jueves, 16 de agosto de 2018

StartUp. Segunda temporada.

Otra vuelta de tuerca en la segunda temporada de StartUp. Muerte, lucha, carne en el suelo, lágrimas, drogas, nuevas ideas, lechugas frescas, SOA. Más ideas de la niña y los secuaces, los adláteres, detrás. Ideas nuevas en un mundo cada día más nuevo. Maldita sea todo. Todo se enreda. No debería hacerlo, pero se vuelve peor. Sangre, llantos, dolor. Demasiado. Demasiado. Joder. Pero la segunda de StarUp, aunque cueste a veces, es buena. Muy buena. Demasiado buena. Y también es una bajada a los infiernos, una llegada a los altares, pasar de la huida hacia adelante a la renuncia total, a la ebriedad del abstemio y a la velocidad de las balas, a morir en brazos de un amigo y a la quietud de las olas, a la fuerza de las mentiras y a la necesidad de visitar cementerios con calles llenas de césped. Es una temporada de salvar pellejos, de escapar cuando no es posible, de ahogarse en la propia mierda. Visitar estúpidamente a personas con las que no tienes nada en común. Historias, como la de la rana y el escorpión. Hacer daño, a otros, no solo a ti. Pero es lo que hay. No hay más. Siempre, aunque tengamos piscinas cerca, acabamos nadando en mierda. Nombres comunes, pasados comunes, futuros de mierda. Pero sobre todo, la serie habla de traiciones, las propias y las ajenas, las de momentos delicados y las de las 24 horas al día. El personal no es de fiar. Y hay que elegir. Todos elegimos. Todos descartamos. Todos.