jueves, 12 de diciembre de 2024

Este es el núcleo

Decía el hombre de la camisa verde que no existe mejor ciencia ficción que Astérix y Obélix. Empieza Leonardo Cano su obra Este es el núcleo con la lectura de un tebeo de Astérix en una sala de espera, pero su ciencia ficción no es tan fácil de entender como la de los galos. Habla de entidades de personas LC al comienzo de la obra: “La familia ha tenido su utilidad en la historia, pero ya hace tiempo que está muerta”. Con sus saltos temporales, nos lleva a hacer preguntas a nuestra quijotera particular: “La cuestión sobre si las máquinas pueden pensar será tan importante como la de si los submarinos pueden nadar”. Crol para todos. LC pretende llevarnos a un mundo en el que las máquinas nos lo dan todo hecho, pero no hecho para todos, sólo para una parte de la población. También nos introduce en los entresijos de las empresas tecnológicas, en esos consejos que menos consejos son de todo, en esos gimnasios en los que se confunde el sebo con la neurona, en esas familias en las que ni existe la familia ni la convivencia ni nada que se le parezca. Las máquinas han ganado desde hace mucho tiempo, y no sólo desde que se inventó la imprenta: “Pantallas que retransmiten otras pantallas”. Pum pum. Y apostilla LC: “El amor es sólo un disparo neuronal más”. Hasta nos recuerda las pintas de Cheers (Boston forever), los Playmobil y frases sobre el pensamiento que tenemos que efecinquear continuamente: “No soñamos con enseñar a las inteligencias artificiales a pensar, sino con que fueran ellas quienes nos mostraran como pensamos”. El problema, quizás, es que a veces nos confunde (o, mejor dicho, abruma) con lenguaje técnico, que si hubiera sido prescindible mejoraría el asunto narrativo. Nos lleva también a pensar sobre lo descifrable (la humanidad), sobre nuestras actuaciones y sobre la creencia en que “La única verdad es la verdad narrativa”. Ahora que vivimos inmersos en la potencialidad del relato, en la que todo es mentira (bueno, todo es mentira desde hace mucho tiempo), nos pide el autor que nos olvidemos, por un rato, del tiempo mecánico, del reloj de pared y del de muñeca: “Cuando la vida definitiva esté instaurada, no seguiremos hablando del pasado. Ni del futuro. Todo será narración de una narración de una narración”. Y en esas, nos lleva al matrimonio, a pensar sobre el matrimonio, a describir esa balanza que siempre se oscila hacia el mismo lugar: “En tu vida cuentas con un gran punto negro que cualquiera podría utilizar en contra de tu estabilidad”. Y coge el martillo, y como el extremo del Arsenal, golpea: “Tu mujer” (y aquí se repite la frase que últimamente he leído en más de una ocasión, “un hombre se merece lo que tolera”). Pero como todo es mentira, “con mujeres o con hombres, en todo caso, lo único que persistirán serán los avatares”. Y mirando la pantalla, juntando estas letras con el ordenador y el móvil, con las notificaciones saltarinas de interacciones de gente que no conocemos, nos creemos que el centro del universo somos nosotros, reducidos a pelusas del ombligo: “Se han encargado ellos de estabular durante años a la gente, cebándola con redes sociales, series y comida a domicilio”. Gran ejemplo ese de la cuadra, de la jaula, porque “nunca el tiempo tendrá más importancia”. Y añade LC: “Una importancia condenatoria”. Muchas veces, con el Aleph en la mano, o con cualquiera de las obras de Borges, me pregunto: ¿Qué hubiera pensado Borges de las redes sociales y de la IA? Quizás tenga que dejar de hacerme preguntas, y simplemente volver a las mentiras del pasado, porque “las veces que he intentado salir al presente, tan sólo me he encontrado con repeticiones de la vida que ya conocía”. Se ríe también el autor (y con razón, con mucha razón), de la falsedad de los platos perfectos (“Nada tiende más a la teatralidad que lo que llaman comida moderna”), de la falsedad del enlace (“El matrimonio es siempre entre desiguales. O se es injusto con ellas o serán injustas contigo, me advierte”), de la falsedad de las maquinitas (“Nos sentimos desalojados y sin capacidad de ejecutar nada si faltan los dispositivos”). Cuando voy paseando a mi hija con el carricoche, le digo que salude a la gente, pero la mayoría anda con la cabeza baja, no mirando al suelo (aunque el paseo sea por Antonete Gálvez y busquemos al Tiago y al Alergias) sino mirando el móvil. Andar se ha convertido en una carrera de obstáculos. Y al final, solo nos queda el adiós, porque “sin la muerte, cómo vamos a ser capaces de entender la existencia”. Al final, todo es sustituible, todo es modificable, todo intangible en su falsedad: “Si cambias a un hombre por otro, te crees que cambias de libro. Pero en realidad sólo cambias de capítulo”. Y los capítulos de Este es el núcleo hacen pensar, aunque ese pensamiento sea de mentira, tanto o más que la sala de espera con o sin Astérix entre las manos.

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