en el cementerio ante la vida de tu hija, en el despacho y en el hospicio que ayuda a los sin casa, por los recién salidos de la cárcel o por los que se dedican al trapicheo, por tu hermana descarriada o por el contable que quiere pagar el cole de sus hijos. Todo es hiel inimaginable en Happy Valley, joder. Aunque es hiel adictiva, bien hecha, de gran calidad, de detalles de hipoteca de letra pequeña, hay sermones de madre a una niña que debería haber estudiado historia y no lo hizo, hay llamadas de teléfono delatoras, hay motos de justicia poética, hay casas barco que no arden, hay etiquetas de dolor inmundo. Y todo lo demás.

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