Hace 22 minutos
martes, 31 de diciembre de 2024
Palomas negras. Primera temporada.
“Soy una paloma negra. Soy una historia que voy contando a la gente”. Esa frase del segundo capítulo de la primera temporada de Palomas negras, nos sirve para empezar a reflexionar sobre los lugares seguros, esos sitios que no existen por más que nos vendan seguridad y control. Todo mentira. Ahora parece que siempre tenemos a los chinos en la diana, aunque el hombre de la camisa verde decía que era China la que tenía en la diana a Occidente y que era cuestión de tiempo que nos metieran el martillo por la yugular. Los chinos, los yankees, los ministros que ascienden gracias al principio de Peter, los hijos y el miedo a perder a los hijos, el pasado y las malas costumbres, las sombras de todo un pasado al servicio del mejor postor. Pese a las cartas marcadas, la primera temporada de Palomas negras termina siendo una buena baraja con la que jugar, en la que todo acaba siendo “mafioso no, persona de influencia criminal”. O más que jugar, pensar que jugamos a algo en esta vida, aunque en verdad sean otros los que manejan los hilos. Y como ahora todo está grabado, todo es mentira, incluso lo inimaginable… hasta que deje de serlo. Vivan los códigos. Y frases, con o sin memoria, que deberían ser verdad y no lo son: “Nunca he apretado un gatillo que no sirviera para mejorar el mundo. Los putos códigos y las frases repetidas, o la repetición de los códigos. Y habrá que sacar “el cuaderno para apuntar mis mentiras”, y que no falte en nuestra bolsa, y memorizarlas y llevarlas con nosotros hasta el infinito, porque las mentiras son lo único que nos salva en este asqueroso mundo.
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