martes, 30 de julio de 2019

Good Omens. Primera temporada.

Estaba ahí medio sentado, medio acostado, medio medio de todo, cuando charlando vía mensajería de móvil con el exalumno Nick, me recomendó Good Omens. Ni puñetera idea de la serie. No la conocía. ¿Con razón? ¿Sin ella? No lo sé. Será por series. En serie... decían en Grupo Salvaje. Pero eso es otra cuestión. La primera temporada de Good Omens es paranoica. Es una locura. Una jodienda de ángeles y demonios, pero sin los iluminatti, sin marinianismo, con alas, anticristo y lo que venga. No es definible Good Omens en pocas palabras. No. ¿Salvar el mundo? ¿Brujas? Ahora, 1656, coches de traca, pintura azul y disparos, teléfonos y monjas satánicas, Don Draper gabrielizado y todo lo demás. Y un Hamlet de chiste y un Guillermo que copia a un caído, y una guillotina y un unicornio que se escapa y el maná cuando no se espera. Desconcierta a veces Good Omens en su primera temporada. La Revolución Francesa y los crepes, y el hambre y todo lo demás. Y Mesopotamia y los nazis, y ciertas iglesias y ciertos bombardeos que no hay que olvidar. Y sacar la Atlántida si hace falta a reflote. Pero todo se reduce a un Anticristo que se pasa al otro bando, dos ángeles que se salen del perfil y unos jefazos que cumplen con el principio de Peter. Y todo esto... ¿para qué? ¿Para más puntos suspensivos?

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