miércoles, 3 de mayo de 2023

Los silencios de la libertad

Hay personas que no tuvieron la suerte que una bofetada les salvara la vida. Empieza Guillermo Altares su libro Los silencios de la libertad citando a Primo Levi, a Georges Bernanos y Paul Éluard, y con una frase que asegura que “la Historia no se repite, la humanidad cambia, los problemas se superan”. Ahora que estoy en 1º de ESO hablando de Macedonia y Esparta, no está de más recordar esos “remolinos del pasado” que nos llevan “de la democracia a la tiranía”. Añade Guillermo Altares: “No importa la belleza del lugar que escojamos, demasiadas veces se repite el mismo relato: el de alguien que logró su libertad para volver a perderla”. Pero empieza a hablar de carne de oca y de judíos romanos y de barrios de emigrantes en Yanquilandia. En 4º de ESO, con la Enciclopedia del Holocausto y otros instrumentos, hemos recuperado imágenes que también aparecen en LSDLL, como la de Simone Touseau y de August Landmasser. De esa historia también se habla en este libro, “el de los hebreos europeos que fue aniquilados por el Holocausto”. Odio, rencores medievales reactualizados, y otras causas llevaron a la Shoah: “La Shoah no surgió de la nada, sino de un ambiente de odio que fue creciendo desde la Edad Media, siempre hábilmente azuzado desde el poder político y religioso”. Pero en este siglo XX de atrocidades contra los judíos, recuerda el autor las que se llevaron a cabo contra los judíos en la Guerra Civil Rusa (1918-1921) y en Chisinau en abril de 1903, indicando que “muchos historiadores argumentan que se trata del precedente más claro del Holocausto”. Apostilla GA: “Aquella matanza universalizó la palabra pogromo, que, según Zipperstein, procede de los vocablos rusos para “tormenta” o “trueno”, que luego se transformaron en devastación, destrucción”. Y el origen de la palabra gueto, veneciano, y el Concilio de Letrán, y los refugiados procedentes de España tras la expulsión de 1492, pero recalcando que “el gueto era un cárcel pero también un lugar seguro”. Y las matanzas cerca de Semana Santa, que los calendarios lo marcan todo. También está presente en todo el relato el Caso Dreyfus, y esa idea de que “cuando se mira al pasado siempre existe un delicado equilibrio entre el olvido y el recuerdo, entre aquello que es necesario mantener vivo y lo que debemos dejar atrás”. Y hay una serie de nombres que se repiten una y otra vez: Franco, Stalin, Hitler. Lugares comunes que nos llevan a un horror que, aunque imaginado mil veces, nunca se recreará con el horror reinante. Y el caso de China, la sempiterna China, definida como “implacable dictadura tecnológica, cuyos habitantes se encuentran atrapados en una distopía que parece sacada de una novela de Philip K. Dick: viven vigilados constantemente gracias al reconocimiento facial o códigos almacenados en los móviles sin los que no pueden moverse”. Y Hannah Arendt, y reflexionar sobre el mal porque “el mal existe, aunque ha cambiado de forma”. Y como siempre repito, todo es mentira: “Una de las cosas que mejor hacen los regímenes totalitarios --y que les permiten sobrevivir-- es construir mentira, inventarse una realidad paralela”. ¿Y cómo se pudre todo? ¿Cómo alguien manipula a millones de personas? ¿Cómo millones de personas se dejan manipular por alguien? O quizás, todos somos un poco culpables, por mirar para otro lado, o por no mirar para otro lado, que siempre depende del contexto: “Sociedades avanzadas, cultas, acostumbradas a un intenso debate político han caído en el túnel de la dictadura”. Siempre debemos ser responsables, o intentar ser responsables: “Las dictaduras son poderosas, pero los seres humanos libres puden serlo mucho más. O al menos intentarlo”. Y citas de Stefan Zweig, y los dialectos de Italia, y el catalán de Alguer al que también canta el gran Ángel Calvo. Y el origen de la palabra genocidio, y el holomodor ucraniano, y la Francia de Vichy, y la lectura de Echenoz, y los cambios de la Reforma y lo que vino después y como “siendo analfabeto es fácil demostrar que uno está incontaminado y pertenece a la envidiable casta de los cristianos viejos”. Y la comida como detección, y la importancia del Tratado de Westfalia y como para Hitler lo único que contaba “era la raza, la medida de la eternidad”. Y la guerra entre Atenas y Esparta y como “la libertad representa siempre una ruptura con las tradiciones antiguas”. Altares salta etapas y tiempos, pero los paralelismos utilizados ilustran esa visión de un horror generalizado desde la Antigüedad. Subraya la importancia que supuso el asesinato de enfermos mentales y discapacitados en las cámaras de gas como precedente del holocausto. Recuerda Los amnésicos, y como no hay documentos escritos con la firma de Hitler sobre la solución final. Pero todo tiene un origen: “La Shoah no empezó con las matanzas, arrancó mucho antes: con el odio, con la deshumanización, con la propaganda”. Y la creación del muro de Berlín, y la liberación de Francia y como “tratar de borrar la memoria siempre es un ejercicio arriesgado, que muy pocas veces sale bien”. Reflexiona el autor sobre el caso de España: “Lo insólito del caso es que, con el tiempo, los españoles se han alejado de ese acuerdo tácito y se encuentran cada vez más divididos: la lectura del pasado parece ahora mucho más enconada que entonces”. Y Éric Vuillard y su 14 de julio, y la imagen del proceso revolucionario francés y la forma en la que “los historiadores todavía se preguntan si el Terror fue una consecuencia indeseada y espuria de la Revolución o una deriva inevitable”. Y la forma de poner en la balanza (que la hacemos muchos) de contraponer en la balanza historiográfica a Lefebvre y Furet. Y la Revolución Francesa y su inagotable forma de cambiar mentalidades: “Lo que nos enseña la Historia, antes y después de Varennes, es el que el terror acaba desatándose. Y que ha marcado, de una forma más o menos masiva, la mayoría de las revoluciones y cambios de régimen hasta bien entrado el siglo XX”. Y Auschwitz, y el asesinato de Riego, y Bernanos, pero Auschwitz siempre presente: “Todo en Auschwitz-Birkenau se basa en eso, en un sadismo infinito lleno de detalles que solo podía tener sentido en el mundo infernal que los nazis habían construido: el mejor trabajo era el más asqueroso, limpiando unas letrinas inmundas, porque los SS no se acercaban por miedo al tifus y por el olor”. Y Bosnia, y Sbrenica, y la Guerra de los Treinta Años y las imágenes de Callot, y la quema de bibliotecas como la de Lovaina en 1914 o la de Sarajevo en 1992 y como cualquiera de nosotros podemos convertirnos en los peores carroñeros: “Los verdugos no solo son en su mayoría personas normales transformadas en pocos días en matarifes rutinarios, sino que, a menudo, conocen a sus víctimas. Casi siempre los asesinos están entre nosotros”. De todo ello y muchísimo más se aprende con la lectura de Los silencios de la libertad.

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